Noé Lima, en 2015, escribió esta reseña que sigue tan vigente sobre el libro de Luis Borja: El disparo: cuentos del barr(i)o, poemario con el cual Borja ganó un accésit en el XXIV Premio de Poesía Jaime Gil de Biedma. El disparo, publicado en España por la prestigiosa editorial Visor, probablemente sea el libro más celebrado del poeta salvadoreño
Noé Lima | Poeta y artista plástico
Hace unos días, estando en una casa del barrio La Chacra, pensaba en este libro. Lo hice pensando en el dolor de la gente, de cómo se vive en zonas marginales alejadas del progreso del que se jactan los gobiernos; en ese epicentro de la desigualdad de donde siempre escapamos algunos afortunados, los que todavía podemos narrar lo que sucede.
Pensaba en él al saber de un chico que se enfrentó a tiros con la Policía Nacional Civil. Terminó herido; pero sus heridas vienen de antes, de una sociedad fragmentada, intolerante, irracional y cargada de odio.
Leerlo implica ver un panorama cargado de angustia en la sociedad salvadoreña, de esa que todos, sin querer, somos espectadores y a veces protagonistas de la incertidumbre. Nos preguntamos si mañana estaremos vivos o si nuestros nombres estarán en la estadística oficial de los homicidios. Esto se evidencia en poemas como «La bala perdida», donde el azar siempre juega un papel en la cotidianidad y la muerte se lleva en los hombros, esa eterna compañera de viaje.
Hay un personaje que se visualiza, se transforma a lo largo del libro El disparo, de Luis Borja. Se personifica llevando la ira, la muerte como fin cotidiano, la bala que está en la mirada de la «Jaina», en el verdadero rostro de la ciudad cuando cae la noche, en el pozo donde yacen los restos de las víctimas causadas por las maras en el municipio de Turín, en el trayecto hacia el norte para gozar del sueño americano, en la silla de ruedas que termina siendo un epitafio viviente de lo que fue la vida. Prácticamente se desplaza a lo largo del texto. Se sugiere a veces hasta con ternura demoledora. ¿No es acaso la muerte el fin de todo hombre? como en el poema de Vicente Aleixandre «Y se querían», donde la esperanza por la eternidad siempre se presenta a lo largo de la historia poética. En este país se vuelven eternos los recuerdos de sus muertos, los que se lloran para siempre.
Las visiones pueden ser significativas, siempre y cuando haya algo real que las justifique. Aunque el entorno real que se toma sea imaginario, no vivido, puede, claro está, cobrar fuerza por ese trozo de la realidad que se ha usado para transformar el poemario. Lo irreal solamente cuando sirve de puente expresivo para mostrar la realidad, es cuando se haya en condiciones poéticas que pueden justificar la irracionalidad de un poema.
El disparo: cuentos del barr(i)o posee una estructura sólida, con poemas que tienen pisos imaginativos bien elaborados. Una constante irracional en cada pieza que el lector podrá encontrar como cinematográficos. Todo eso aparece definido claramente por la yuxtaposición de los planos imaginativos, cargado de imágenes visionarias a veces, incluso arriesgadas. Vemos esa constante de planos reales e imaginarios que siempre llegan al mismo punto, el símbolo como herramienta para modelar la realidad que se explora en el libro.
Desde el principio el Símbolo se emplea como medio irracional. Va marcándose constantemente hasta volverse pauta para comprender estrofas o versos. Podemos incluso atrevernos a pensar que se trata de un Símbolo de libro completo, sin dejar de lado que todo radica en la minúscula manifestación de la muerte: Una bala.
La plasticidad de las imágenes es claramente usada como recurso para un fin: buscar la emoción del lector. No lo concibe como efecto inmediatista sino como medio para quedarse en la memoria de él y también en la nueva poesía salvadoreña.
Los elementos del libro llevan un discurso que lo vuelve universal. Se nutre de la brutalidad de esta sociedad —y como muchas, en condiciones de desigualdad—, que parece no tener memoria. Se han olvidado ya de la guerra, de la pobreza y sobre todo ven normal esta enfermedad de la violencia social. Se mata como sobrevivencia y se escapa para poder contar lo que sucede.
Dejaremos, pues, que Luis Borja dispare, que la detonación sea siempre una metáfora libre, desideologizada y con la ausencia de esa bala que nos acostumbraron a ver en los telediarios.
San Salvador, De La Nueva Era Violenta, cuatro de febrero de 2015.