El escritor y periodista Óscar Flores López, comparte un relato breve de su segundo libro
Papá, mejor vámonos a casa y jugamos un rato en el patio. Entre las ramas del árbol de mangos quedaron las pistolitas de madera. Vos me lo prometiste. ¿Te acordás? Me dijiste que si me portaba bien en el almuerzo y me comía todo el arroz chino íbamos a jugar a los ladrones y a los policías. Me lo comí todo y te cumplí. Hasta unos pedacitos de ajo y el brócoli me zampé. Ahora ya es hora que nos vayamos. Vámonos, papá, levantate. ¿Por qué seguís tirado en la calle? Ahora quiero que jugués conmigo y no con esos cuatro amigos enmascarados tuyos que se bajaron de un carro y te dijeron Ajá, Alex, así te queríamos agarrar, sapo. Y vos les dijiste que aquí en la calle no, que ando con mi hijo, tengan un poco de piedad, aunque sea por los viejos tiempos. ¿Piedad? ¿Qué significa esa palabra, papá? Vos me tenías en tus brazos y no me querías soltar, y les dijiste que mejor otro día, por favor, se los ruego, otro día, ustedes saben dónde me pueden encontrar. Pero uno de tus amigos, el más grande y gordo, se puso furioso y me jaló del brazo, y a vos te entró una gran tristeza en los ojos; me imagino que ha de haber sido porque tus amigos no querían que yo jugara a los ladrones y los policías. No me querías soltar. Me abrazaste. Lo hiciste con mucha fuerza y me dijiste Hijo, no olvidés que sos lo más bello que hay en mi vida, y creo que comenzaste a llorar, aunque ahora que lo pienso, vos nunca has sido hombre de lágrimas; si ni siquiera cuando se murió el abuelo te vi llorar.
Creo que fue más bien porque a esta hora pega fuerte el sol aquí en San Pedro Sula, y segurito fue por eso que se te aguaron los ojos. Por el calor. Por el sol. Por ese vapor que le da cachetadas a uno en la cara y deja sus marcas rojas en las mejillas. La calor, como decís vos, y la abuela siempre te corrige. Que no se dice la calor, muchacho; se dice el calor. Por eso pusiste el aire acondicionado cuando subimos al carro, por ese calor de la una de la tarde, pero apenas logramos sentir un poco del airecito helado que salió de los hoyitos del tablero, porque antes de arrancar llegaron tus amigos y comenzaron a dispararles a las cuatro llantas. Yo di un brinco del susto, pero después me dio tristeza, porque ya no ibas a jugar conmigo. Ustedes los adultos juegan diferente. No es como cuando vos y yo jugamos, que nos reímos y apuntamos las pistolas de madera y con la boca hacemos ese ruido de pam, pum, pam, pum. Yo hago pam, vos hacés pum. Las pistolas de tus amigos suenan diferente. Bum, bum, bum, bum, sonaron, como morteros de fin de año, y en eso uno de tus amigos abrió la puerta y te agarró del brazo, pero antes de que te sacara del carro, vos me jalaste y casi nos caemos al pavimento, y allí fue cuando se acercó uno de ellos y gritó Ajá, Alex, así te queríamos agarrar, sapo.
Parece que tus amigos no entienden las reglas del juego de ladrones y policías, papá. O son tontos o son unos tramposos, porque primero hay que decir Yo soy el policía, y el otro responde Entonces yo soy el ladrón, y el que es ladrón hace como que está robando algo, y en eso llega el que es policía y con la boca hace una bulla como la sirena de una patrulla, y el ladrón sale corriendo, el policía lo persigue, y empiezan los disparos, pero tus amigos comenzaron a jalarme de los brazos, y uno de ellos, el más pequeño y flaco, el que llevaba puesta una gorra del Barcelona, te dijo Alex, soltá al niño, que es a vos que queremos, no compliqués más las cosas. Y vos le gritaste que No lo voy a soltar, y él te respondió Lo tenés que soltar, porque si no también el niño se va a ir en la balacera. Allí me di cuenta que este juego era distinto. Yo les hubiera dicho que así no se juega, porque eran cuatro contra uno, y que vos no tenías tu pistola de madera, mientras que ellos andaban unas que parecían de verdad, como aquellas que vimos la vez pasada en una juguetería del mall, pero que no me pudiste comprar porque me contaste que acababas de gastar un chorro de dinero en un abogado. Yo insistí, y vos te enojaste y me dijiste Ya te dije que no, que gasté una fortuna para que el abogado me sacara de la cárc… Y te callaste. Te pregunté qué ibas a decir, y tu respuesta fue que nada. ¿Seguro, papá? Seguro, hijo, me dijiste, y solo te alcanzó dinero para comprarme un helado de pistacho.
