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Té para dos, cuento de Karen Vanessa Rivera

Té para dos, cuento de Karen Vanessa Rivera

Karen Rivera, autora de este cuento, forma parte del Taller Literario Maíz, un espacio que promueve la escritura creativa entre jóvenes


Karen Vanessa Rivera | Estudiante universitaria e integrante del Taller Literario Maíz


En ocasiones, me parece fascinante la idea del tiempo. Hay tiempo para todo. Y este suele moverse —desde mi punto de vista— en nuestra contra. Cuando necesitas que no se muevan las agujas del reloj, estas parecen dar más vueltas que las ruedas de los automóviles. Cuando necesitas que avancen deprisa, hasta las tortugas se mueven más rápido que ellas.

Me parece increíble lo rápido que ha pasado este mes. He mantenido nuestra relación en total secreto. Treinta días. Ni una sospecha. Treinta días, y los nervios a flor de piel. Aunque no lo creas, siento lo mismo que tú. Siento confusión, miedo, amor, alegría.

Supuse que estarías hambriento. Últimamente comes demasiado. Así que ¿por qué no vamos a mi cafetería favorita, la que queda cerca de la iglesia? Esa ambientada en los años 60, donde suenan canciones como Lady Madonna de The Beatles o Paint it Black de The Rolling Stones. Supongo que el ambiente de los 60 no es para todo el mundo: eso lo hacía un lugar perfecto para pensar.

El mismo camarero de siempre nos atendió. Nos había ofrecido café americano. Sin embargo, decidí que lo mejor sería que tomáramos un té. Sé que el café te hace mucho daño, y, aunque todavía no sé qué pasará con nosotros, estoy segura de que no te quiero hacer ningún daño.

El camarero tomó la orden y se retiró. Observamos nuestro entorno. En la esquina había una pareja de ancianos que parecían comerse al mundo: criticaban a todo el que pasaba. Aunque, siendo honesta, era solo el señor. La señora asentía y tomaba café posando la vista en cualquier parte. ¿Se sentiría atormentada? 

El mesero nos llevó la orden.

—Para la señorita, un té de manzana con canela.

Sonreí. No soy de las que toman té. Y no necesitaba mirarte para saber que también estabas sorprendido. Después de tres años pidiendo café americano, mi favorito, hoy pedía té. Esto llamó la atención del mesero y me preguntó el porqué.

—El amor. Por amor sacrificas todo.

Él asintió y se retiró. Tú sonreías de una manera única. Noté tus suaves y delicadas caricias en mi piel. Ni siquiera sé si podremos estar juntos, pero algo en mí no quiere dejarte ir. Es raro, pero cierto.

Hablamos de muchas cosas, hasta que finalmente decidí preguntarte por qué deberíamos estar juntos. Sonreíste. Me ofreciste una vida llena de amor, de aventuras, de unidad; sobre todo me ofreciste una vida juntos hasta el fin de mis días.

Debo admitir que tu respuesta no me sorprendió. Para ser honesta, la esperaba. Estoy consciente de que nunca he sido una mujer responsable con mi vida. Y ahora apareces tú ofreciéndome una vida juntos. ¿Cómo se supone qué voy a llevar eso? Nunca tuve la necesidad de preocuparme por otra persona que no fuera yo. No tengo hermanos. ¡Ni siquiera un perro! Además, me ofreces una vida de «alegría», «amor» y «muchas aventuras»; pero sé que no siempre será así. ¿Y cuando empecemos a pelear? ¿Cuando me meta en tu vida? ¿Cuando opine sobre tu trabajo? Me dices que seré la “reina de la casa”, que vas a estar conmigo hasta mi muerte e incluso más allá. ¿Y cuando tengas que viajar? ¿Seguiré siendo la única mujer de tu vida?

Me parece que no podremos seguir con esto. ¡Apenas tengo 19 años y quieres que tome una de las decisiones más importantes de mi vida! Aunque yo decida lo contrario, nuestras familias, la sociedad y la Iglesia me exigirán estar contigo y dirán que somos familia. Y eso es algo que ya sé, pero no estoy lista. 

