Escribe Lara-Matínez: «Este ensayo ofrece una lectura problemática de Más allá del horizonte (2002) de Julio Leiva, novela testimonial del frente guerrillero salvadoreño. La culerización de la Otredad sigue siendo el término teórico para evitar un debate racional y académico: degradar la diferencia a una esfera inerte»
Rafael Lara-Martínez
Professor Emeritus, New Mexico Tech
rafael.laramartinez@nmt.edu
Desde Comala siempre…
Un culero (cuiloni, como yo)…había ganado el com/de-bate…
Ni la mujer…de más poder deja de ser víctima…
Abstract: a triple confusion does not distinguish between Marxism and Christianity, social convention on homosexuality and its lived experience, as well as it identifies sexual harassment to male behavior. This essay offers a problematic reading of Más allá del horizonte (Beyond the Horizon, 2002) by Julio Leiva, a testimonial novel of the Salvadoran guerrilla front. Queerness of Other continues to be the notional term to avoid a rational and academic debate: debasing difference to an inert realm.
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I. «Hacerse hombre» en la violencia
Más allá del horizonte (2002) de Julio Leiva plantea un dilema irresuelto —sin debate abierto— para la historia social salvadoreña. Quizás también expone otra disyuntiva para la cuestión de género, tema tabú. tildado de «fantasía». El primer problema asimila la fe cristiana de apoyo a la pobreza con el marxismo; el segundo equipara el concepto vigente de homosexualidad con los múltiples despectivos populares y con el término que admiten sus propios agentes históricos. Bajo el estricto formato testimonial —autobiográfico quizás— el personaje emblemático principal, Salvador, narra su historia de vida en una estricta línea cronológica: de su infancia al fin de la guerra (enero de 1992). Tajante, la versión final de «aquellos que nos dieron la espalda» discrepa de la suya propia al inicio. Si al terminar la guerra sabe con certeza que sus enemigos lo califican de «desalmado terrorista… marxista y traidor de la patria», al comienzo el conflicto entre dos modelos de «hacerse hombre» y humano enfrenta la figura paterna y la materna.
Por ello, al retener el segundo término de quienes «lucharon contra nosotros» —el calificativo «marxista», como prevalente de su perspectiva social— se olvida el legado familiar como determinante de su compromiso guerrillero. Antes de toda lucha de clases —sin más «del 2 % de obreros»— el narrador confronta la disyuntiva infantil y adolescente de proseguir la enseñanza bíblica, católica y literaria de la madre o, en cambio, doblegarse al machismo comercial y hacendero del padre. Esta división familiar la comprueba otro compañero del narrador cuyo «primo» está «con el partido de gobierno… su novia con un teniente del ejército». «Matarnos entre hermanos» —que «la familia de mi padre» no viste a la madre «enferma de úlcera»— asimila la guerra civil a un fratricidio tan trágico que la lucha de clases se niega a reconocer. Sólo una crasa falta de historias familiares niega que en un mismo grupo coexistan un defensor de los derechos humanos, un fundador de los escuadrones de la muerte, un destacado militar estadounidense, varias personas neutras, hippies, militantes de izquierda, etc. En una nueva novela, la lectura escribirá el encuentro navideño de esa entrañable familia, mientras canta «noche de paz» entre los regalos de abrazos y balazos.
A la vez, en esta identificación —«mi madre era el pasado… yo era el presente»— ya no vale cuestionar si su opción de género provenga de «nacimiento» o del «medio social», como se lo sugiere su amiga Carolina o Ramiro posteriormente. Sin escondrijos, ella le declara «no me siento homosexual…soy mujer», al invalidar toda categoría social por la vivencia. Como único personaje que asume y expone abiertamente una identidad de género disidente, su filiación personal cuestiona las carátulas sociales despectivas que le atribuyen sus detractores, al igual que la neutra académica. Ante todo, impugna la concepción que lo visualiza como ente receptivo a la hombría activa y violenta, tal cual lo realiza Salvador en el frente guerrillero.