Pero vos no me querías soltar, y ya no empezó a gustarme el juego, pues uno de tus amigos, el más grande y gordo, te dio un puñetazo en la cara y te gritó Que lo soltés, hijo de puta, o le vuelo también a él la cabeza de un plomazo. Y vos que no, que no me ibas a soltar, y en eso me fijé que las personas que venían caminando por la acera se detuvieron de repente, y sus ojos asustados parecían pequeñas bocas que se abrían, así, aggggg, como cuando uno le va a dar una mordida a una hamburguesa, y encogieron los hombros, como cuando empieza a llover y uno se hace chiquito, ja, ja, ja, qué brutos que somos, porque igual nos mojamos, aunque nos hagamos enanos, con la cabeza escondida entre los hombros. Eso fue algo que también me extrañó, porque no estaba lloviendo, sino que más bien hacía ese calor perro de San Pedro Sula. No me vayás a regañar, porque varias veces me has dicho que es malo jurar, pero te juro que les iba a decir que eran unos tramposos, pero esas máscaras que andaban me dieron miedo. Por eso me quedé callado. Vos me abrazaste con tantas fuerzas que sentí que se me quebraban los huesitos, y de repente empezaste a gritar ¡No, no me lo quiten, por favor! ¡Hijo, te amo, te amo! ¡Piedad, tengan piedad! ¡Aquí no, en la calle no, vayan a buscarme más tarde al taller!
Vos y yo jugamos distinto. No decimos palabrotas como esas que dijo otro de tus amigos, el que andaba la gorra del Barcelona, que le decía al otro, al grande y gordo, ese que te dio el puñetazo, ¡Quebrá ya a este hijueputa, mirá que ya se está llenando la calle de curiosos y no tardan en llegar los chepos! Pero el grande y gordo ya estaba más tranquilo y le respondía ¡Calmate, no jodás, no te pongás crazy, que a este man lo pelamos porque lo pelamos, pero hasta que suelte al niño! ¡Y por qué tanta paja, apurate! —le gritaba el de la gorra del Barcelona—. Yo pensé Ah, a lo mejor este amigo de mi papá está enojado con nosotros, porque sabe que mi papá le va al Real Madrid, y a los del Barcelona les duele que nosotros tengamos cuatro Champions en cinco años. A mis compañeros de escuela eso los purga, porque cada vez que me gritan ¡Messi, Messi, Messi!, yo les respondo The Championnnnnssssss, y hago la musiquita de La Champions, y para qué, se ponen furiosos, y el aula parece una gradería del Santiago Bernabéu, y allí qué nos va a interesar cuántos ríos tiene Honduras, o en qué año fue que Colón descubrió América, porque vuelan las bolitas de papel, hasta que la maestra pone orden y amenaza con mandarnos a todos a la dirección.
Eso pensé: este ha de estar enojado con mi papá por las cuatro Champions y por eso quiero matarlo ya y que se acabe el juego. Es que Messi podrá ser muy bueno, pero CR7 es una bestia. Me gusta cuando grita Siiiuuuuuu, aunque mi papá dice que CR7 es un traidor porque que se fue a la Juventus, y yo le digo que no es cierto, que el Ragazzo Agulla y Ricky Ortiz dijeron en la transmisión del domingo en ESPN que fue culpa de Florentino Pérez, porque no quiso darle unos milloncitos más para que se quedara. Florentino es el culpable, solo mirá cómo está tratando de mal a Marcelo y a Keylor. ¡Imaginate que a esos dos monstruos los tienen en la banca! Y el Solari ese no es muy vivo que se diga, ¿verdad, papá? En todo eso pensaba, mientras los hoyitos de los cañones de las pistolas que te apuntaban se movían como cuatro moscas inquietas, y el de la gorra del Barcelona continuaba de necio, y como el otro no disparaba, o sea, el más grande y gordo, el de la gorra juró que entonces él sí iba a jalar el gatillo, porque huevos era lo que más le sobraba, y que la orden era ajustar cuentas con este hijueputa soplón.
