Poemas de Roger Guzmán




Compartimos poemas inéditos de Roger Guzmán, del libro La inmensa melodía de los corazones


Una foto de ellos en mi celda


—Y antes, ¿qué querías ser?
—¿Cuándo? ¿Antes de ser pandillero?
—Sí
—Quería ser pandillero

Texto basado en reportajes acerca de las pandillas en El Salvador, principalmente acerca de «El Directo».

0

Tengo una foto de ellos en mi celda

con sus ojos de desastre en el lodo

conectados los unos a los otros

a través de la insaciable carroña

Son los dientes del roedor el miedo

son nuestros rostros pegados al fango

son nuestros instintos de bestia torpe

de homo sapiens de animal extraviado

Tengo una foto de ellos como un clavo

que me fija a las piernas del que ya

no tiene sus piernas del que perdió

sus brazos y sus ojos y se duele

por miedo del fantasma de sus restos

por miedo de esta foto que aprisiona


I
Voy a la iglesia con mi manojo de citas bíblicas y
mi camisa por dentro sin pensar o
tal vez pensando que tengo una fotografía de ellos en mi celda porque
uno busca a la familia porque uno la necesita
unos minutos una llamada de vez en cuando todos los días porque
somos un montón y tenemos que matar gente allá afuera quemar
buses gente de repente hacer un caos y
mi fotografía en las noticias y la fotografía de ellos en mi celda hacer
alianzas sin ganas de meterme en problemas

Uno busca la forma piensan ellos los tenemos que encerrar y yo
ya estoy afuera pero ellos piensan hay que agarrarlo una patrulla
me escondo y cierro la puerta porque yo estaba en la iglesia con mi
manojo de citas bíblicas y me pusieron la pistola me
condenaron por cosas que no hice he hecho cosas he hecho
otras cosas pero no me condenaron si no por algo que no hice y le
clavé un lapicero a un loco por lo que pudieron procesarme pero
no lo hicieron y me pusieron una pistola los culeros me
pusieron una pistola y hubieran preferido matarme



II

Herí al «hijueputa» porque no me quitaba las letras y querían
matarme porque no me quitaba las putas letras y nos
peleamos y lo herí y lo mandé al hospital pero no me procesaron ellos
tenían luz verde me iban a matar tarde o temprano sabía
me iban a matar mientras yo les servía pelear
para ellos se acabó para mí hay algunas cosas de las que
me arrepiento algunas cosas que hice algunas
que permití que hicieran han pasado tantas
cosas a mi alrededor varias cosas así
como las que sí he hecho
por las que si pude ser condenado
como las que sí hice




Vaciaba mis ojos en sombras

I
Vaciaba mis ojos en sombras pero ahí estabas vos
con el mar contenido en tu nombre e inseparable del cielo
ahí estabas en un autobús sentado a mi lado
y aislado de los rugidos de la carne y del chirriar los metales

Tus palabras se deslizaban hacia mí hasta darme sus mundos
y hacerme olvidar que nos encontrábamos en las entrañas de un monstruo
tu boca me sumergía fuera del ruido de los motores
y del infierno de aquellos que buscan histéricamente acabar con la vida

Quería encontrar un lugar para verte seguro
un lugar que le diera respuesta a todas tus preguntas
un lugar sin voces que intenten aprisionar tus sueños
y que pudiera colmarte con nuevas preguntas y nuevas respuestas
sin la posibilidad de vivir ahogados en la repetición de las cosas
ni la probabilidad de morir calcinados en un autobús

II

Pero tuve que verte ese día clavado a nuestras almas
como a un pájaro mecánico que se dejaba caer
tuve que verte en la lucha por retornar a la vida
con tus ojos dilatados en las intermitencias del adiós

Tuve que verte a mi lado y pensar «estás tan cerca tan cerca y doloroso y bello»
porque estabas hermoso a pesar de todo
estabas cansado y ya fundido
derretido entre el fango
de mis brazos que también se derretían

Tuve que verte huir de los metales que impotentes
hacían visible nuestro grito en el aire

Y moldeamos la nube más espantosa de aquel paisaje
y derramamos la lluvia más indecible de aquel silencio




Texto escrito parcialmente por mí, parcialmente por Ana Dolores Arias.

A Ana e Irma.