En el caso de Salvador, esta alternativa natal o social desaparece «en el hogar», esto es, en su opción juvenil por renegar del machismo de su padre ganadero —amigo de las altas autoridades del pueblo— y por suscribirse a la sensibilidad religiosa y femenina de la madre. Por los «principios cristianos», lucha contra «la miseria y» sus «sufrimientos». En casa, la cuna misma invalida la lucha de clases como motor de la historia, ya que el sentimiento materno le inculca la redención de la pobreza como axioma fundamental de su fe católica. Entretanto, al identificar «homosexualidad» con «sacerdocio», el padre se vuelve «amigo del alcalde, del juez, del comandante y de otras oscuras personalidades». También mantiene el precepto del higienismo social —«necesitamos mejorar la raza»—al justificar sus desmanes sexuales en los «prostíbulos». Al aplicar el legado materno, hasta el final de la novela (1992), Salvador prosigue su intenso rezo casi cotidiano —«Mi Dios jamás me abandonó…diosito…te doy las gracias»— para salvaguardar la esperanza de un mejor futuro social —«polos de desarrollo…en las zonas de control»— al igual que de superación personal. Acaso su compromiso guerrillero exprese tanto el desvío de su vocación sacerdotal, así como la sublimación fallida de su deseo corporal. En consecuencia, en esa militancia guerrillera, Salvador advierte que alcanzar el placer equivale a la extorsión monetaria de su amante, un verdadero hombre en el acto.
En esta doble (con)fusión —cristianismo comprometido con marxismo; «culero, marica, pipian, etc.» y «homosexual» con «ser mujer…»— el presente decreta como «ficción» la vivencia pasada y ajena. Sólo una falsa dicotomía contrapone la historia a la ficción —la subjetividad narrada— como si hubiese hechos objetivos sin sujetos históricos que los viven. No hay objeto cultural sin sujeto que lo nombre, según su propia vivencia y marco institucional. En cambio, el verdadero contraste lo expresa el transcurso temporal que —desde el punto terminal de la novela (1992), «empecé a recordar mi pasado»— recapitula su vida entera. Aún más, Leiva publica la novela diez (10) años después (2002), cuando el vocabulario institucional y la consciencia ciudadana varía en su percepción de los mismos hechos. A partir de este punto conclusivo —punto retrospectivo de la escritura— hacia las erróneas identidades políticas y de género se proyecta el concepto tardío de «acoso sexual» (década de los setenta) hacia una experiencia viril que aún no lo interioriza en los años ochenta. «Me aproveché que era yo quien mandaba, pero no me arrepiento»; «tomarla a la fuerza o sea violarla sin sentirse responsable»; «Jacinto en 2 años ha embarazado a 3 compañeras»; «tenía que ser amante de (el jefe) como requisito». No importa la filiación política —izquierda o derecha— el comportamiento machista resulta similar. «Sólo con la dosis de machismo… pudo subir» la mujer a ser dirigente guerrillera.
Si el testimonio exige la ley del acoso sexual como requisito del bien obrar, esta ética en momento alguno la imagina derivada del marxismo, sino de una convicción cristiana que inspira su esperanza de redención social. «Un profesor universitario… con mucha formación marxista… pero igual al resto de presos deliraba cuando escuchaba la palabra «mujer»… contaba los amoríos con sus alumnas». Por ello —lo comprueban las citas precedentes— su transgresión define una arista constitutiva de «hacerse hombre». «A lo que vos llamas acoso sexual es normal e inevitable». La hombría la define la violencia y la actividad fálica que confunde la sexualidad con la brutalidad hecha verbo («verguiar«; literalmente, «falear; golpear»), la cual el varón la ejerce contra su oponente. Incluso, dentro de la relación de pareja, la mujer cumple «sus obligaciones» de «saciar» los «incansables deseos sexuales» de quien emite «gritos histéricos» en son de «mando». Quizás también, ese desfase temporal imagine la existencia de una consciencia popular sobre la idea de «homosexualidad» que el vocabulario institucional de la lengua coloquial jamás reconoce como tal.