Yo era un muñeco de trapo en las manos de aquellos hombres que me jaloneaban de los brazos, de las piernas, de la camisa. La verdad es que ese juego ya no me estaba gustando. Lo único que yo quería era jugar a los policías y los ladrones, pero con vos, y no con esos cuatro amigos que seguían apuntando con sus pistolas y gritaban palabrotas. Otro de tus amigos me dijo Niño, soltate un rato, por favor, que tenemos que hablar unas cosas con tu papá. Solo tenés que cerrar los ojos y taparte los oídos, así me dijo, y fue entonces que pensé que a lo mejor no era de ladrones y policías que querían jugar, sino a las escondidas. Pero creo que tampoco le entendían a las reglas de las escondidas, porque a las escondidas alguien se tiene que poner contra la pared, las manos frente a la cara, como si se tapara de la luz, y cuenta del uno al diez y grita ¡Voy!, y comienza a buscar a los demás jugadores. Vos y yo preferimos jugar a los ladrones con nuestras pistolitas de madera, y dispararnos, vos tirado sobre la grama y yo escondido detrás del árbol de mangos… Qué ricos los mangos con sal y pimienta, ¿verdad, papá? Si hasta me da cosquillitas ácidas acá en la boca, pero vos siempre de loco, no te los comés, sino que agarrás los mangos y me los tirás ¡Granadas!, gritás, y hacés ruidos con la boca, ¡Bam! y yo respondo ¡Pam, pam, pam!, porque así suenan los disparos de mi pistolita de madera, y los tuyos son ¡Pum, pum, pum!, porque decís que es de fabricación rusa, hasta que llega mi mamá de aguafiestas y nos dice que nos callemos, porque mi hermanita está dormida. Me hubiera gustado que mi mamá estuviera con nosotros para que también callara a tus amigos enmascarados. Que les dijera ¡Silencio!, a los que estaban gritando, especialmente al de la gorra del Barcelona ya ese otro que insistía en jugar escondite conmigo y me decía que cerrara los ojos y me tapara los oídos. Ya te imaginás que hubiera andado mi mamá, con esa cara que pone a las diez de la noche, como las rostros de piedra de las estelas mayas que salen en mi libro de historia, uy, que da más mie do que las máscaras de tus amigos, cuando nos dice que dejemos de jugar, que ya es tarde y que la bebé está dormida, y que después los vecinos le ponen quejas de que no pudieron dormir por culpa del pam, pum, pam, pum, y que además el sereno me puede hacer daño y que más tarde es aquel gran gasto en las medicinas. Pero mamá está en casa esperando a que le llevemos el almuerzo.
