«Nacemos y nos educamos en el limbo de la trivialidad, la desmemoria, la búsqueda de identidades o, en su defecto, en la ausencia y pérdida de estos». Tales, seguramente, son los motivos que detonaron la concepción de «Grafforismos», muestra de pintura y escultura de Óscar López, GoGal, que se expone en la Galería 1-2-3 hasta finales de enero de 2022
Por Edenilson Rivera | Poeta, licenciado en Letras y ensayista
Ha dicho el artista Óscar López (GoGal) que gran parte de sus procesos creativos se nutren del fracaso. Esto podría tener diversas connotaciones si nos referimos a lo existencial, o hasta a sentirse parte de una sociedad marcada en su devenir. La expresión de un artista se sintetiza, en parte, a través de su temperamento; pero, además, su arte se ve influido en razón de cómo le afecta, en tanto individuo, la realidad.
Desde las revoluciones vanguardistas a inicios del siglo XX, el arte viene siendo el canto individual de un yo que arroja luz sobre el mundo a través de la sensibilidad iluminadora, pero dolorosa, del artista. El arte se basta así mismo como entidad orgánica cuando logra ampliar nuestra percepción de la existencia a través de la experiencia estética. El objeto artístico está abierto para quien lo goce o lo sufra.
«Nacemos y nos educamos en el limbo de la trivialidad, la desmemoria, la búsqueda de identidades o, en su defecto, en la ausencia y pérdida de estos». Tales, seguramente, son los motivos que detonaron la concepción de Grafforismos, muestra de pintura y escultura de GoGal, que se expone en la Galería 1-2-3 hasta finales de enero de 2022.
Poder apreciar la obra de un pintor que se mantiene en la busca de nuevos códigos artísticos hace que me atreva a expresar cierta conmoción desde un punto de vista intuitivo, por no ser un crítico especializado en arte, y desde la afinidad artística y el hecho de compartir como individuo ciertos contenidos del imaginario social.
Con el subtítulo de Juntos, pero sí revueltos, esta serie retoma elementos de la cultura popular (cómic, símbolos, iconos) para configurar un universo de múltiples sentidos en ambientes urbanos, en el marco de lo que desde hace tiempo se ha llamado pop art. «La cultura de masas es la anticultura», dijo Umberto Eco. Seguramente, por eso el pintor decidió retomar estos elementos —entre iconografía, frases, marcas comerciales— para darle una mayor carga simbólica a su obra. Estos elementos emergen con diferentes ritmos y direcciones hasta que, en su conjunto, conforman una presencia que, en mi opinión, posee una fuerza catártica, tanto en lo personal como en lo colectivo.
La doctora y crítica de arte Astrid Bahamond, en Procesos del arte en El Salvador, refiriéndose al perfil del artista salvadoreño de inicios del siglo XXI, sostiene que las obras de artistas de esta época han sido influenciadas de manera notoria por los mass media, así como por tópicos relacionados con lo urbano, la violencia y el arte popular, lo que nutre, con una variedad de matices, «la imaginería de la posvanguardia universal», y que, en ese sentido, «vemos que el bagaje cultural y vivencial de nuestros artistas deviene no de la educación formal, sino de otros medios, como la televisión y el internet (…)».
Gran parte de la habilidad técnica de un artista está en poder integrar otros elementos para enriquecer el lenguaje de sus códigos artísticos. Así pues, el artista habla del yo que ha sido o ha llegado a ser a través de ciertos acontecimientos, que se acentúan y hacen juego con la composición plástica. Hay aquí rostros, presencias que identificamos —personajes de cómic, personajes históricos, objetos cotidianos—, que asumen la carga de ciertas emociones: vacío, desmoronamientos, pero también esperanza, ingenuidad sentimental, aunque a veces con un trasfondo de tristeza. Pareciera mostrarnos el artista que estamos hechos de pedazos, de ausencias, de algo que se derruye. Pareciera proyectarnos una imagen a través de los personajes y elementos de un tiempo muerto que cobra vida para darle carnalidad a emociones de un espectro variado.
Hay cuadros imbuidos de cierta ternura nostálgica. Los fragmentos saltan, se alían, se tornan expresiones de deseos viscerales. Veo una integración muy significativa de cierta base de líneas y formas con los elementos pictográficos. En algunas muestras, esto se acentúa sobre una suerte de entramado abstracto, haciendo juego con los símbolos e iconos en la composición.
Como espectador, uno se siente parte de esas líneas que corren en diversos sentidos —entre ellos, el histórico mismo—, a través de una especie de armonía fragmentada. En esta muestra, nuestra identidad, tan voluble y diversa (aunque algunos elementos son compartidos en otros contextos), eleva la voz para expresar su tristeza, sus fracturas. Y percibo cierta desolación, una suerte de orfandad que se extiende más allá del sujeto. Percibo también ternura y dolor a la vez: una esperanza por algo que nos ha construido o marcado. Un aferramiento —se podría decir— a ciertos símbolos compartidos. Pero también nostalgia por lo presente y, posiblemente, incertidumbre por lo que se avecina, dado que el tiempo queda en suspenso.
Me parece que ese ambiente de los motivos nostálgicos, que hablan de lo personal y colectivo, es solo una de las lapas de expresión de esta obra, y que hay, además, una proyección de lo banal, que puede convertir la vida en algo sucedáneo de ella misma, en el contexto de la velocidad postmoderna, con todo y la extrema fluidez de imágenes que circulan y que, de algún modo, condicionan nuestra conciencia.
Acercarse a la obra de GoGal es mirarse a uno mismo, tanto en el ámbito de la interioridad como en cierto movimiento en diferentes esferas sociales. Acaso hemos sido felices con poco, pero también eso ya se nos fue de las manos. Esa sensación de pérdida nos mantiene con el ansia perenne de sentirnos parte de algo o en fuga.
Se podría pensar que esta obra también es una especie de canto fisiológico, o hasta escatológico si esto cabe. Esta propuesta artística, por su fuerte densidad, nos hace contemplarnos y vernos en esos objetos, en esos personajes que flotan con vida propia. Pero, acaso agrega otro sentido: nos hace revalorar el tránsito del tiempo, «las cosas perdidas», para encauzar mejor el fluir de lo que nos acontece. Para eso y para enunciar todo lo que somos, o no, o creemos ser, pues, está el grito urbano de estos grafforismos.
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Leer Óscar López: «A veces, me duele ser yo».
EDENILSON RIVERA (El Salvador, 1973). Licenciado en Letras por la Universidad de El Salvador. Escribe poesía y ensayo. Publicó Sarcófago de viento, 2012. Participó en el IX Festival Internacional de Poesía de Granada, Nicaragua, en 2013. Parte de su obra poética se ha publicado en las revistas Gramma (Argentina) y Ligeia (España). Escribe artículos literarios en su blog «metaforademente.blogspot.com» y en el suplemento cultural «Tres Mil» del Diario Co-Latino. Es miembro representante de Falena Editores y parte del equipo editorial de Estro Ediciones. Publicó recientemente su poemario Fabuladora de las nubes (2021).