El spot de Coprefa con la música de The Heat is On es una de las primeras ocasiones, en El Salvador, que se utilizó un «modelo» cinemático de propaganda, durante la guerra, con claros intereses político-ideológicos
Erick Chávez Salguero | Doctor de Filosofía en Chile y poeta salvadoreño
Una de las canciones más sonadas en 1984, en la radio, fue The Heat is On, de Glenn Frey, exmiembro de la banda The Eagles. El video de dicha canción fue uno de los más reproducidos por la cadena MTV durante ese año y el año siguiente; la canción era el soundtrack de la taquillera película de acción Beverly Hills Cop (1984), dirigida por Martin Brest, conocida en Latinoamérica como Un detective suelto en Hollywood con Eddy Murphy como protagonista, encarnando al alocado policía Axel Foley.
La canción alcanzó el número 2 en la lista Billboard Hot 100 de marzo de 1985, y el número 12 en la lista del Reino Unido de ese mismo año, entre otros. La canción posee un contagioso riff de saxofón, y el ritmo y su letra desataban el baile desenfadado en las fiestas de aquel año, incluyendo las fiestas en San Salvador, mientras en el campo se desarrollaba la etapa más cruda de la guerra civil. The Heat is On se traduce como ‘Está caliente’; se refiriere a una situación intensa, complicada, apasionada o a un sentimiento cargado de adrenalina. Uno de los estribillos de la canción dice: The heat is on, the heat is on Oh it’s on the street, the heat is on, que puede traducirse «Está caliente, prendido en las calles, está caliente».
A partir de 1984, en El Salvador de entonces, esta canción pasó a ser la música de fondo, tanto del inicio como del final, de los comunicados del Comité de Prensa de la Fuerza Armada de El Salvador (Coprefa), que, como su nombre lo indica, era el organismo oficial de noticias de la Fuerza Armada de El Salvador (Faes). Cada semana, emitía sus informes acerca de su interpretación de la guerra y los «logros» que iba obteniendo en su lucha en contra de la guerrilla del Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN).
Estoy proponiendo que se asignen inmediatamente a El Salvador 60 millones de dólares de los fondos ya aprobados para nuestros programas de asistencia militar en todo el mundo
Ronald Reagan, presidente de Estados Unidos en 1983
Resulta irónico recordar que, en la edición del noticiero del Coprefa, el ritmo fiestero de la canción se mezclaba con las imágenes de helicópteros y aviones de la Fuerza Aérea tirando bombas y metrallas en el campo, o de soldados ─cual héroes─ tirando balas a mansalva, como si se tratase justamente de una película de acción, tomando en cuenta que un año antes, en marzo de 1983, el entonces presidente de Estados Unidos, Ronald Reagan, en uno de sus discursos, sostuvo lo siguiente:
Estoy proponiendo que se asignen inmediatamente a El Salvador 60 millones de dólares de los fondos ya aprobados para nuestros programas de asistencia militar en todo el mundo. Aún más, a fin de crear la clase de ejército disciplinado y hábil que pueda tomar y mantener la iniciativa mientras respeta los derechos de sus pueblos, enmendaré mi petición suplementaria que se encuentra actualmente ante la consideración del Congreso, para reasignar 50 millones de dólares a El Salvador […] Haremos el mayor esfuerzo para apoyar la reforma, los derechos humanos y la democracia en El Salvador.
Como se sabe, la asistencia militar norteamericana para el Gobierno y Ejército salvadoreños, en aquellos años, alcanzó un promedio entre 1 y 2 millones de dólares diarios, eso a pesar del conflicto de intereses entre algunos miembros del Congreso, quienes sostenían una política de austeridad; y la Administración de Reagan se encontraba embarcada en una serie de conflictos que incluyó la invasión a Granada, el bombardeo a Libia y las empecinadas guerras de contrainsurgencia en Centroamérica.
Mark Pedelty, un antropólogo que realizó una investigación sobre los corresponsales de guerra en El Salvador, en su libro Historias de guerra: la cultura de los corresponsales extranjeros (1995), comenta que, en una entrevista realizada a los directivos de Coprefa, estos admitían que el Comité se estructuró bajo el modelo de la Voice of America (VOA), la red internacional de radio del Gobierno de Estados Unidos, y que aquellas teorías de la «revolución como importación extranjera» o de «agresión del comunismo internacional» eran, según su director, «más propaganda que verdad».
