De loros y parásitos

Compartimos un artículo de opinión de Alfonso Fajardo


Nadie más perdido que el Señor Rivera Larios en su simplista y pretencioso comentario sobre una frase mía dentro del texto introductorio de la edición conmemorativa de Estados sobrenaturales y otros poemas, de Kijadurías. Su simplismo parece ser una reacción virulenta en defensa de Dalton, como si mi comentario fuera un ataque a Roque, y como si esa afirmación solamente fuera un comentario ligero o se refiriera a todo el comentario de Roque. Para empezar, si hay alguien que respeta la poesía de Roque, soy yo. Su complejidad como poeta va más allá de las simplezas escritas por muchos de sus supuestos defensores y/o aduladores. En este sentido, Rivera Larios pretende corregir lo incorregible, toda vez que esa complejidad lo sitúa muy por encima de quienes enarbolan su bandera sin siquiera penetrar a profundidad en las riquezas de su poética. Desde mi perspectiva, solo Luis Melgar Brizuela, Luis Alvarenga, Carlos Paz Manzano y James Iffland, han profundizado en sus diferentes registros, etapas y/o facetas poéticas. Luego están muchos comentaristas que han aportado algo a esa ausencia de estudio sobre la obra de Roque, y por último están los muchísimos tinterillos que dicen cualquier cosa. Dalton no necesita de la defensa de un pseudo comentarista con pretensiones de iluminado, así como tampoco de mediocres detractores que, en el pasado, han querido minimizar su alcance mediante la crítica a la leyenda y al mito como revulsivos disparadores de su calidad poética.

Rivera Larios empieza la defensa de su Dalton manifestando que simplifico “el juicio con que Roque Dalton acompañó e impulsó la primera edición de Estados sobrenaturales”. Rivera Larios, en la ultra defensa de su Dalton, quiere colocarme en la situación de un crítico de Dalton que lo considera como “otro poeta coloquial bobo que intentaba llevar la compleja voz del poeta Quijada al terreno de la lírica insurgente”. La crítica de Dalton es hacia una frase específica de todo su comentario, que me sirve de base para el encuadramiento de la Poesía de Kijadurías a cincuenta y dos años de haber sido publicado el libro, por lo que de ninguna manera critico todo el comentario y, mucho menos, coloco a Dalton en esa posición.  Por otra parte,  las circunstancias por las cuales Roque Dalton escribe esas palabras de contraportada son específicas, y tienen mucha relación con la manera en que Roque accede a esa poesía. Roque, si  bien no era un especialista en la poesía de Kijadurías, después de leer la compilación que se terminó llamando Estados sobrenaturales y otros poemas, escribió ese comentario acertado sobre el libro, pero lo finaliza con una afirmación que, desde mi perspectiva, no es coherente con lo que venía planteando. Más adelante nos referiremos a este punto específico.

Rivera Larios, en su pataleta de niño a quien le han tocado su juguete favorito, escribe que nunca me he preguntado por qué Roque “hace un elogio tan grande” a Kijadurías. Con el perdón del comentarista Larios, es evidente y obvio que Dalton supo reconocer la calidad en lo poco que había leído de Kijadurías hasta esa fecha, caso contrario nunca hubiera aceptado escribir esas palabras de contraportada. Pero claro, Rivera Larios es experto en obviedades, por eso rara vez encuentra eco en intelectuales y escritores, muy a pesar de sus constantes provocaciones de payaso de circo. Luego, Larios “aclara” que Roque -al referirse a Kijadurías- lo pone “a la vanguardia de los jóvenes poetas salvadoreños de aquel entonces”, aclarando que Roque no se refería “a la vanguardia armada, sino que a la poética”, menos mal que lo ha aclarado, porque en definitiva somos demasiado tontos para entenderlo. Larios no solo cae en la banalidad de aclararnos que Roque se refería a una vanguardia poética y no militante, como si eso no fuese una obviedad, y es que a Larios le encanta escribir obviedades, esa es su pasión. Rivera Larios, por medio de estas “aclaraciones”, se constituye en una suerte de ventrílocuo de Dalton, es decir que si alguien -pobrecitos de los lectores- no entiende a Roque, él está en la tarea de superhéroe de aclararnos a qué se refería Dalton con esta o con tal manifestación.

