Te presentamos una selección del poeta palestino Mahmud Darwish, quien se alza como un faro literario en el horizonte de la cultura árabe contemporánea. Su poesía, cargada de profundo lirismo y significado político, se entrelazan con la historia de su pueblo, plasmando la experiencia palestina con una belleza única
Darwish no solo fue un maestro de la palabra escrita, sino un intrépido narrador de la lucha y el exilio palestino, un testigo de una tierra dividida y una voz que trasciende fronteras y culturas. Su poesía es un testamento a la resistencia, la esperanza y la humanidad en medio de la adversidad, y su legado perdurará como un faro de inspiración para las generaciones venideras
Confeción de un terrorista
Ocuparon mi patria,
expulsaron mi pueblo,
anularon mi identidad.
Y me llamaron terrorista.
Confiscaron mi propiedad,
arrancaron mis frutales,
demolieron mi casa.
Y me llamaron terrorista.
Legislaron leyes fascistas,
practicaron el odiado apartheid.
Destruyeron, dividieron, humillaron.
Y me llamaron terrorista.
Asesinaron mis alegrías,
secuestraron mis esperanzas,
esposaron mis sueños.
Cuando rechacé todas las barbaries,
ellos… ¡Mataron un terrorista!
Homenaje a las víctimas de gaza
Cadáveres anónimos.
Ningún olvido los reúne,
Ningún recuerdo los separa…
Olvidados en la hierba invernal
Sobre la vía pública,
Entre dos largos relatos de bravura
Y sufrimiento.
«¡Yo soy la víctima!». «¡No, yo soy
la única víctima!». Ellos no replicaron:
«Una víctima no mata a otra.
Y en esta historia hay un asesino
Y una víctima». Eran niños,
Recogían la nieve de los cipreses de Cristo
Y jugaban con los ángeles porque tenían
La misma edad… huían de la escuela
Para escapar de las matemáticas
Y la antigua poesía heroica. En las barreras,
Jugaban con los soldados
Al juego inocente de la muerte.
No les decían: dejad los fusiles
Y abrid las rutas para que la mariposa encuentre
A su madre cerca de la mañana,
Para que volemos con la mariposa
Fuera de los sueños, porque los sueños son estrechos
Para nuestras puertas. Eran niños,
Jugaban e inventaban un cuento para la rosa roja
Bajo la nieve, detrás de dos largos relatos
De bravura y sufrimiento.
Luego escapaban con los ángeles pequeños
Hacia un cielo límpido.
A mi madre
Añoro el pan de mi madre,
El café de mi madre,
Las caricias de mi madre…
Día a día,
La infancia crece en mí
Y deseo vivir porque
Si muero, sentiré
Vergüenza de las lágrimas de mi madre.
Si algún día regreso, tórname en
Adorno de tus pestañas,
Cubre mis huesos con hierba
Purificada con el agua bendita de tus tobillos
Y átame con un mechón de tu cabello
O con un hilo del borde de tu vestido…
Tal vez me convierta en un dios,
Sí, en un dios,
Si logro tocar el fondo de tu corazón.
Si regreso. Tórname en
Leña de tu fuego encendido
O en cuerda de tender en la azotea de tu casa
Porque no puedo sostenerme
Sin tu oración cotidiana.
He envejecido. Devuélveme las estrellas de la infancia
Para que pueda emprender
Con los pájaros pequeños
El camino de regreso
Al nido donde tú aguardas.
Moscas verdes
El espectáculo es eso. Espada y vena.
Un soñador incapaz de ver más allá del horizonte.
Hoy es mejor que mañana pero los muertos son los que
Se renovarán y nacerán cada día
Y cuando intenten dormir, los conducirá la matanza
De su letargo hacia un sueño sin sueños. No importa
El número. Nadie pide ayuda a nadie. Las voces buscan
Palabras en el desierto y responde el eco
Claro, herido: No hay nadie. Pero alguien dice:
«El asesino tiene derecho a defender la intuición
del muerto». Los muertos exclaman:
«La víctima tiene derecho a defender su derecho
a gritar». Se eleva la llamada a la oración
desde el tiempo de la oración a los
féretros uniformes: ataúdes levantados deprisa,
enterrados deprisa… no hay tiempo para
completar los ritos: otros muertos llegan
apresuradamente de otros ataques, solos
o en grupos… una familia no deja atrás
huérfanos ni hijos muertos. El cielo es gris
plomizo y el mar es azul grisáceo, pero
el color de la sangre lo ha eclipsado
de la cámara un enjambre de moscas verdes.
La última tarde en esta tierra
La última tarde en esta tierra cortamos nuestros días
de nuestros arbustos y contamos los corazones que nos llevaremos
y los que dejaremos, allí. La última tarde
no nos despedimos de nada, y no encontramos tiempo para nuestro fin.
Todo permanece en su estado, el lugar renueva nuestros sueños
y a sus visitantes. De pronto no somos capaces de ironizar
porque el lugar está preparado para acoger al vacío. Aquí, la última tarde
gozamos de las montañas rodeadas de nubes. Conquista y reconquista
y un tiempo antiguo que entrega a este tiempo nuevo las llaves de nuestras puertas.
Entrad en nuestras casas, conquistadores, y bebed nuestro vino
de nuestra sencilla moaxaja, porque nosotros somos la noche en su medianoche, y no hay
alba portada por un jinete procedente de la última llamada a la oración.
Nuestro té es verde y caliente, bebedlo. Nuestros pistachos son frescos, comedlos,
y las camas son verdes, de madera de cedro, rendíos al sueño
después de este largo asedio, y dormid sobre el plumón de nuestros sueños.
Las sábanas están preparadas, los perfumes colocados en la puerta y los espejos son numerosos.
Entrad para que nosotros salgamos del todo. Dentro de poco buscaremos lo que
fue nuestra Historia en torno a la vuestra en los países lejanos
y al final nos preguntaremos: ¿Al Andalus estuvo
aquí o allí? ¿Sobre la tierra… o en el poema?
¿Cómo escribir sobre las nubes?
¿Cómo escribir sobre las nubes el testamento de mi gente?
Si mi gente
abandonó el tiempo al igual que su abrigo en las casas,
y mi gente
cada vez que construye una ciudadela, la destruye para erigir
sobre ella
una jaima para su nostalgia por la primera palmera.
Mi gente traiciona a mi gente
en las guerras de la defensa de la sal. Pero Granada es de
oro, de la seda de las palabras bordadas con almendras, de la plata de las lágrimas en
la cuerda del laúd. Granada es la gran ascensión hacia sí misma
y será lo que desea: la nostalgia por
cualquier cosa pasada o que pasará. El ala de una golondrina roza
el pecho de una mujer en su lecho y ella grita: Granada es mi cuerpo.
Un hombre pierde su gacela en el desierto y grita: Granada es mi país,
yo soy de allí. Canta para que los jilgueros construyan de mis costados
una escalera al cercano cielo. Canta el heroísmo de los que ascienden hacia
su muerte, luna a luna, en la callejuela de la amada. Canta a los pájaros del jardín
piedra a piedra. Cuánto te amo, a ti que me has despreciado.
Cuerda a cuerda, en el camino hacia su cálida noche. Canta.
El aroma del café después de ti ha perdido su mañana. Canta mi partida
del arrullo de las palomas sobre tus rodillas y del nido de mi alma
en las letras de tu sencillo nombre. Granada está destinada al canto. Canta.