Precisamente, el spot de Coprefa, ‘amenizado’ con The Heat is On, es una de las primeras ocasiones, en nuestro país, en que se utilizó un «modelo» cinemático de propaganda, durante la guerra, con claros intereses político-ideológicos, siguiendo una directriz estadounidense, para alterar la visión de los hechos históricos donde los soldados y líderes del Ejército, responsables de graves violaciones a los derechos humanos, como torturas y masacres sobre la población civil habitante en las zonas en conflicto, aparecen re-situados bajo el velo del guion cinematográfico, como «guerreros heroicos» de una supuesta «salvación». La propaganda decía que se trataba de «salvar a El Salvador de la agresión comunista internacional», y tanto se abusó de los significados del ‘bien’ y del ‘mal’ que, en la emisión de Coprefa, entre cada cápsula informativa, aparecía la imagen de un fusil que se acercaba a una serpiente real que la partía en dos de un disparo, todo ello como sinónimo de erradicar el «mal». Pero esta visión, con los años, y a la luz del Informe de la Comisión de la Verdad (1993) y de las causas penales abiertas en cortes internacionales, donde se responsabiliza de crímenes de lesa humanidad a líderes del Ejército salvadoreño, ha tendido a devaluarse y caerse bajo su propio peso.
No hay que perder de vista en este contexto los dispositivos de propaganda cultural de Norteamérica y en particular Hollywood donde, ya en 1982, pero de manera más precisa en términos ideológicos aparece en 1985 la segunda parte de la saga cinematográfica Rambo, la cual mereció los elogios del presidente Ronald Reagan hacia Sylvester Stallone, por encarnar al «símbolo del Ejército de Estados Unidos».
Entonces, que la Faes utilizara, en este contexto, metodologías de comunicación de carácter cinemático no resulta extraño, tampoco es lo más grave, ya que, visto de manera simple, se trata de un intercambio de significaciones entre «buenos» y «malos», puesto que, al mismo tiempo, la guerrilla del FMLN también tenía sus propios medios de comunicación, Radio Venceremos y Radio Farabundo Martí, desde donde se desmentía toda la información desplegada por el Coprefa. Lo más grave de este asunto es que, aún después de pasada la guerra civil de El Salvador, prevalezca esta mirada maniquea, la cual ha servido para continuar la polarización política en El Salvador; y ni de cerca se vislumbra la extensa escala de grises que marcan los hechos en una guerra civil.
Salvador Samayoa, en su libro El Salvador. La reforma pactada (UCA ed./2002), señala que una de las formas más perversas de la guerra psicológica, montada por los organismos de inteligencia de la Faes y de Estados Unidos, fue reclutar y cooptar mandos operativos del FMLN para convertir a combatientes guerrilleros en infiltrados-colaboradores del Ejército, y de esa manera cometieran asesinatos grotescos contra pobladores campesinos que también colaboraban con el Ejército. Todo era una macabra puesta en escena. El objetivo de estas masacres contra campesinos colaboradores del Ejército era crear una imagen de repudio hacia la guerrilla del FMLN. Samayoa señala que si bien los asesinatos ya eran enteramente repudiables por los métodos utilizados, y por tratarse de personas desarmadas, la «razón cínica» de estos hechos era «sacrificar vidas de sus propios colaboradores como recurso para envenenar las relaciones del FMLN con la población». ‘El hábito no hace al monje’, aunque a veces parezca que sí.
¿Tendremos, los salvadoreños, alguna vez la oportunidad de conocer los pormenores de la guerra civil en El Salvador?
El FMLN interpretó estos hechos ─según el político y escritor─ como «deformaciones políticas e ideológicas» y fueron sancionadas severamente, ignorando la verdadera causa de las graves violaciones hacia los derechos humanos en las que incurrían «sus combatientes»:
Cada degradación en los rangos de la guerrilla significó para estos elementos infiltrados un ascenso en los grados que ostentaban como agentes en las filas gubernamentales.
Entonces podemos preguntar: ¿Qué llevó al comandante Mayo Sibrián a «ver» infiltrados en sus filas y en toda la población cercana al Frente paracentral de San Vicente? ¿Qué generó las purgas masivas que estuvieron bajo su dirección y significó uno de los episodios más horrorosos de la guerra civil de El Salvador? ¿Por qué el soldado desertor de la Faes César Vielman Joya Martínez no recibió el estatuto de asilo político en Estados Unidos cuando confesó ser parte de los escuadrones de la muerte en El Salvador y estaba dispuesto a desmantelar parte de sus estructuras ante miembros del Congreso, a pesar de que el afamado intelectual Noam Chomsky instó al Gobierno norteamericano a que se le diera protección para conocer la verdad sobre dichos escuadrones?
¿Tendremos, los salvadoreños, alguna vez la oportunidad de conocer los pormenores de la guerra civil en El Salvador? ¿Qué tan dispuestos estamos, como sociedad, a encarar los hechos que nos acerquen a un posible rasgo de la verdad no solamente en relación con la guerra civil, sino también ante los crímenes de la violencia actual y sus ramificaciones? ¿Es posible comprender de manera más amplia y profunda la historia de El Salvador sin asumir que la violencia ha sido el dinamismo histórico que ha configurado a la sociedad salvadoreña, y sin asumir que su contraparte constante e inquietante, expresada como impunidad e injusticia, ha sido la presencia del silencio que organiza como mal estructural nuestra actual sociedad salvadoreña? ¿Somos capaces de un poco de verdad o seguiremos relatando «una película» que alguien nos contó al estilo de The Heat is On?
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