Solo se empezaban a escuchar las notas de Real Love de The Beatles cuando el sonido de la puerta llamó nuestra atención: vimos a una mujer joven junto a su pequeño hijo. El niño tenía su cara roja. Parecía molesto. Y, por los gestos del señor de la esquina, como que la criticaba. La joven sonrío y fue a la caja. Pidió galletas de avena para el niño. El niño comenzó a hacer una rabieta porque prefería las galletas de chocolate.

La pareja de ancianos la analizaba de arriba a abajo lentamente, y poco a poco el anciano comenzó a criticarla en voz alta y la anciana comenzó a asentir, temerosa. La joven volvió su mirada hacia ellos. Caminó hasta su mesa y muy firme les dijo: 

—No son las madres jóvenes las tontas. Es nuestra sociedad «propartos» y no «provida». Es la sociedad que critica de manera destructiva y no ayuda ni aporta al cambio. 

Sonreíste. 

La joven retiró su pedido y se fue junto con el pequeño, que aún tenía lágrimas en su rostro. El señor enrojeció de la rabia. Tú estabas muerto de risa al ver todo lo que había pasado.

Hablamos sobre lo nuestro, sobre nuestra relación. ¿Qué pasará con nosotros? ¿Qué pasará si esto avanza? Tú me ofreces alegría, amor y muchas aventuras. ¿Crees que vamos a comer alegría? Claramente no. Necesitamos más que «alegrías» para vivir dignamente.

La gente nos verá de menos. ¿No viste cómo criticó el anciano a la joven? ¿Oíste lo que dijeron? Si bien es cierto, ella se defendió, pero igual que ese señor hay demasiados en el mundo. Yo puedo ser la próxima que esté en boca de ancianos groseros. Y así como esos ancianos, mi amor, así es la gente.

Sonaba la canción Blowin’ in the Wind de Bob Dylan cuando el sonido de las campanas de la iglesia se hizo presente e inundó la cafetería con su ¡talán, talán! Tenía un semblante de tristeza y tú lo notaste. Me preguntaste qué me pasaba. La pregunta correcta era: ¿qué no me pasaba? Al cerrar mis ojos, pude sentir la brisa leve y recordé a mi abuela. Ella fue la primera en llevarme a la iglesia. Cuando murió, me alejé de todo ese mundo y sentí la necesidad de ir al lugar donde las campanas estaban siendo tocadas.

No lo pensé mucho. Saqué rápidamente el dinero. No me tomé la molestia de contarlo, pero dejé lo suficiente para pagar el té y dejar la propina al mesero. 

Me levanté del asiento y caminé hacia la salida. El mesero se levantó a limpiar nuestra mesa.

 —¡Señorita, olvida esto! —dijo, con un tono preocupado. 

Me lo dio y siguió limpiando. 

Salí de la cafetería y apreté el sobre. Humedecí mis labios con la lengua mientras miraba el cielo, la iglesia y el papel. ¿Cómo podía olvidar esta prueba? Es la razón por la que estoy aquí.

«Resultado: Positivo». ¿Positivo? ¿Y qué tiene esto de positivo? Ni siquiera yo lo sé… Quizás él lo sabe. Pero ¿qué tiene esto de positivo? ¿Qué tiene un embarazo no planeado de positivo? ¿Positivo para quién? No niego que tengo mucho miedo. Pero, realmente yo sí te amo, seas niño o niña, te amo. Una gran aventura está por comenzar. Eso es lo más positivo que viviré en mi vida, y la viviré positivamente contigo. Donde yo vaya, tú vendrás también conmigo.

Me parece fascinante la idea del tiempo. Quiero tenerte conmigo pronto, pero no tan pronto. Y cuando estés aquí, quisiera que el tiempo se detuviera. Tiempo: eso que me parece imposible esperar para tenerte conmigo.



KAREN VANESSA RIVERA ROSALES (El Salvador, 2003). Estudia Licenciatura en Biología en la Universidad de El Salvador. Desde el 2020, es parte del Taller Literario Maíz donde, junto a mis sus compañeros y amigos, aprende y crea nuevos mundos gracias a las letras. 

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