Posteriormente, Larios critica que he simplificado “la compleja opinión daltoniana”, al referirme única y exclusivamente a esa frase de las palabras de contraportada. Ahora yo le aclaro al aclarador: si me he referido única y exclusivamente a esa frase, es porque evidentemente estoy de acuerdo en todo lo demás que Roque escribió sobre la obra de Alfonso. Sacar de contexto una afirmación, para generalizar y generar polémica, parece ser otro de los hobbies de Rivera. De hecho todo el comentario de Dalton es acertado al referirse a la poesía de Alfonso, por lo que extraña, y mucho, que termine con una oración alejada de la construcción que venía desarrollando. En su elucubración, Larios nuevamente nos aclara que Dalton no era un “vulgar defensor doctrinario de la poesía coloquial comprometida”. ¿Quién ha dicho que lo fuera? Dalton personifica al poeta comprometido que no desdeña la lírica o los juegos verbales derivados de todas las vanguardias. En contrario sensu, también personifica al talentoso poeta imaginativo que usa las vanguardias en función de lo social. Ética y poética se funden, y Roque es la síntesis de ambas caras de la moneda. De esto ya se ha escrito mucho también, y parecería repetitivo tener que decirlo de nuevo, pero a Larios le encantan los lugares comunes y por eso le gusta repetir una y otra vez cosas que otros autores ya han establecido. Larios se convierte, entonces, en un pequeño lorito repetidor de tesis de otros. Es la masa que le gusta comer al lorito.

Rivera Larios está tan desconectado de la literatura nacional, que sus ligerezas parecen ser inventadas. Habla, por ejemplo, de un “dilema noventero entre la poesía conversacional y la sublime lírica hermética”, sería iluminador que Rivera nos aclarara -a él que tanto le gusta aclarar- en qué consiste ese dilema y quiénes eran los autores que esgrimían esas tesis. Yo, que apenas andaba en mis veintes en los noventa, intuyo a lo que se podría referir, pero quizá Larios no quiere mencionar nombres por algún motivo. En todo caso, los autores que esgrimen tesis propias siempre son los que al final -para bien o para mal- son citados, superados o defenestrados: a los loritos solo sus abuelitas los quieren. Y así como cita este “dilema”, también cita otros que ya le aburren, dice. Dilemas que solo él conoce porque no menciona quienes son los instigadores de esos “dilemas”. La crítica a la obra de Dalton ciertamente ha tenido varias etapas. Con más o menos aciertos, autores, articulistas y ensayistas han elaborado todo un abanico de posiciones frente a la figura y a la obra de Dalton, quizá a ese periplo se refiera Rivera; y quizá todo ese recorrido haya servido para que en pleno siglo XXI, los autores ya mencionados hayan dado a luz trabajos en los que se empieza a estudiar a profundidad la obra de Roque. Claro, Rivera Larios no entra en este grupo selecto de autores, porque a él lo que le interesa es su labor de loro repetidor que es incapaz de elaborar tesis propias. Larios escribe que “ya aburren esas lecturas de Dalton que lo reducen a la única condición de autor de versos coloquiales empantanados en la épica de la historia”. Entonces, yo le pregunto al lorito Larios: ¿Quién reduce a Dalton a esa caricatura? Si en algo, entonces, estoy de acuerdo con Larios es que Roque es mucho más que eso. Dalton es un autor complejo (ah, otra vez hemos descubierto la orilla azul de la bacinica), y por tanto quien lo reduzca a esa caricatura, simple y sencillamente, no ha leído al poeta. Pero al no mencionar nombres, Larios quiere salir en caballo blanco para dar a entender que todos los demás reducen a Dalton a esa caricatura, y que solo él ha logrado entender, quizá porque precisamente es ventrílocuo o médium de Roque, que el poeta va mucho más allá de esa simple caricatura que él dibuja y de la cual dice estar aburrido. En efecto, las facetas de la obra poética de Dalton son de las mas fascinantes de la poesía latinoamericana y universal del siglo XX, allí encontramos un crisol de varias de las vanguardias de ese siglo, una fusión de influencias asimiladas y un talento descomunal que lo convirtió en quizá el poeta más importante del siglo XX en El Salvador.