En efecto, la única pareja guerrillera «homosexual» —descubierta por «la directiva» en la prisión— no sólo recibe un castigo severo. También, ambos resultan marginados al rango de lo femenino —reciben «nombres de mujeres»— como grado inferior de lo humano. A quien llaman «Lupita lo golpearon e intentaron violar», en pleno despliegue de la potestad viril. Toda acción indigna en su contra la justifica el «que son culeros y que nadie los quiere». «Les tentaban el trasero» y ya nadie les dirige la palabra. Cobran vigencia los «chistes de maricas» para reforzar la actitud machista autoritaria de la razón política. De izquierda a derecha —sea guerrilla o ejército— la «homosexualidad» degrada al hombre al rango pasivo, subalterno, es decir, a una esfera femenina.
Sin buenos contra malos, en «esta puta guerra», «el dolor est(á) en ambos bandos» quienes jamás aceptarán «mi aversión al machismo» como atributo del «hombre (humano) nuevo». No hay un proyecto futuro «más allá del horizonte» viril que diseña borrachera, violencia, mujeriego, poder, mando, violencia doméstica («me pegó»). «Son pocos los que respetan a su mujer»; «no creo que la revolución los cambie mucho». Si el presente ingenuo imagina la revolución como un cambio repentino y radical, Leiva la describe en su larga duración denegada. El cambio social no incide de manera certera en la historia de las ideas. La revolución —terrestre, astral, sinódica…— expresa el eterno retorno de lo mismo: el machismo, el acoso sexual y el masculinismo como problemas insuperables. Pero, como el mando, varios de esos atributos viriles resultan necesarios para quienes establecen la razón y la verdad.
A la lectura de este ensayo le corresponde indagar las razones del silencio actual. Al hablar de Walter Béneke (1930-1980), los mejores trabajos sobre la «reforma educativa» y «democratización de la enseñanza» evaden mencionar su abierta homosexualidad (H. Lindo y E. Ching, Modernización, autoritarismo y guerra fría, 2017). Asimismo, esa misma mudez la refrenda «la dimensión sensible como problema central», ya que el cuerpo humano y su deseo resulta ajeno a «la experiencia sensorial de un colectivo» (R. Roque Baldovinos, La rebelión de los sentidos, 2020). Queda pendiente resolver si el temor a cuestionar la masculinidad —al ensalzar la alternativa reformadora— mantiene incólume la práctica viril tradicional y hegemónica, como valor político intocable de la identidad salvadoreña.
En síntesis, la novela establece el triángulo nocional que guía gran parte de la política salvadoreña. A la confusión de enfoques cristiano y marxista, entre otros, se agrega lo sombrío de toda diferencia de género —la culerización del enemigo en el debate y en el combate— al igual que la violencia, degradación o acoso sexual como premisa de la hombría. La violación y la golpiza constituye el acto supremo del «poder y de la hombría» que utiliza un mismo órgano fálico al realizarla. Luego que «uno a uno me fue violando» —testimonia el narrador— la «investigación… ha terminado con una gran verguiada». El Otro —el oprimido— sólo sirve para «dar las nalgas», sin derecho al habla. Por un acto jurídico, performativo, la potestad viril suprema decreta el derecho de nombrar sin permiso de diálogo ni respuesta de esa Otredad hecha objeto.
II. «Hacerse hombre» en la censura
La alusión fálica siguiente demuestra la permanencia del machismo violador al interior mismo del reclamo por los derechos homosexuales. El «machismo inmutable» sanciona la lógica de aceptación al debate sobre los archivos nacionales. Por orden fálica, el «criterio del mando» legitima la exclusión del enemigo: el pipian» pasivo irracional. «Son culeros y… nadie los quiere». Por mi parte, me inscribo bajo el registro de la «culeridad (queerness)» como noción académica al abolir el debate racional con perspectivas disímiles.
