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La farsa de la guerra

Nelson López Rojas nos comparte reflexiones diversas sobre los Acuerdos de Paz en El Salvador


Evitemos confusiones: la nación moderna como comunidad imaginada es el fruto de un proceso colectivo de invención y esto no tiene nada que ver con los conceptos de «verdad» o «mentira»;
inventar no es mentir, sino crear. Las naciones  no  son  «mentiras»,  como
tampoco son «verdades», son creaciones colectivas.
Juan Carlos Garavaglia


En El Salvador hubo una guerra civil que terminó en 1992 con los Acuerdos de Paz. Una guerra donde me imagino a rusos y gringos sentados viendo, como en el Juego del Calamar, a los pipilitos matarse los unos con los otros y que, al final del juego, deciden ponerle punto final con los acuerdos.

A 32 años de la firma de los Acuerdos de Paz, veo con desconsuelo que muchos millenials y los de la generación X, Y o Z no sepan qué cosa fue la guerra ni qué cosa se conmemora el 16 de enero. Yo estudié el bachillerato el año de los Acuerdos y en ninguno de mis tres años de contabilidad me enseñaron sobre la guerra ni la paz, pero tampoco es como que se nos enseñe en la escuela sobre nuestra historia. Dejaré el tema de la educación para otra conversación.

A 32 años de los Acuerdos, veo con desconfianza a aquellos que luchaban por el pobre, por el desposeído, por el oprimido, y de la nada se hicieron de tierras y propiedades, de gasolineras y agencias de seguridad, a aquellos que nos ilusionaron con un parque de los pericos que resultó ser el negocio del siglo para los centros comerciales y viviendas opulentas de la zona.

Y sí, los Acuerdos de Paz fueron el primer paso para algo que ambos bandos pudieron haber aprovechado mejor para el bienestar de la población, pero que se quedaron en intenciones. Imagínese, amigo lector, que hoy es el cumpleaños de mi mamá y ella me ha pedido que la lleve a la playa. Yo digo que la voy a llevar. Tengo la intención de llevarla. Pongo en mis redes que madre solo hay una y que es una bendición que hoy cumpla años y que la voy a llevar a la playa. La gente de Chapultepec y de la comunidad internacional me aplauden porque suponen que soy un hijo ejemplar. Al final, pasó la foto, pasó el show y la señora se quedó con el traje de baño puesto y yo nunca aparecí. Pero, las intenciones las tuve y le llevé un pastel.

Y la población vio el pastel y dijo, «ah, por lo menos hay pastel».

Las intenciones no fueron suficientes, pero sí un buen inicio. ¿Y el pastel? Bueno, no. Aunque sí hubo pastel, no era lo que se esperaba. Esos Acuerdos sirvieron para que yo esté ahora detrás de una computadora expresando mis pensamientos sin miedo, sin miedo. O casi.

En 1993 se crea la ley de amnistía porque como hermanos teníamos que reconciliarnos. «Perdón y olvido» nos decían, pero sin los pasos obligatorios de una justicia transicional, la amnistía se convirtió en impunidad. Es como barrer y tirar la basura debajo de la alfombra:  esconder lo evidente, lo que ha pasado. ¿Y la dignidad de los familiares de las víctimas? Las heridas invisibles que dejó la guerra nunca sanaron, nunca tuvieron tiempo de sanar, pues seguían ambos bandos echándole vinagre a la herida.

Si la guerra civil —según el informe de la Comisión de la verdad de la ONU— dejó 75,000 muertos, la posguerra casi dobla esa cantidad. Y gracias a que cientos de miles huyeron y se refugiaron en EE. UU., Canadá, Suecia, México, Australia, España, Italia, ahora tengo amigos y familiares exiliados en estos países. Hay que verlo por el lado amable, ¿o no?

Los acuerdos sirvieron para que ambos bandos dejaran de ser enemigos de armas y se convirtieran en enemigos —o aliados— políticos. De ahí que ARENA era la mejor opción porque ellos no habían dinamitado puentes ni matado vacas y que los del Frente se iban a comer a los niños y que ni ler podían. Pasaron 20 años de uno y 10 del otro y la situación empeoraba.

Así, bajo estas inhóspitas condiciones, es como nace El Salvador en 2019.

Y el nuevo país necesitaba olvidar todo lo feo de la guerra y renacer: «La Guerra fue una farsa. Mataron a más de 75 mil personas entre los dos bandos» —dijo el prezi.

Y renació con la vista hacia adelante y con la gloria de las nuevas ideas que vibraban al mismo son. Con la vista hacia adelante y para atrás ni para agarrar impulso, decía Toby. Pero muchas veces se ve hacia atrás para decir que ellos eran los malos y nosotros somos ahora los buenos.

Pero, queridos todos: tengamos claro que la historia no comenzó en el 2019. Aunque muchos no sepan que hubo una guerra en nuestro pasado reciente, una masacre hace casi un siglo, expropiaciones y guerras en el siglo XIX y que arrastramos 500 años de heridas que no sanan y de violencia en el lugar que nos ha tocado vivir, no se puede borrar la historia con un decreto. Y ya ven lo que dicen: el pueblo que no conoce su historia…

En la actualidad se conmemora el Día de las Víctimas. Qué bueno. Pero, no hay que dejar de lado que hay mucho que esclarecer: Dalton, el Mozote, el Sumpul. Tampoco hay que restarle importancia que sí hubo una guerra fratricida. Miles lucharon y murieron por un ideal. Miles lucharon y murieron por un salario. Tanta sangre, tanto muerto, tanto resentimiento que causó la guerra no se puede obviar ni olvidar.

Tendremos una verdadera paz cuando entendamos y aceptemos nuestro pasado, cuando pidamos un perdón real, de corazón, cuando enmendemos los errores y reparemos los daños que hemos causado.



NELSON LÓPEZ ROJAS. Es el director de la Editorial Universidad Don Bosco. Ha retornado a San Salvador después de haber estado en Binghamton University en Nueva York como director asociado en el Latin American and Caribbean Area Studies Center y en la UW-Milwaukee donde ha sido lector de estudios latinoamericanos. Es columnista y reportero para ContraPunto, ha participado en radio, TV, teatro y en ExFabula, grupo que promueve la creación y divulgación de historias personales en el escenario, donde es coach. También ha sido profesor de grado y posgrado en la UES, UEES y en la Universidad Don Bosco, donde se desempeña actualmente. Tiene un doctorado en traductología y ha traducido al inglés la única versión completa de Cuentos de barro de Salarrué, la cual fue elogiada por el L.A. Times como “un trabajo formidable”. Otras traducciones incluyen las loas guatemaltecas de Florencio Valey, al brasileño  Machado de Assis y el Poema de amor de Roque Dalton. Ha publicado los poemarios bilingües Juegos de la memoria/Mindgames y Micos y pericos/Everything but the Bee’s Wings; el poemariomultilingüe Aguacero, el cual logró situarse como número uno en Amazon en su lanzamiento; una sociobiomitografía, Semos malos y diversas participaciones digitales y en papel en español, inglés y portugués. 


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