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Maldita postguerra

Oscar Picardo nos comparte reflexiones diversas sobre la postguerra en El Salvador


«Es natural que un gobierno de un país en situación de posguerra
trate de defenderse, pero no le servirá de nada.»
Paul Collier


El logro de la paz, a través de las negociaciones y el diálogo es una cosa; administrar la postguerra es otro fenómeno muy diferente. Según el diccionario de la RAE, postguerra es el «Tiempo inmediato a la terminación de una guerra y durante el cual subsisten las perturbaciones ocasionadas por ella». Si bien la tarea de poner fin a un conflicto armado es compleja, administrar una postguerra, sus consecuencias, daños colaterales, reconstrucciones, entre otros aspectos, es una tarea titánica de mediano y largo plazo.

Los primeros impactos que deja un conflicto bélico son: migración, alejamiento de la inversión extranjera, disfuncionalidad familiar, daños en la infraestructura, deterioro de los servicios complementarios del bienestar no prioritarios para la guerra (léase vivienda o educación), división ideológica, debilitamiento del mercado en todos sus sectores; entre otros aspectos.

Las ciudades y las sociedades se rompen, se hacen fractales, sobre todo los tejidos sociales y culturales. Los referentes se debilitan o desaparecen, y surgen los antagonistas. La violencia se normaliza y el ser humano se deshumaniza. En no pocos casos, las balas y bombardeos se detienen, pero la violencia muta hacia otras manifestaciones violentas más sofisticadas; incluso en el aparato político, ya que se suele definir a la política como la continuidad de la guerra por otros medios (Clausewitz).

En el caso salvadoreño, las grandes olas migratorias hacia Estados Unidos, generadas por el conflicto armado de 12 años, ocasionaron al menos tres fenómenos complejos: 1) Abandono infantil (al año 2022 el porcentaje de abandono infantil es del 35%; niños (as) que viven sin alguno de sus padres o sin ambos); 2) El fenómeno de las maras o pandillas que se creó en las calles de Los Ángeles como mecanismos de resistencia cultural y defensa, y que luego se exportó a El Salvador; y 3) Un sistema educativo precario, con bajas tasas de matrícula y calidad, y altos indicadores de deserción escolar: a 2023, de cada 10 estudiantes que terminan segundo ciclo de educación básica, solo 4 terminan educación media, solo 2 ingresan a educación superior y solo 1 se gradúa.

Los datos de la Encuesta de Hogares de Propósitos Múltiples (2021 y 2022) nos describen muy bien el panorama a 31 años de haber firmado la paz en Chapultepec: subempleo 37.6%; pobreza multidimensional 1,947,796 (+14,054) 27%; pobreza monetaria 24.6% (7.8% extrema, 16.8% relativa); analfabetismo: rural 15.5%, urbano 6,8%; escolaridad de país 7.1 (8.1 urbana, 5.5 rural); escolaridad/salarios: 13 grados o más $591.08; 10 a 12 grados  $361.20; 7 a 9 grados $313.79; 4 a 6 grados =$282.35; 1 a 3 grados $258.11; ningún grado $217.62; promedio $355,97; profesionales, científicos $694.93, técnicos $504.97, administración pública $907.18. El hacinamiento 40.9%. Deshechos 35.9% a nivel nacional queman basura. Trabajo infantil: 81,164 niños (as), en trabajo peligroso 58,007. Abandono 35.3% de los niños (as) de 0 a 17 vive sin alguno o sin ambos padres. NINIS (15 a 24 años): 296,987 (15 a29) 452,114.

La élite política y económica del país se preocupó por las instituciones y no por la gente. Se remozaron y crearon nuevos servicios gubernamentales -un poco más civilizados- y se fortaleció el modelo de libre mercado. Aparentemente todo comenzó a funcionar mejor a partir de 1992, pero dos células cancerígenas quedaron activas: la pobreza y la corrupción.   

Otra pérdida importante de la postguerra salvadoreña fue la ética o los referentes éticos; en 1989 asesinaron en la Universidad Centroamericana “José Simeón Cañas” a un grupo de jesuitas que influían desde la perspectiva científica, filosófica y académica, en la sociedad salvadoreña. En 12 años, la violencia desapareció al poeta, al profeta y al filósofo; en 12 años migraron los académicos; en 12 años desapareció la masa técnica de profesionales y mano de obra calificada. Y nos quedamos en las manos de políticos sin escrúpulos y de empresarios voraces. Quedamos huérfanos, reproduciendo ciclos de pobreza, exclusión y corrupción.

Así evolucionó esta «maldita postguerra», y sigue su camino, sin corregir, sin cambiar, solo mutando camaleónicamente; y para ello necesita un sistema educativo cómplice e intacto, que no eduque, que normalice y mantenga los niveles de ignorancia y superstición. Gente obediente y fanática, que sea fácil de convencer y aceptar verdades imaginarias y promesas.

Nuestra violencia y miedos evolucionan; estamos igual que en el pasado, ciertamente con menos violencia, pero con los mismos miedos a la libertad y al filo de escenarios insospechables, con mucha incertidumbre y sin derechos y garantías.

El «Poema de Amor» de Roque Dalton sigue vigente; «La Cultura del Diablo» de Humberto Velázquez está latente; «El Asco» de Horacio Castellanos Moya, no ha cambiado; la «Civilización de la Pobreza» de Ignacio Ellacuría sigue siendo una atroz promesa incumplida. Quizá esta narrativa nos caló hondo, y nos creímos que así debemos ser, porque en esta vida no importa, porque la justicia celestial será lo importante; romantizamos la pobreza y esperamos un Reino de Dios que no llega utilizando una religión infantil; un evangelismo que no es verdaderamente protestante y un catolicismo irrelevante; vivimos de la predestinación y la providencia, siendo demasiadamente religiosos.

Esta es la maldita postguerra que nos ha tocado vivir, tropical, afable y contradictoria; unos no la soportan y se van, y luego la quieren comprar; otros nos quedamos intentando transformarla en algo mejor, pero es difícil, infame y absurdo.

La paz está en camino, no ha llegado, los oráculos y semidioses que nos han tocado son demasiado perversos; pero seguimos caminando hacia la utopía, quizá algún día -por casualidad- nos encontremos algo mejor o alguien que no se deje embriagar por el poder y el dinero. Mientras tanto, seguiremos colgados al móvil, atontados, recibiendo y enviando noticias falsas y estupideces, en un proceso de transformación digital que está matando poco a poco al libro, a la cultura, a la ciencia, para que nos mantengamos en esta «maldita postguerra».

Disclaimer: somos responsables de lo que escribimos, no de lo que el lector puede interpretar. A través de este material no apoyamos pandillas, criminales, políticos, grupos terroristas, yihadistas, partidos políticos, sectas ni equipos de fútbol. Las ideas vertidas en este material son de carácter académico o periodístico y no forman parte de un movimiento opositor.



Oscar Picardo Joao
opicardo@uoc.edu Académico salvadoreño, de origen uruguayo. Es investigador y especialista en política educativa. Licenciado en Filosofía, con maestrías en Teología y Educación, y doctorado en Didáctica y Organización Escolar.



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