La foto demuestra la inexistencia del concepto de «homosexualidad» y de «gay» en algunas esferas de los altos círculos letrados salvadoreños hacia el siglo XXI. Persiste la antigua noción falocéntrica que identifica al macho activo (tecuilonti) en su deseo de dominar al pasivo y recipiente (cuiloni), el enemigo, hasta someterlo. Antes de toda lucha de clases, también insinúa el fratricidio o confrontación mortal entre iguales, en motor constante de la historia salvadoreña. La alusión a lo viril perpetúa la visión militarista, según la cual el falo penetra al oponente como el cuchillo al vencido durante el combate. Sin debate racional, en réplica al machete que impone la verdad, el «falo violador» («La misteriosa selva de Kahunishar», Salarrué) anhela «dejar dividido el cuerpo de su adversario en multitud de partículas» (N. Rodríguez Ruiz), metáfora de la insensatez sin derecho de habla ni de respuesta. Así la atestigua la lengua coloquial salvadoreña en su erotomaquia. El «portador del falo» define el poder hegemónico machista, mientras el «portador del orificio» caracteriza al sirviente subalterno, en su doble papel sumiso de afeminado y cobarde. Debido al fracaso de toda idea de liberación, el proyecto político actual consiste en repetir la «culerización (queerness)» de la diferencia…
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(Post)War Testimony. «Becoming a man» in violence and censorship
A queer (cuiloni, like me) … had won the com/de-bate …
Not even the women…of more power ceases to be a victim…
Resumen: una triple confusión no distingue entre el marxismo y el cristianismo, entre la convención social sobre la homosexualidad y su experiencia vivida, ni tampoco diferencia el acoso sexual de la conducta masculina. Este ensayo ofrece una lectura problemática de Más allá del horizonte (2002) de Julio Leiva, novela testimonial del frente guerrillero salvadoreño. La culerización de la Otredad sigue siendo el término teórico para evitar un debate racional y académico: degradar la diferencia a una esfera inerte.
1. «Becoming a man» in violence
«Beyond the Horizon» (2002) by Julio Leiva establishes an unresolved dilemma —without a current open debate for Salvadoran social history. Perhaps it also exposes another impasse for the question of gender, a taboo subject. branded as «fantasy». The first problem assimilates the Christian faith in support of poverty with Marxism; the second equates the current concept of homosexuality with the many popular offenses, and with the term which its own historical agents admit. Under the strict testimonial format —autobiographical perhaps— the main emblematic character, Salvador, narrates his life story in a strict chronological line: from his childhood to the end of the war (January 1992). Sharply, the final version of «those who turned their backs on us» disagrees with his own at the beginning. If at the end of the war he knows with certainty that his enemies describe him as a «soulless terrorist … Marxist and traitor of the country,» at the opening, the conflict between two models of «becoming a man» and a human confronts the father figure and the mother figure.
For this reason, by retaining the second term of those who «fought against us» —the qualifier «Marxist,» as prevalent in his social perspective— the family legacy is forgotten as a determinant of his guerrilla commitment. Before any class struggle —with no more than «2% of proletarians»— the narrator confronts the infantile and adolescent dilemma of continuing the biblical, Catholic, and literary teaching of his mother or, instead, yielding to the commercial machismo and landlord of the father. This family division is verified by another colleague of the narrator whose «cousin» is «with the ruling party … his girlfriend with an army lieutenant.» «Killing between brothers» —that «my father’s family» did not see the mother «sick with an ulcer»— assimilates the Salvadoran civil war to a fratricide so tragic that the class struggle refuses to recognize. Only a gross lack of family histories denies that a human rights defender, a founder of death squads, a prominent US military, several neutral people, hippies, leftist militants, etc. coexist in the same group. In a new novel, the reader will write the Christmas meeting of that endearing family, while singing «silent night» among the gifts of hugs and bullets.
At the same time, in this identification —«my mother was the past … I was the present»— it is no longer worth questioning whether Salvador’s choice of gender comes from «birth» or from the «social environment», as his friend Carolina or Ramiro suggests him later. Without hiding her place, she declares «I do not feel homosexual … I am a woman», invalidating all social category by experience. As the only character who openly assumes and exposes a dissident gender identity, her personal affiliation questions the derogatory social covers attributed to him by his detractors, as well as the academic neutral term. Above all, she challenges the conception that envisions her as a receptive entity to active and violent manhood, just as Salvador does on the guerrilla front.
