Los poemas exhiben una mezcla hábil de recursos poéticos, creando un
paisaje lírico que invita a la reflexión sobre la naturaleza, la existencia y la
expresión artística
Los peces
La música era el lugar donde los peces habitaban.
Nosotros no podremos entender nunca esa dicotomía del tiempo y el movimiento, un pez pesa el sonido en el interior de su alma.
Nosotros solo alcanzamos a refugiarnos en la cadencia mínima de la torpeza del cuerpo.
Rostro en el mar
Los ojos del agua miran la inmensa bahía y desconozco la promesa que tiene la tierra en las entrañas. Es la historia que un viajero necesita escuchar para hacer en la orilla una casa.
El hombre de zapatos viejos que recoge los desperdicios de las esquinas de otras casas y el sonido que abre la piel del agua que viene y abraza la madera del muelle.
Parece un extraño lugar para dejar los desperdicios, porque a la orilla del mar regresan
siempre.
Los oídos tienen adentro de su cauce murmullos inciertos, cuando recoge el agua en la cuenca son todos los sonidos el grito del mundo.
Sobre la vieja poesía
Debajo de la sombra de un árbol viejo leo un libro de Charles Simic, recuerdo haber leído en desorden muchas páginas, unas que decían con claridad /En San Francisco, ese invierno,/había una pequeña y oscura tienda/llena de Budas somnolientos./La tarde que entré/nadie vino a saludarme./Estaba parado entre los sabios/como si tratara de leer sus pensamientos./ Y entendí, o creí entender que el drama de estos poetas, los que están cerca, me sujetaba desde lejos, como una visión triste que a Simic le daría mucha risa. Quise encontrar una respuesta certera, escatológica, quirúrgica como las palabras que Simic encontró en algún momento de su historia. Todos a los que les interesa la poesía —muy pocos cada año que transcurre debajo de la sombra de un árbol viejo —me dicen que escriba sobre los muertos, los asesinos, las drogas, la maldad o los amantes, y me quedo de pie imaginando todos estos datos tristes del mundo, donde los poetas llegan cada mañana a recoger su desgracia y aunque el tiempo repasa en mi piel el brillo de la memoria, no me interesa el breve sentimiento de odio hacia el mundo. Hoy el sol está furioso con las flores y mueren sin remedio e intento mirar hacia un lugar donde los poetas dramáticos de esta tierra no miran. Existe algo entre los dedos de las palabras que nadie ha acariciado nunca.
Elogio de la tarde
El borde de las palabras las desordeno en los poemas que leo
los poemas de mi tiempo donde todas las cosas hermosas fueron escritas
me gusta el pasado con su trama brumosa y brillante
sonrío ante el asombro de la especulación de los sentidos
porque aquí en mi tiempo tan propenso a la dramática muerte de la tarde,
la niebla cruje menos hermosa en el borde
no entiendo la disonancia de las nuevas palabras, si adentro habita el viejo nombre
terrible, dulce, asombroso y débil
el tiempo es un compás de música perfecta en la esquina de la poesía
que suena lenta en mi cabeza
ahora mis ojos solo ven la tarde
el brillo que salta de mis ojos y envejece
el futuro no es más que el pasado de otro nombre
he visto caer la neblina en mi rostro y escuchado otras voces
más sabias y hermosas
quizá las edades de las palabras me están nombrando ahora.
Borde de la mesa
Levemente me levanto de la silla para apartar con mi dedo gordo del pie
un diminuto pedazo de hilo que cayó del borde de la mesa.
Lo miro por unos segundos; después, largo rato.
Me absorbe la tranquila inconsciencia de la vida de las cosas, la manera distante que tienen de engullir el tiempo; el instante infinito, cuando no precisan efectos ni atajos.
Decir el tiempo con las palabras turba mi inclinación por la gravedad de todo lo que miro. Debe ser sin sonido—y cómo escribo algo así—luego mi dedo gordo del pie se desliza sobre el suelo helado y cierto temblor de frescura inunda la piel, tanto que logro mirarla. Después, vuelvo a mi asiento, a mi postura humana, veo de reojo el hilo
poseyendo el tiempo como jamás podría hacerlo yo.
Lya Ayala Arteaga (San Salvador, 1973). Poeta. Aparece en las antologías Alba de otro milenio (Dirección de Publicaciones e Impresos, DPI, 2000), de Ricardo Lindo; Otras voces (DPI, 2011); El Libro del voyeur (Ediciones del Viento, España, 2010); Lunáticos, poetas noventeros de la posguerra (Índole Editores, 2012); Ventanas (Ediciones La Fragua, 2012); Segundo índice antológico de la poesía salvadoreña (Índole y Kalina editores, 2014); Mujeres que se crean así mismas (Valparaíso ediciones, 2016). Ha publicado Verde (Dirección de Publicaciones e Impresos, DPI, 2001); Rojas las palabras (Editorial del Gabo, 2016); Piel del mar (2020, ebook); Memorial del árbol (2004, ebook); Pájaros de arena (2018); El árbol tiene un corazón impenetrable (2018, ebook); Los niños que no fueron a la guerra (Premio Juegos Florales de Ahuachapán, 2019, DPI).