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El poemario Revólver: de Hipócrates a Cicerón a Josué Andrés Moz

El académico nicaragüense, Roberto Carlos Pérez, nos comparte sus valoraciones a propósito del poemario Revólver, obra del poeta salvadoreño Josué Andrés Moz

Roberto Carlos Pérez / músico, narrador y ensayista

Cuando Pedro Calderón de la Barca (1600 – 1681) puso en boca de Segismundo las siguientes palabras en la obra teatral La vida es sueño (1635): «pues el delito mayor/del hombre es haber nacido» (vv. 110- 111), lo hizo tras la huella del escritor y militar romano Plinio (c. 23 a.D.– 79 a.D.), quien, en su Historial natural, publicada póstumamente en su versión final, escribió:   

Sólo al hombre ha hecho naturaleza desnudo, y en tierra desnuda, y el día que nace comiença a auitarla con quexido y llanto. En ningún animal ay lágrimas sino en el hombre, las quales son principio de vida. No ríe hasta aver pasado quarenta días, y llora al momento que nace. Las otras fieras y animales que nacen entre nosotros quedan libres en naciendo, y el hombre —nacido para señor dellos—llorando está, ligado de pies y manos, y como por mal agüero comeinça su vida por prisiones y dolor; y este mal no le viene por otro error, sino por aver nacido.

 

Desde entonces sabemos que venir al mundo es una transgresión puesto que nada, ni la naturaleza ni la convivencia misma entre los seres humanos es amable.

En ese lamento ancestral se inserta el poemario Revólver (2023), del poeta salvadoreño Josué Andrés Moz (1994), cuya palabra no es apóstrofe o gemido, sino un grito ahogado en lo más profundo de sus entrañas, en sotto voce, atenuado por la certeza de que el poeta, al elevar el tono con amonestaciones, ahuyenta al lector y el grito se pierde en el vacío.

Josué lanza sus «gritos» suavizando las palabras a través de aforismos o sentencias en el mejor estilo de los clásicos tales como Hipócrates (c. 460 a.C. – 370 a.C.) o Cicerón (106 a.C. – 43 a.C.), para quienes el adagio, o las máximas, debían portar grandes cargas morales de forma lapidaria. Dice Josué:

Una casa es incapaz de salvarte de un país.

El terror más puro cierra sus párpados sobre nuestra sangre,
y comparto esta lágrima, esta espina,
estos látigos escritos como rieles en la mirada.

 («House of Cards»).

Imágenes descoyuntadas, dislocaciones de sentido, eso que llamamos Surrealismo es lo que une a todo el poemario; un poemario orgánico, es decir, unitario, no organizado, o sea, improvisado, cuyo valor radica en aceptar, sin lágrimas y sin subterfugios, que todos los hombres sufrimos de alguna u otra manera. Por eso nos recuerda:

El horror más grande,
no me ha pertenecido desde hace años.
He sepultado mis calendarios en el perdón,
en un abrazo etílico y hermoso para cada uno de mis padres.
He perdonado mis amarguras y cicatrizado en mis ojos toda lrabia.

  («Bandera blanca: una paradoja respecto a otros acuerdos de paz»).

Y si «El horror es más grande. El tiempo es cada vez más corto» —he aquí otra máxima al estilo de Quevedo (1580 – 1645) en «’¡Ah de la vida!’ … ¿Nadie me responde?»— lo mejor es ir cada uno a lo suyo ya que la guerra es perpetua y la convivencia humana imposible.

Decir algo es permitirle a la tribu hablar. Josué lo hace aceptando que lo que decimos lo decimos todos. En la inmensa aldea del mundo el lenguaje nos sostiene y nos brinda la mano, pues todos somos parte de un continuum en el que Josué sabe que es un eslabón más. No el último sino el que le dará cabida a otro o a otros. Hipócrates, Cicerón, Plinio, Quevedo y Calderón se lo han susurrado.

Roberto Carlos Pérez (Granada, Nicaragua). Músico, narrador y ensayista. Estudió Música en Duke Ellington School of the Arts y se licenció en Música Clásica por Howard University, en Washington D.C. En la Universidad de Maryland estudió una maestría en Literatura Medieval y en los Siglos de Oro. Entre ensayos, artículos y reseñas tiene más de setenta trabajos críticos. Es miembro de número de la Academia Nicaragüense de la Lengua (ANL) y miembro correspondiente de la Real Academia Española (RAE) y de la Academia Norteamericana de la Lengua Española (ANLE). También es cofundador y editor en jefe de la revista Ágrafos, miembro del consejo editorial de Revista Abril e integrante de la secretaría editorial de la Revista de la Academia Norteamericana de la Lengua Española (RANLE).

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