In the case of Salvador, this inborn or social alternative disappears «at home», that is, in his young option to deny the machismo of his hacendado father —a friend of the high authorities of the town— and to subscribe to religious and cultural female sensibilities of his mother. Applying «Christian principles», he fights against «misery and» its «sufferings». At home, the cradle itself invalidates the class struggle as the engine of history since the maternal sentiment instills in him the redemption from poverty as the fundamental axiom of the Catholic faith. Meanwhile, by identifying «homosexuality» with «priesthood», the father becomes «a friend of the mayor, the judge, the commander, and other obscure personalities.» He also upholds the precept of social hygienism —«’we need to improve the race’»— which justifies his sexual excesses in the «brothels.» By applying the maternal legacy, until the end of the novel (1992), Salvador continues his intense almost daily prayer —«My God never abandoned me … Diosito (Little/Reverent God) … I thank you»— to safeguard the hope of a better social future —«development poles … in control zones»— as well as self-improvement. Perhaps his guerrilla commitment expresses both the deviation from his priestly vocation, as well as the failed sublimation of his bodily desire. By consequence, in this guerrilla engagement, Salvador realizes that pleasure is equivalent to monetary extorsion from his real male lover in the act.
In this double (con)fusion —engaged Christianity with Marxism; «asshole, queer, pipian (male immaturity?), etc.» and «homosexual» with «being a woman …» —the present decrees as «fiction» the past and other’s experience. Only a false dichotomy contrasts history with fiction —narrated subjectivity— as if there were objective facts without historical subjects living them. There is no cultural object without a subject that names it, according to its own life and institutional frame. Instead, the true contrast is expressed by the temporal course that —from the novel’s terminal point (1992), «I began to remember my past»— recapitulates his entire personal history. Furthermore, Leiva publishes the novel ten (10) years later (2002), when the institutional vocabulary and the citizen’s conscience vary in their perception of the same facts. From this conclusive point —retrospective point of writing— to the erroneous political and gender identities, the belated concept of «sexual harassment» (1970s) is projected towards a virile experience that has not yet been internalized in the 1980s. «I took advantage of the fact that I was the one in charge, but I don’t regret it»; «take her by force, that is, rape her without feeling responsible»; «Jacinto in 2 years has impregnated 3 companions»; «I had to be a lover of (the boss) as a requirement.» No matter the political affiliation —left or right— macho behavior is similar. «Only with the dose of machismo … could the woman rise» to be a guerrilla leader. Perhaps also, this time lag imagines the existence of a popular consciousness about the idea of »homosexuality,» which the institutional vocabulary of the colloquial language never recognizes as such.
If the testimony requires the law of sexual harassment as a requirement of good action, at no time Salvador imagines this ethic as derived from Marxism, but from a Christian conviction that inspires his hope for social redemption. «A university professor … with a lot of Marxist training … but like the rest of the prisoners, he was delirious when he heard the word «woman»… he recounted his affairs with his students.» For this reason —the preceding quotations prove it— its transgression defines a constitutive edge of «becoming a man.» «What you call sexual harassment is normal and unavoidable.» Manhood is defined by violence and phallic activity that confuses sexuality with brutality transformed into a verb («verguiar», literally, «to phallus; to beat»), which the man exercises against his opponent. Even within the couple relationship, woman fulfills «her obligations» to «satisfy» the «tireless sexual desire» of the male who emits «hysterical screams» in a «command» tone. Perhaps also, this time lag imagines the existence of a popular consciousness about the idea of »homosexuality» that the institutional vocabulary of the colloquial language never recognizes as such.