Cuando las luciérnagas traían la noche


Abuela recuerda cuando las luciérnagas traían la noche
cuando con sus alas tomaban la luz del día y la guardaban en sus estómagos
y empujaban al sol hasta el otro lado del mundo
para que se apagaran las luces de este lado y cantaran los grillos
y pudiéramos dormir y soñar cosas bonitas
que mantendríamos en secreto hasta que se hicieran realidad

Abuela cuenta que el sol es una araña tramposa
que teje su tela en el cielo para atrapar a las luciérnagas
porque no le gusta estar sola
y por eso el cielo nocturno
se adorna con las estrellas
que en realidad son las luciérnagas atrapadas por el sol

Abuela dice que aunque no lo notemos
la luna es un gran salón de fiestas para las luciérnagas
y que esas luciérnagas atrapadas en el firmamento
todavía trabajan por mantener el equilibrio
entre la noche y el día
entre el tiempo de jugar y hacer nuestras tareas
y nuestro tiempo de soñar cosas bonitas
que luego haremos realidad



Un abismo que soy y que me traga



Como un rompecabezas en desorden, arrojado al vacío, me fui olvidando de mi nombre.
Te vi correr con todas tus fuerzas en medio de la noche, te vi llorar por mi causa.
Corrías para alejarte de mí y yo te perseguía sin poder alcanzarte.
Te perdí de vista pero me guiaba por el rastro de tus lágrimas, que se hacía más evidente cuanto más avanzaba.

Corrí sin tener resultados.
Corrí en medio de la calle donde te vi la última vez.
Corrí cuesta arriba y contra las corrientes que alimentaban tus lágrimas,
hasta llegar a un puente que atravesaba un río interminable donde se perdían tus huellas.

Me encontré con un caminante que me dijo te había visto hechizada por el río,
que me dijo te había visto parada al borde del puente sólo para mirarlo,
y que en algún momento, que él no presenció, dejaste de estar allí
y en tu lugar había una flor que perdía sus pétalos como si alguien se los arrancara.

No supe qué responder y mi cuerpo caminó automáticamente al borde de aquel puente.
Traté de abarcar con la mirada la inmensidad del río y mis ojos se inundaron.
Cayó mi primera lágrima y el caminante dijo que había dejado caer uno de mis pétalos,
y que había dejado de ser un hombre y que mi cabeza estaba llena de abejas y mariposas.

Ya no pude responder, sólo la brisa se escuchaba cuando intentaba hablar.
Mi primera lágrima tocaba la superficie del agua mientras el ahogo minaba mis fuerzas.
Otra de mis lágrimas tocaba la superficie del agua y algo más se rompía en mí.
El caminante hablaba afligido como si tratara de convencerme de algo.
Mis sollozos llamaban a la tormenta y los pájaros huían de ella.
Mis palabras agitaban los vientos y las mariposas morían por ello.
Mis gritos partían los cielos con sus tambores de luz.
Y todo se partía en mí y todo se partía afuera.
Y los pedazos de todo volaban por todas partes con la inercia del vacío
y sin nada que pudiera detenerlos ni oponerse a que se despedazaran todavía más.

Como un rompecabezas en desastre se desprendieron mis pies del puente.
El cielo, roto en millones de partes, cayó como flores marchitas arremolinadas y dispersadas por el viento,
que cuando tocaban la superficie del agua le daban forma a la ruina.

Yo gritaba y me lo repetía con demencia, o pensaba que gritaba, que nada tenía sentido.
Yo caía o pensaba que caía y me ahogaba, tan mínimo como soy, tan fragmento, en las arenas de un reloj.
Yo gritaba que mi sangre me quemaba.
Yo gritaba que mi sangre me ahogaba.
Gritaba que mi sangre no era mía,
que mi sangre era tu sangre
y que guardaba un silencio tan profundo y oscuro como el agujero que antes contenía a las estrellas.

Gritaba que caía porque caía.
Y no luchaba aunque me imaginaba un hombre desnudo y desarmado que peleaba contra todos los hombres del mundo
y contra todas las bestias.
Me imaginaba que luchaba y era herido,
que elevaba un rugir de tormenta en un cielo que se derrumbaba y nos lanzaba sus astros para acabarnos,
que caía y me levantaba y otra vez era herido,
que caía y pensaba que debía seguir en la pelea,
aunque nada tuviera sentido,
ni siquiera las palabras que alimentaban estos pensamientos.

