¿Vivir para trabajar o trabajar para vivir?

¿Vivir para trabajar o trabajar para vivir?

¿Esta es la vida que queremos? ¿Es para esto que hemos venido a este mundo? Ante todos los problemas que acarrea vivir para trabajar, estamos obligados a reconsiderar todo nuestro sistema de valores


Manuel Vicente Henríquez B. | Comunicador y escritor


Pasan los días y usted comienza a sentir frecuentes molestias corporales, fatiga visual, dolores de cabeza. Se le dificulta cada vez más conciliar el sueño, tiene enfermedades cutáneas, problemas de gastritis y otros desórdenes gastrointestinales. Siente que vive en un decaimiento permanente, tiene más momentos de mal humor y al final del día está completamente sin energía para hacer nada.

Si usted se identifica con dos o más de estas dolencias, es muy probable que sufra del síndrome del burnout o síndrome del trabajador quemado. ¿En qué consiste este padecimiento que actualmente afecta nuestras vidas? Este síndrome consiste en un estado de agotamiento físico, mental y emocional causado por el cansancio psíquico o estrés que surge de una relación laboral dificultosa.

El trastorno del burnout por exceso de trabajo se convierte cada vez más en norma y no en la excepción dentro de la vida laboral de las personas. Actualmente vivimos en una sociedad en la que predomina la eficiencia laboral, que permite a las empresas una mayor producción y por ende más ganancias. En la economía moderna capitalista, damos por sentado que el estrés es inherente a nuestra vida profesional cotidiana, por lo que debemos adaptarnos a vivir con él.

Parece que vivimos en un mundo que lo único que hace es trabajar y que todo logro y reconocimiento social se logra a través del trabajo. Y esto nos está pasando la factura. En nuestras sociedades el imperativo del rendimiento es fundamental. Y para rendir debes tener una vida al servicio de la economía. Ya lo dijo el filósofo coreano-alemán Byung-Chul Han: «La ideología neoliberal de la resiliencia toma las experiencias traumáticas como catalizadores para incrementar el rendimiento». 

Esto nos lleva a preguntarnos: ¿Sabemos las implicaciones de ser personas adictas al trabajo? Cuando estamos en esa rutina laboral, es bien difícil darse cuenta cuánto nos destruimos mentalmente y cómo nos enfermamos físicamente. El workaholic es una persona con un comportamiento compulsivo que lo conmina a trabajar de forma incansable. Una persona que es adicta al trabajo es aquella que trabaja todo el tiempo: lo hace en su oficina y en el tiempo fuera de su oficina. Su tiempo libre, si lo tiene, lo utiliza para trabajar.

Y cuando trabajamos de tal manera, hay un desgaste, hay un drenaje de energía que nos impide continuar con otras actividades de nuestra vida: hacer las tareas domésticas, jugar con los hijos, llevarlos a la cama a la hora de dormir. De esta manera vemos cómo el trabajo influye en todas las áreas de nuestra vida.

Sin embargo, en el mundo capitalista moderno en que vivimos, el trabajo se ha desnaturalizado. Es a través del trabajo que generamos más ganancias y como «el combustible» del capitalismo es el dinero, todo está dirigido para hacer que se incremente, que se expanda, que se multiplique. De ahí que entre más trabajemos, hay más dinero. Pero entonces, el trabajo pierde su sentido de dignificar a las personas. El trabajo nos sirve únicamente como medio de subsistencia y no como una forma de crecimiento personal y manera de incidir en nuestra sociedad, desde nuestra individualidad.

En este sentido, vale la pena citar al escritor italiano Alessandro Baricco, quien en su excelente ensayo Next, nos pone en contexto de lo que implica trabajar en el mundo neoliberal y globalizado de hoy: «la globalización necesita una competición dura, radical y despiadada (…), necesita la selección porque practica un juego duro y no puede acarrear consigo a individuos débiles». Ante tal panorama, es prácticamente imposible que un empleado no viva en un perenne agotamiento. Nuestras vidas están en una constante carrera contra el reloj, parafraseando a Carl Honoré.

Pero al final del día, cuando las enfermedades hacen su aparición, cuando todo está enfocado en pagar deudas y en endeudarse más, surge la pregunta: ¿Esta es la vida que queremos? ¿Es para esto que hemos venido a este mundo? Ante todos los problemas que acarrea vivir para trabajar, estamos obligados a reconsiderar todo nuestro sistema de valores. Debemos cambiar nuestra forma de vida y el enfoque que le damos a ella; para lograr eso, el ocio es fundamental. 

El ocio es, también, otro de los grandes sacrificados de la cultura laboral capitalista. Si existen otras posibilidades de vivir, éstas pasan por darle al ocio y al esparcimiento la importancia que merecen. Es imperativo lograr espacios para el tiempo libre, para la reflexión y para el descanso, ya que eso forma parte de la libertad del ser humano. Ya no podemos vivir esclavizados al trabajo y que nuestro amo sea el dinero.

Debemos reducir los espacios en que prime la lógica económica, para ampliar los espacios de encuentro social, lo que nos permitirá tener una mejor calidad de vida. Debemos fortalecer la conexión humana (tan deteriorada a raíz de la pandemia) y eso se logra con más tiempo para compartir con la familia, la pareja, las amistades y con nosotros mismos. Debemos entender que el trabajo nos permite vivir, pero no nos da valor, porque los seres humanos somos valiosos por nosotros mismos, esa dignidad va más allá de las ganancias económicas.

Como dijo el politólogo español, Juan Luis Arsuaga: «La vida no puede ser trabajar toda la semana e ir el sábado al supermercado».

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