Indeed, the only «homosexual» guerrilla couple —discovered by «the leadership» in prison— not only receives severe punishment. Also, both members are marginalized to the rank of the feminine —they receive «women’s names»— as a lower degree of the human. Who they call «’Lupita’ was beaten and they tried to rape her,» in full display of virile power. Any unworthy action against them is justified by the fact «that they are assholes and that nobody wants them.» «They were touching their behinds,» and no one speaks to them anymore. The «fag jokes» take effect to reinforce the authoritarian macho attitude of political reason. From left to right —be it guerrilla or army— «homosexuality» degrades man to the passive, inferior rank of humankind, the is to say, a female sphere.
Without good against evil, «in «this fucking war», «the pain is on both sides», which will never accept «my aversion to machismo» as an attribute of the «new (human) man.» There is no future project «beyond the (virile) horizon» that designs drunkenness, violence, womanizer, power, command, domestic violence («he hit me»). «Few people respect their wife»; «I don’t think the revolution will change them much.» If the naive present imagines revolution as a sudden and radical change, Leiva describes it in its denied long durée. Social change does not directly affect history of ideas. Revolution —terrestrial, astral, synodic…— expresses the eternal return of the same: machismo, sexual harassment and masculinism as insurmountable problems. But some of these attributes —like male leadership and command— are necessary for those who establish reason and truth.
It is up to the reading of this essay to investigate the reasons for the current silence. When speaking of Walter Béneke (1930-1980), the best works on «educational reform» and «democratization of education» avoid mentioning his open homosexuality (H. Lindo and E. Ching, «Modernization, authoritarianism and cold war», 2017). Likewise, that same muteness is endorsed by «the sensitive dimension as a central problem», since the human body and its desire are alien to «the sensory experience of a group» (R. Roque Baldovinos, «The rebellion of the senses», 2020). It remains to be resolved whether the fear of questioning masculinity —by extolling the reformist alternative— keeps the traditional and hegemonic virile practice intact, as an untouchable political value of Salvadoran identity.
In short, the novel establishes the notional triangle that guides much of Salvadoran politics. To the confusion of Christian and Marxist approaches, among others, it is added the gloom of any gender difference —the harrowing/queerness of the enemy in debate and combat— as well as violence, degradation, or sexual harassment as a premise of manhood. Rape and beating constitute the supreme act of «power and manhood» used by the same phallic organ when carrying it out. After «one by one he raped me» —the narrator testifies— the «investigation … has ended with a great (phallic) shame.» The Other —the oppressed— only serves to «give the buttocks», without the right to speak. By a juridical, performative act, the supreme virile power decrees the right to name without permission for dialogue or response from that other made into an object.
2. «Becoming a man» in censorship
The following phallic allusion demonstrates the permanence of rapist machismo within the claim for homosexual rights. The «immutable machismo» sanctions the logic of acceptance to debate on national archives. By phallic order, the «criterion of command» legitimizes the exclusion of the enemy: the «irrational passive pee.» They are assholes and … nobody wants them». «For my part, I subscribe under the register of «queerness,» as an academic notion to abolish a rational debate with dissimilar perspectives.
The photo shows the non-existence of the concept of «homosexuality» and «gay» in some spheres of the high Salvadoran literate circles towards the 21st century. The old phallocentric notion persists that identifies the active male (tecuilonti) in his desire to dominate the passive and recipient (cuiloni), the enemy, until he subdues him. Before any class struggle, it also hints at fratricide or mortal confrontation between equals, the constant engine of Salvadoran history. The allusion to the virile perpetuates the militaristic vision, according to which the phallus penetrates the opponent like the knife to the vanquished during combat. Without rational debate, in reply to the machete imposed by truth, the «rapist phallus» («The mysterious Jungle from Kahunishar», Salarrué) yearns to «leave the body of his adversary divided into a multitude of particles» (N. Rodríguez Ruiz), metaphor of insanity without the right to speech and response. This is how the Salvadoran colloquial language attests this fact in its erotomachy. The «bearer of the phallus» defines the macho hegemonic power, while the «bearer of the hole» characterizes the subordinate servant, in his double submissive role of effeminate and cowardly. Due to the failure of any idea of liberation, the current political project consists of repeating the «culerization (queerness)» of difference …