Larios afirma que empobrezco a Dalton para destacar a Kijadurías, nada más alejado de la realidad. En su simplista lectura, confunde una afirmación que tiene asidero y que posteriormente desarrollaré, con una comparación inexistente entre ambos poetas. Ni una cosa ni la otra. Ni estoy empobreciendo a Roque ni los estoy comparando. Comparar y/o contraponer a dos grandes poetas es un ejercicio bizantino propio de un niño explorador, cada poeta es un mundo y tiene sus propias singularidades, las comparaciones siempre son odiosas cuando estamos frente a poetas que han marcado una huella profunda en la literatura. A Rivera Larios, convenientemente se le olvida comentar que en el mismo texto yo también afirmo que si hay dos grandes libros de poesía en el siglo XX, son precisamente Taberna y otros lugares y Estados sobrenaturales y otros poemas. Evidentemente hay más libros importantes, pero para efectos ilustrativos me referí a esos dos. Así pues, fácilmente se desmonta ese ataque de que quiero empobrecer a un autor para favorecer a otro. Estas afirmaciones de Larios lo desenmascaran como lo que es: un simple provocador, un sujeto que solo lanza veneno y que -repito- es incapaz de elaborar la más mínima idea original y plantearla como tesis, él prefiere su cómoda condición de lorito.

Posteriormente, Larios nos explica -otra vez ejerciendo su labor de ventrílocuo de Dalton- las complejidades estilísticas de “Taberna y otros lugares”, aclarando una serie de circunstancias ya obvias entre cualquier lector o estudioso de la obra de Roque.  De nuevo, Rivera Larios quiere sorprendernos con obviedades literarias ya conocidas. Que en “Taberna…coinciden y conviven varios estilos” es de todos conocido, pero Larios nos quiere aleccionar con sus lugares comunes.

Luego, Larios quiere “mostrarme” lo equivocado que estoy al no poder explicarme -según él- por qué en Cuba, y cito literalmente, “uno de los centros irradiadores de la lirica conversacional”, se editó precisamente a Kijadurías. Quizá Larios quiera “aleccionarme” con esa especie de berrinche de niño matonsito al confrontarme a dar una respuesta. Además, Larios insinúa que Roque Dalton, al ser parte de Casa de las Américas, tuvo algún tipo de incidencia en las supuestas publicaciones. Pues bien, Larios debería leer o investigar antes de abrir la boca. Los únicos dos libros en los que aparece Alfonso Kijadurías en esa época, son los que corresponden a las compilaciones derivadas del Premio Casa de las Américas, donde él ganó dos menciones honoríficas. El hecho de que Roque haya sido jurado en uno de las ediciones de esos certámenes, no significa que haya ejercido lobby para publicarlos, ya que publicar esas compilaciones se volvió costumbre a partir de 1969, después de emitir cada fallo, al menos eso se deduce de la solapa una de esas compilaciones. En boca cerrada no entran moscas, dicen. Por otra parte, el mismo Larios se da respuesta a sí mismo cuando dice, entre otras obviedades, que la poesía de Kijadurías no es “un brindis al sol” sino que le muestra “los colmillos oníricos al orden imperante”. Son sus palabras, no las mías. Ahí mismo encontramos las razones por las cuales Alfonso ganó sendas menciones. De nuevo, pues, se evidencia la mala leche y el veneno que este sujeto suele derramar sobre autores salvadoreños. Para más ilustración, aquí le dejo a Rivera Larios una fotografía de esos dos libros, parte de mi biblioteca personal:

