Muchos debates del teatro del país ponen el acento entre lo que es teatro comercial y lo que es teatro comprometido, esto es un lastre de los conflictos entre el teatro burgués y el teatro político. Esta disputa estética es la materialización presente de los conflictos del pasado
David J. Rocha Cortez | Escritor, crítico teatral, investigador cultural y docente universitario
El sentido común dice que a medida que pasa el tiempo uno se olvida. Puede ser que uno se olvide de muchas cosas, pero resurgen como dilemas y conflictos que no quedaron en el olvido. En todo caso, quedaron en el silencio.
Elizabeth Jelin[1]
El teatro salvadoreño y sus hacedores no han estado exentos de las disputas por el pasado reciente que envuelven a los grupos sociales del país. Los debates por las memorias y los olvidos han ido construyendo múltiples posibilidades sobre la escena. Ante las políticas de perdón y olvido de los proyectos de nación, protagonistas o no de los conflictos generadores de borraduras y silencios, las y los artistas han logrado vertebrar un corpus que constituye visibilidad, crítica y relaciones colectivas con el otro, los otros. Sin embargo, a lo interno del movimiento teatral salvadoreño las disputas estéticas, los sentidos del arte y las pugnas por la verdad se acentúan.
Muchos debates del teatro del país ponen el acento entre lo que es teatro comercial y lo que es teatro comprometido, esto es un lastre de los conflictos entre el teatro burgués y el teatro político. Esta disputa estética es la materialización presente de los conflictos del pasado. Estos conflictos, siguiendo las ideas de Jelin, han sido borrados, olvidados o silenciados. Además, observo un marcado sentido de clase que es endémico de la cultura salvadoreña, dadas las marcadas desigualdades. Los diversos grupos de artistas, que en su génesis tienen troncos comunes, se disputan la verdad sobre el pasado y el presente provocando la desvalorización del trabajo del «otro». La polarización se acentúa.
Pero, ¿de dónde viene esta polarización? Encuentro un posible origen en los años 70 del pasado siglo, polarización que se acentúa en los 80 con la guerra civil. Para Ignacio Martín Baró los años de la guerra civil acentuaron la polarización del país. Expone que este fenómeno no se puede explicar sin los procesos psicosociales individuales y colectivos. Además, plantea que la guerra no solo obliga a tomar partido en uno u otro lado a quienes protagonizan el conflicto, sino que empujan a la población en general a decidir por uno u otro extremo. Para él la polarización es el «proceso psicosocial por el cual las posturas ante un determinado problema tienden a reducirse cada vez más a dos esquemas opuestos y excluyentes al interior de un determinado ámbito social.»[2] Este conflicto surgido por el momento bélico se va a desplazar a la esfera cultural de la época, el teatro no está excluido.
Matar a los padres
La generación de artistas jóvenes de los años 70 dieron un giro de tuerca en la historia del teatro salvadoreño. Desde el Bachillerato en Artes, como espacio de formación y laboratorio, se gestó el grupo de artistas que romperían con la tradición teatral heredada por Bellas Artes. Estos últimos fueron señalados por hacer un teatro clásico, aburguesado, acartonado, un teatro de decorados fijos, para las élites que no representaban los intereses de las mayorías. Como oposición, desde el Bachillerato en Artes Escénicas se empieza a construir un lenguaje metafórico, donde el cuerpo tiene un lugar fundamental, se piensa en un teatro colectivo, se enseñan diversas estéticas del teatro moderno y se propone una mirada endógena a las formas expresivas mesoamericanas y latinoamericanas. Dos influencias fundamentales tendrán asidero en este espacio: el Método Stanislavsky y la creación colectiva colombiana.
