Es contradictorio ─por no decir ridículo─ que un país como El Salvador, con uno de los índices de violencia más altos en el mundo, pueda constituir un «país seguro» para personas que lo que buscan es asilo en Estados Unidos
Alfonso Fajardo | Abogado y poeta | @AlfonsoFajardoC
El acuerdo de «tercer país seguro», firmado por Estados Unidos de América y el Triángulo Norte (Guatemala, Honduras y El Salvador), consiste, en esencia, en que cualquier emigrante que toque las puertas de Estados Unidos, pidiendo asilo, podrá ser enviado ─con la venia de los tres países centroamericanos─ a alguno de estos, pues se consideran países «seguros» para recibirlo y «protegerlo» en contra de cualquier persecución basada en opinión política, en la religión o en la pertenencia a alguna agrupación social específica.
También se concibe a un «tercer país seguro» como aquel que es capaz de brindar seguridad física a cualquier extranjero que haya solicitado asilo en Estados Unidos, de manera tal que este está en la facultad de trasladar a estas personas a Guatemala, Honduras o El Salvador para que, a su vez, tramiten asilo en estos países.
Está claro que Estados Unidos ya no es más ese «sueño americano» al que se anhelaba décadas atrás.
¿Por qué El Salvador, Guatemala y Honduras aceptan recibir personas extranjeras que buscan asilo en Estados Unidos si ni siquiera pueden brindar seguridad básica a sus connacionales? Es contradictorio ─por no decir ridículo─ que un país como El Salvador, con uno de los índices de violencia más altos en el mundo, pueda constituir un «país seguro» para personas que lo que buscan es asilo en Estados Unidos o en cualquier lugar del mundo. Al contrario, son precisamente nuestros compatriotas los que huyen despavoridos en caravanas hacia los Estados Unidos, un país que no solo les puede garantizar seguridad física fuera de las influencias de las maras, sino también darles cierta esperanza en cuanto a bienestar económico se refiere.
Está claro que Estados Unidos ya no es más ese «sueño americano» al que se anhelaba décadas atrás: la crisis de la COVID-19, el eterno racismo, el renacimiento de un nacionalismo de características fascistas y la competitividad cada vez más agresiva de una economía global, a la que poco le importa el bienestar social, han provocado que ese «sueño americano» ya no sea el paraíso del pasado. Pero aun así sigue siendo el destino anhelado por miles de personas de esta zona de Centroamérica que ─en definitiva─ encuentran en aquel país mejores oportunidades que las que se les brindan en sus países natales.
En efecto, más allá del bienestar económico, hoy en día las familias salvadoreñas, guatemaltecas y hondureñas emigran a al gran país del Norte por la inseguridad física en sus respectivos países, pues a la pobreza de siempre se le ha el añadido, desde hace mucho tiempo, el inminente peligro de pertenecer a un territorio dominado por pandillas donde se les requiere, como mínimo, que el más joven de la familia deba integrarse a su pandilla, so pena de ser sacrificado por unas estructuras delincuenciales que están sumamente organizadas dentro de sus propósitos siniestros.
¿Será capaz Biden de revertir o revocar estos acuerdos que a todas luces son imposiciones del más poderoso a los más débiles?
La violencia, la pobreza, la inseguridad en términos generales son las causas de la migración en nuestros países. Por tanto, es ilógico pensar que estos se puedan considerar países seguros para los migrantes que buscan asilo en uno de los países más seguros en términos de seguridad física y persecución política-social. Sin embargo, el Triángulo Norte accedió a ser parte de este acuerdo que le solicitó la Administración Trump, seguramente bajo la advertencia de limitar la ayuda económica y otro tipo de beneficios tradicionales si no aceptaban.
La Administración Trump se caracterizó por tratar de proveer el mayor beneficio posible a sus connacionales, al menos en eso consistió su propaganda basada en un populismo exacerbado que llevó al exaltamiento del caudillismo. Y en cuanto a la política migratoria se refiere, esto implicaba evitar la migración masiva de centroamericanos, ya sea porque estos les «quitaban los trabajos» a los estadounidenses, o bien por el tan solo deseo de no mantener personas con estatus irregulares en su nación.
Siendo, pues, un convenio que, a pesar de haber sido firmado por Trump, le pudiera beneficiar a Estados Unidos en términos de ralentizar la inmigración irregular, la pregunta es si Biden, con supuestas políticas migratorias totalmente contrarias a las de Trump y más cercanas a la humanidad básica de la que se precia dicho país, será capaz de revertir o revocar estos acuerdos que a todas luces son imposiciones del más poderoso a los más débiles. ¿Qué hará Biden al respecto? Está claro que los países del Triángulo Norte, hoy por hoy, no harán nada, ya que hacerlo significaría evidenciar que suscribieron dicho acuerdo por presiones propias de Estados Unidos, lo cual implica una sumisión que rompe con el principio de autodeterminación de los pueblos.