El 9 de abril de 1821, hace dos siglos, nació en Francia Charles Baudelaire, el clásico «poeta maldito». Sin embargo, ¿sabemos qué significa ser maldito en la poesía? ¿El malditismo construye una obra sólida o solo es una forma de vida?
Alfonso Fajardo | Abogado y poeta | @AlfonsoFajardoC
A propósito del bicentenario del nacimiento de Charles Baudelaire, pero también a propósito de las recientes muertes de poetas centroamericanos, algunos de ellos amigos, desde algún tiempo he venido reflexionando sobre el tema del «malditismo» en la poesía moderna, léase moderna desde la época del rompimiento del mismo Baudelaire, quien es considerado por muchos, Rimbaud incluido, como el primer poeta «moderno».
El mote de «poeta maldito» es creado por Paul Verlaine en su célebre ensayo «Les Poéts Maudits», publicado por primera vez en 1884, en el que comentaba la obra y la vida de seis poetas concretos, etiqueta que a su vez fue inspirada por el poema «Bendición» del libro Las flores del mal, de Baudelaire, y en el que Verlaine expresa que en estos seis poetas el genio poético fue precisamente su maldición, retratando a los autores como poetas incomprendidos por la sociedad, por lo que muy frecuentemente llevaban vidas autodestructivas, entregadas al alcohol y a los narcóticos. De la época de Verlaine a nuestra contemporaneidad ha habido muchos poetas malditos que han honrado la etiqueta, tanto en su obra como en su vida, pues se trata, en primer lugar, de poetas con obras aceptables aunque quizá no sobresalientes, y en segundo, de poetas que se volcaron a la bohemia. Ejemplos de estos poetas son Leopoldo María Panero y Charles Bukowski, y a estos se le pueden agregar muchos más pues cada país tiene su propia legión de poeta malditos.
Sin embargo, en la época contemporánea el «malditismo» es usualmente asociado a aquellos poetas que ciertamente llevan una vida autodestructiva plétora de bohemia y de actitudes vitales iconoclastas, pero que no necesariamente poseen una obra sólida, pues generalmente se trata de poetas jóvenes, y aún tratándose de poetas de mediana o de avanzada edad, son poetas que a lo mejor no han alcanzado una versión mejorada de sí mismos y que se han quedado solamente con la etiqueta de «poetas malditos» por su actitud frente a la vida más que por su obra, y es en este punto donde recae mi reflexión.
Asociar el malditismo a la bohemia es un lugar común en nuestros días, pero olvidamos que dicha etiqueta fue acuñada a poetas que tenían una obra sólida, disruptiva y revolucionaria. Así pues, el malditismo poético que desde hace mucho tiempo se observa se enfoca en su filosofía de vida más que en la calidad de la obra. En otras palabras, el malditismo contemporáneo se asocia casi de forma exclusiva la bohemia, al desarreglo de los sentidos y a la vida desordenada, dejando por fuera, precisamente, la condición fundamental de poetas como seres que edifican una obra que pretende ser más que un conjunto de pensamientos tirados al azar sobre la página en blanco. Bajo este hilo argumentativo, muchos de estos poetas malditos en realidad son personas malditas, toda vez que dejan de ser poetas cada vez que se refugian bajo el mote romántico del malditismo para esconder sus falencias meramente literarias. Si bien hay siempre excepciones, como los mismos poetas que han inspirado este artículo, por ejemplo, lo cierto es que cada vez vemos más personas malditas que poetas malditos, y eso es precisamente lo que creo debe superarse.
Ciertamente que para ser poeta no hay que ser necesariamente bohemio, pues este sería un cliché como muchos otros. Tampoco se trata que la bohemia sea perjudicial per se para la elaboración de una obra medianamente salvable, y mucho menos se trata de que la abstinencia por sí sola asegure una mejor escritura. Todos estos no son más que lugares comunes, prejuicios y juicios de valor subjetivos que en nada están relacionados con la realidad, pues como todos sabemos, hay grandes poetas que han sido abstemios y otros tantos que han sido bohemios. Pero lo cierto es que refugiarse en el malditismo para que la sociedad considere a un persona determinada como poeta o artista en general, sí constituye una mentira, quizá no a la sociedad sino a la persona misma, pues en realidad esa persona siempre estará refugiada en el malditismo para cubrir sus mediocridades. Es por ello que creo firmemente en que hay que superar el malditismo poético, no para alcanzar un nivel ‘otro’ de altura poética, sino más bien para dejarse de engañar a uno mismo con ese mote.
Al final, bohemios, borrachos y drogadictos hay en todos los oficios, en todas las profesiones, en todos los géneros y en todos los estratos sociales. Ser un poeta maldito no otorga una medalla de oro a la calidad o al valor, tampoco hace a un poeta mejor que otro; y venderse como poeta marginal y, por consiguiente, incomprendido y por antonomasia, maldito, tampoco es la solución a la mediocridad. Ser un poeta maldito, pero sin ser poeta, solamente deja a la persona como lo que realmente es: un simple alcohólico que dice que escribe poesía.
Excelente. Por fin los puntos en las íes.
Has dicho cosas de peso, hermano, quizá queda dejar un espacio de duda par la posibilidad de que sí tenemos ante nuestra lectura poetas con igual o mayor fuerza que Bukowski o Baudeliere. La modernidad, al fin y al cabo, es manifestación que nace desde la propia cultura que la eleva, como diría Morley, el antropólogo.