Larios insiste en que para mí, Roque no es más que un poeta coloquial. Para su información, yo vengo sosteniendo desde hace mucho tiempo que a Roque hay que estudiarlo íntegramente, pues tiene muchas facetas, algunas de las cuales no se han investigado a profundidad. Los libros de Melgar Brizuela, Luis Alvarenga; Paz Manzano y James Iffland son las fundaciones sobre las cuales se debe seguir edificando el estudio de la obra Daltoniana. Ya quisiera Larios poder edificar tesis propias, como las han hecho estos autores, pero lo cierto es que para lo único que le alcanza su verborrea es para publicar articulitos ligeros en panfletos afines al gobierno. Al carecer de tesis propias, Larios no es más que un parásito intelectual, es decir un personaje que en lugar de elaborar ideas propias, se basa y ataca las ideas de terceros.

Rivera finaliza su comentario nuevamente ejerciendo de médium de Dalton, afirmando que “al citar a Ginsberg al lado del Che…Dalton sugiere que la cultura underground norteamericana es una de las posibles fuentes de la voz de Quijada Urías”. En este ejercicio de ventrílocuo y médium de Dalton, Larios se constituye en su representante, poniendo palabras en boca de Roque en lo que quizá sea una defensa hacia lo que él considera una afrenta contra Roque. Es tan estúpida la cultura de la cancelación como la ultra defensa de los autores. Los escritores no son santos de feria para que vengan las abuelitas de la caridad a querer defenderlos.  Pero en Larios la estupidez es innata, la lleva en el ADN.

Es en este punto que me extenderé sobre tal afirmación. Vamos por partes, diría el carnicero. En primer lugar, quizá sea importante mencionar cómo llegó a manos de Roque una copia del libro Estados sobrenaturales y otros poemas. Así como Roque no intercedió en la publicación de los trabajos ganadores de las menciones honoríficas, tampoco tuvo iniciativa propia al escribir las palabras de contraportada. Fue el mismo Alfonso quien le enviara el libro a Roque para verificar la posibilidad de que Dalton le escribiera unas palabras. Así pues, lo poco que Roque había leído de Kijadurías era, en primer lugar, El otro infierno, poemario finalista en el Premio Casa de las Américas de 1970, y en segundo, el libro completo de Estados sobrenaturales y otros poemas. Al comentar el libro, Roque es acertado en prácticamente todo lo que esribe sobre la obra de Alfonso, pero finaliza con la lapidaria frase en la que afirma que la poesía de Kijadurías “es un grito de alarma que pasa mucho más cerca de la gesta del Ché que de la poesía de Ginsberg”. Yo no soy ventrílocuo ni médium de Roque como para explicar lo que quiso decir, tratando de justificarlo y defenderlo, esa tarea se la dejamos de forma exclusiva a la hermanita de la caridad de Larios. Sí es interesante, en cambio, cómo Roque va elaborando un comentario acertado sobre la poesía de Alfonso, para terminar con esa frase. No vamos a reproducir todo el comentario en este artículo, pero el lector puede consultarlo en el respectivo libro. Palabras más, palabras menos, Roque celebra la voz poética de Kijadurías, manifestando que aporta “una visión del mundo y del hombre desenfadadamente contemporáneo como quizás nadie antes en la poesía salvadoreña”. De inmediato, Dalton enumera algunas de las características de la poesía de este libro, citamos literalmente: “Quijada Urías introduce en sus poemas los objetos, las visiones, los miedos, y las neurosis del hombre que a finales de los años sesenta habita las ciudades de la América Central”. Ciertamente que sus palabras son hermosas y certeras, por eso uno se pregunta por qué finaliza colocando la poesía de Alfonso más cerca de las gestas del Ché que de la poesía de Ginsberg. Desde mi perspectiva, ni una cosa ni la otra. Y es que la poesía contenida en este libro va más allá de esas etiquetas. En la poesía de este libro confluyen una serie de influencias literarias y vitales, es una fusión entre varios afluentes de la poesía universal. No se puede, por tanto, reducirla a que está más cerca de las gestas del Ché que de la poesía de Ginsberg. Roque venía elaborando un discurso acertado para finalizar con lo que para mí es un error de coherencia. Esa es mi tesis, una tesis propia, por supuesto, pero que incluso está validada por el autor.