La ruptura con Bellas Artes es inminente y la propuesta renovadora del Bachillerato en Artes Escénicas abre nuevos paradigmas. Sin embargo, a lo interno de este último espacio hay pugnas suscitadas por la polarización del país. Muchos de los estudiantes pertenecían a agrupaciones políticas, a movimientos estudiantiles y a las organizaciones que posteriormente se armaron. Esto provocó un quiebre a lo interno del Bachillerato y enfrentó a maestros y alumnos. Se genera el nacimiento del llamado Nuevo Teatro Salvadoreño que en palabras del académico Ricardo Roque Baldovinos:
«El nuevo teatro se presenta como el escenario de la emergencia de un cuerpo popular que se libera de las cadenas de la dominación. Así se explica la fuerza que anima las intensas búsquedas creativas de esta nueva generación de artistas. Pero esto, a su vez, provoca enfrentamientos cada vez más graves con el aparato represivo del estado autoritario y amargas discusiones facciosas que deterioran las relaciones con los maestros y entre los mismos estudiantes.»[3]
Los hermanos que se enfrentan
A inicios de los años 80, el grupo Actoteatro, dirigido por Robeto Salomón, monta el espectáculo Antígona, tierra de cenizas y esperanzas, basada en el mito griego de la mujer que honra a su hermano muerto y desafía la autoridad. Esta puesta en escena mezclaba archivos culturales de El Salvador, una de las escenas era la danza del tigre y el venado. Dos actores con máscara danzaban y se batían a duelo, posteriormente se convertían en Eteocles y Poliníces, los dos hermanos que se enfrentan a duelo mortal.
Esta metáfora funciona para explicar lo sucedido durante el conflicto armado. Muchos estudiantes del Bachillerato formaron diversas agrupaciones desde mediados de los 70 también otros creadores jóvenes de la corriente de Bellas Artes siguieron cultivando lo heredado por sus maestros. Se construye un legado de ambas corrientes en conflicto. Esta generación es la que pone los pilares fundamentales del teatro salvadoreño contemporáneo. Algunos jóvenes artistas se decantan por la lucha armada, otros se exiliaron, otros se quedaron en el país trabajando de diversas formas y otros fueron desaparecidos.
En pleno conflicto armado surgen proyectos impulsados por la empresa privada. Se llevan a cabo varios festivales que tienen como centro a la ciudad de San Salvador. Los festivales Goldtree son un ejemplo que profundiza los límites entre el teatro comercial, sustentado en la comedia, y el teatro político, sustentado en las nuevas formas teatrales producidas desde el Bachillerato en Artes. Los hermanos, herederos de uno y otro legado, siguen ahondando las fronteras a partir de las pugnas estéticas y sociales. Sin embargo, logran reflexionar en torno a este fenómeno:
«Esa experiencia nos dejó una lección fundamental, y es en cuanto a la dignificación del trabajo del teatro, como actividad productiva. Es decir, paradójicamente, un grupo que buscaba la risa fácil a través del desenfado más absoluto, sin un contenido serio ni planteándose grandes problemas éticos del arte en función social, era el más exitoso en materia económica.»[4]
Los hijos de los hijos…
Las disputas ideológicas y estéticas por la generación de artistas formados en la posguerra son herencia de estos quiebres históricos. En la actualidad, entre otras cosas, se disputan las legitimidades entre formas teatrales experimentales y teatro comercial, teatro subvencionado por la empresa privada y teatro autogestionado, teatro con compromiso y en función social y teatro para divertir. Sin embargo, todos coinciden en las figuras de las y los directores y en el teatro basado en el texto como ejes que los unifican y los apegan a la tradición más clásica del teatro occidental.
Más allá de las disputas, de los olvidos y la polarización, las audiencias salvadoreñas pueden acceder a diversas formas de representación. En medio de los conflictos heredados, hay un trabajo heterogéneo que construye un entramado teatral en el que las audiencias son las más beneficiadas. Ojalá las nuevas generaciones, los más jóvenes y quienes vienen después puedan volver sobre las heridas y avanzar en colectivo anteponiendo los beneficios comunes y las apuestas de desarrollo conjuntas.
[1] Elizabeth Jelin: No se puede olvidar por decreto. Entrevista para Infobae. Recuperado en https://www.infobae.com/cultura/2017/08/23/elizabeth-jelin-no-se-puede-olvidar-por-decreto/
[2] Ignacio Martín Baró: Polarización social en El Salvador. Recuperado de https://www.uca.edu.sv/coleccion-digital-IMB/wp-content/uploads/2015/12/1983-Polarizaci%C3%B3n-social-en-El-Salvador.pdf
[3] Ricardo Roque Baldovinos: Pensar el cuerpo: el nuevo teatro de El Salvador en la década de 1970. Recuperado en: https://revistas.comillas.edu/index.php/pensamiento/article/view/12222/11353
[4] Carlos Velis: Las artes escénicas salvadoreñas: una historia de amor y heroísmo. Ed. Clásicos Roxsil,Santa Tecla, El Salvador. 2002. p. 122