Solo queremos hablar un rato con tu papá. Somos aleros. Messi, vos solo cerrás los ojos y tapate los oídos —escuché que me decían—. Vos ya no me decías nada. Como que la garganta se te canso de tanto suplicar y no le pudiste aclarar que no me llamo Messi. Solo me seguías abrazando fuerte, y de repente sentí que me volvieron a agarrar de los pies y me sacudieron de arriba abajo, como las sábanas que la abuela cuelga en el tendedero del patio. Messi, soltate un ratito, cerrá los ojos y tapate los oídos —me volvieron a decir—. A todo eso, yo no sabía si vos, papá, jugabas de ladrón o de policía. Quise recordarles las reglas del juego, pero los gritos de sus amigos no me dejaro. Disparale, loco, qué esperás, volvió a gritar el de la gorra del Barcelona. Perate, man, perate, ¿no ves que está el niño? —respondía el más grande y gordo. Y llegó otro de tus amigos, uno que casi no hablaba, y me agarró de los brazos y me los estiró, y yo más confundido que nunca, porque parecía que iban a hacerme la estrellita, y ese juego nunca me he gustado, porque parece de niñas, y yo ya voy a cumplir diez años, y en un abrir y cerrar de ojos me hago hombre y te voy a poder acompañar en tus viajes por avioneta a La Mosquitia y a Colón con aquellos amigos tuyos que me regalaron una camiseta de la selección de Colombia y una peluca de un señor que se llama el Pibe Valderrama. También me lo prometiste, ¿te acordás? Pero esto de la estrellita no me gustó. Y por fin me lograron arrancar de tus brazos, y allí fue que sonó aquel tra, tra, tra, y ahora lo único que quiero es que te levantés de la calle y te limpiés la camisa y nos vayamos a casa a jugar de ladrones y policías en el patio. En el árbol de mango están las pistolitas de madera. Vos me dijiste que las dejara allí. ¡Tra, tra, tra, tra! -se regresó uno de tus amigos para dispararte de nuevo. De verdad, esto ya no me está gustando. Ahora estás tirado en el suelo. Te hablo y parece que no me ponés atención, y además tenés la camisa manchada de rojo. ¿Es sangre? ¿Te salió sangre de la nariz por culpa de la calor… del calor? Acordate que a veces a mí también me sale sangre, y mi mamá me pone hielo sobre la frente y me dice que eche la cabeza hacia atrás. ¿Papa, por qué no me respondés, por qué? ¿Por qué tenés los ojos fijos en el cielo? ¿Estás jugando a encontrar figuritas en las nubes? En eso siempre me has ganado; vos encontrás elefantes, caballos, estrellas. La vez pasada hasta dijiste que veías a Mickey Mouse, pero por más que eché ojo nunca di siquiera con las orejas del ratón. Hoy no hay nubes. El cielo es un enorme techo pintado de celeste, limpio, así que no entiendo por qué no le quitás los ojos de encima. Haceme caso, papá, el juego ya terminó, tus amigos se fueron. ¡Vámonos, papá! De verdad, esto ya no me está gustando. Hay mucha gente alrededor de nosotros, algunos lloran, otros me quedan viendo medio raro, otros toman fotografías y gritan ¡Última hora, última hora, un nuevo hecho violento en la ciudad de San Pedro Sula! Una señora recoge de la calle la cajita con el arroz chino que compramos para mamá.
¿Por qué seguís tirado sobre el pavimento? Tus amigos ya se fueron, y estoy medio nervioso y también estoy algo enojado, porque eso de que me dijeran Messi, Messi, cerrá un rato los ojos y tapate los oídos, no me gustó, porque yo, como vos, papá, le voy al Madrid. Mejor me hubiera dicho CR7, no importa que ahora juegue en la Juventus. A lo mejor es que todos los amigos de mi papá van con el Barcelona, pensé, cuando de repente escuché el grito de ¡Hoy sí, muchachos, acaben con este sapo! Cerré los ojos, me tapé los oídos, pero aún así pude escuchar ese tra, tra, tra, tra, abrí los ojos y vi que tus cuatro amigos, papá, comenzaban a correr, pero uno de ellos se regresó y volvió a dispararte, tra, tra, tra, dio la vuelta, corrió y se subió al carro, y ahora es que los policías me preguntan si les vi la cara. Vos suspiraste y luego te fuiste poniendo triste y engarrotado. Yo igual me siento triste, porque vos no te levantás y ya quiero irme para la casa a jugar de ladrones y policías, y aquí todos lloran y los policías, los de verdad, no dejan de preguntarme cosas. Vaya, papá, vámonos a casa.
Óscar Flores López es un periodista, nació en Tegucigalpa en 1972, ciudad donde reside. Felizmente casado, tiene tres hijos. Trabajó en los periódicos La Tribuna y El Heraldo; es uno de los fundadores de Diario Deportivo Diez y del portal digital Radio House. Actualmente es editor de editorial Colección Erandique. Ha publicado los libros "El que mete el gol gana"; "Messi, cerrá un rato los ojos"; y las historietas infantiles "El Cacique Lempira" y "El príncipe de la poesía Juan Ramón Molina".