Pero, claro, a Larios no se le pueden pedir tesis propias porque a él le gusta escribir una especie de #RoqueDaltonparadummies. Hablamos de alguien que suele confundir una sistematización de lo que terceros autores afirman sobre la influencia de Roque, con un juicio de valor. Hablamos de alguien que ha confundido un editorial con un artículo de opinión. Hablamos de alguien que suele quedarse en soliloquios con sus obviedades. Hablamos de alguien que es incapaz de elaborar tesis propias. Hablamos de alguien que no es tomado en serio por autores que sí son capaces de haber escrito libros y elaborado tesis sobre Roque Dalton. Hablamos de alguien, entonces, sobre el que no vale la pena hablar ni escribir. Yo no soy ningún crítico literario, ni pretendo serlo, tan solo soy un abogado y alguien que conoce bien la historiografía de la poesía salvadoreña, y eso me permite elaborar, de vez en cuando, alguna teoría sobre nuestra poesía. Pero Rivera Larios sí se cree un crítico literario, un gurú de la literatura salvadoreña, pero lo cierto es que para lo que se cree, deja mucho qué desear pues todas sus opiniones parecen partir de unas cuestiones básicas dentro de nuestra literatura. Quizá por eso sus provocaciones no encuentran eco, quizá por eso sus monólogos. Por todo esto, en definitiva, no vale la pena desgastarse frente a un interlocutor al que nadie hace caso. Me sumo a esa indiferencia, por lo que esta es la primera y última vez que me refiero a alguno de sus comentarios. Que siga, pues, en su tarea de lorito y parásito intelectual, yo prefiero seguir elaborando tesis propias y dejar a los parásitos en sus monólogos, revolcándose en el guano.

Alfonso Fajardo (20 de Marzo de 1975), miembro fundador del Taller Literario TALEGA en 1993, una de las agrupaciones literarias más importantes de la década de los noventa y principios del nuevo siglo. Tiene más de una docena de premios nacionales; además, tiene el título de “Gran Maestre”, rama Poesía, 2000, otorgado por la extinta CONCULTURA, hoy Ministerio de Cultura, por haber obtenido tres primeros lugares nacionales en poesía. Además, tiene los premios internacionales: LXV Premio Hispanoamericano de Poesía, Juegos Florales de la ciudad de Quetzaltenango, Guatemala, 2002; y Mención de Honor en el Premio Centroamericano de Literatura “Rogelio Sinán”, rama poesía, 2005. Tiene publicados los libros “Novísima Antología” Mazatli, (1999); “La Danza de los Días”, Editorial Lis (2001); “Los Fusibles Fosforescentes” editorial Cultura, Ministerio de Cultura y Deportes de Guatemala (2002), y Dirección de Publicaciones e Impresos (2013); “Negro” Laberinto Editorial (2014); y “A cada quien su infierno”, Índole Editores (2016). Fue seleccionador del libro “Lunáticos, poetas noventeros de la posguerra” que recoge a la generación de poetas jóvenes de los años noventa (Índole Editores, 2012). Por otra parte, aparece en varias antologías, tanto nacionales como internacionales. Ha participado en varios festivales internacionales de poesía como el Festival Internacional de Poesía de Medellín, el Festival Internacional de Poesía de Granada y otros. Es miembro del Consejo Editorial de la Revista Cultural “El Escarabajo”. Además, es columnista, abogado, con Maestría en Derecho de Empresa, y posee su propia Firma de Abogados donde se especializa en temas relativos a propiedad intelectual y derechos culturales. Es egresado de la Maestría en Estudios de Cultura Centroamericana, opción Literatura, de la Universidad de El Salvador.

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