Como un rompecabezas en desorden se repetían ciertas cosas en mi mente.
Como un rompecabezas sin sentido se pronunciaba un tictac en mi interior.
Se repetía, por ejemplo: «esto no es un reloj, es un corazón y ya no late».
Se repetía: «yo he visto a las estrellas, son luces que llevamos sobre nuestras cabezas».
Se repetía: «vi miles de ojos dentro de mis tinieblas».
Y que una tormenta se avecina mientras huimos por el océano en una balsa mal armada.
Y que cuando la tormenta escampe seré el cuerpo breve de un niño tirado en la playa o el desierto.
Que esto no es un reloj,
sino nuestro tributo aterrorizado por el mar.
Que esto no es un corazón,
sino un arbusto raquítico que se mantiene en pie entre las grietas del asfalto.
Que esto no es un reloj, ni un corazón ni tendría que latir,
sino una mancha en el suelo que es tragada por la tierra,
sino una mancha en la pared y un vestido rojo y el partir del pan,
sino un niño y otro niño y todos los niños ofrecidos a la ruina,
sino todo el lodo que trata de asirse a las cenizas,
sino un montón de pájaros hambrientos que vuela en círculos a mi alrededor.

Y como hojas marchitas arrojadas al fuego caía yo desde aquel puente.
Y la caída era tan interminable que olvidé el éxtasis de la misma.
Miré hacia arriba y vi el lugar que antes era el cielo tomado por las nubes.
Miré más cerca al puente que acababa de soltarme,
lleno de las flores que se dejaban caer con la calma de una lágrima en la mejilla de un niño.
Miré a mi lado
y vi otro montón de flores que caía pero que no parecía que cayera.
Me vi, entonces, rodeado de flores
y de sus pétalos desprendidos
y de los míos
y de la brisa cargada de llovizna
o de tormenta
o de los ruegos de todos aquellos que se lanzaban del puente.

Envejecimos mucho, nos marchitamos.
Pareció que dejamos de ser flores.
Hubo un destello por todo lo alto.
Entonces fuimos estrellas que colapsaban,
que morían
y aún así no paraban de colapsarse,
hasta que un abismo se apoderó de nuestros cuerpos,
y un hambre tan feroz
que nos dejó en la más total de las oscuridades.

Entonces ya no supe nada acerca de mí hasta que me vi tragado por mi propio abismo.
Entonces me vi en un cuerpo parecido al mío pero que no era el mío.
Entonces vi que uno de tus cabellos se agarraba a mi garganta
y me supe un hombre colgado del cuello a la rama de un árbol,
me supe asesinado por el poder las leyes
de la propiedad de unos hombres sobre otros.
Me vi sofocado por una destrucción interior
que agitaba sus espumas en mi boca
y me hacía temblar todo el miedo
y el agujero del abandono y la desesperanza.
Me supe un niño, sólo un niño,
obligado a trabajar hasta ser ceniza.
Me supe un niño
seducido por los genitales de un monstruo.
Me supe un niño
golpeado una y otra vez por quienes debían protegerlo,
amparados en la invasión de sus sangres en su sangre,
y por el valor de sus manos para fabricar los mundos
de todos aquellos que debieran darle uno.

Me supe una mujer suspendida a un puente,
hipnotizada por la música de un río.
Me supe en el ahogo
y en la lucha de mi cuerpo contra el agua
hasta que no fui más que una mujer que duerme
y flota
con las ondas del agua tomadas a su espalda,
como alas para volar lejos de este cuerpo
del que salté para liberarme de una vez por todas.


Roger Guzmán

(San Salvador, El Salvador, 21 de julio de 1981.)

Fue parte del taller de poesía de La Casa del Escritor cuando la dirigía el escritor, músico y periodista Rafael Menjívar Ochoa (San Salvador, El Salvador,17 de agosto de 1959 – San Salvador, El Salvador, 27 de abril de 2011).

Obra publicada: “Un sitio sin lugar” (Editorial Equizzero, 2010); “Me ahogo, me ahogo, ahogo” (Proyecto Editorial La Chifurnia, 2015); “Óxido, pena y verdugo” (Zeugma Editores, 2016); “¡Ay, ay, ay! ¡Uy, uy, uy!” (Proyecto Editorial La Chifurnia, 2017); “En este agujero innumerable” (Estro Ediciones, 2021)

Deja una respuesta

Your email address will not be published.