8 de octubre de 2022. Debido a la Tormenta Tropical Julia, la Asamblea Legislativa aprueba por 15 días el estado de emergencia y alerta roja a nivel nacional, las alarmas se encienden. En televisión, al menos, todo el mundo salvadoreño se agita. Pero en la costa las cosas son distintas, el tiempo pasa como debe ser. Raúl Benítez, en la línea de una larga tradición literaria, nos regala una hermosa crónica
Raúl Benítez | Periodista audiovisual
El huracán Julia impactó la costa atlántica de Nicaragua la noche del 8 de octubre. Las autoridades esperan que su paso del océano a tierra le haga perder poder y que se degrade a tormenta tropical. A varios kilómetros de ahí, en el litoral salvadoreño, estoy frente al océano Pacífico, un mar completamente distinto que aguarda su llegada.
Es el mediodía del domingo y sigo viendo al mar. No hay indicios de la tormenta que se acerca peligrosamente por el continente, atravesando Centroamérica de costa a costa, de extremo a extremo, como quien estira los pies frente a un tronco sobre el que pasar.
Las nubes apenas se tiñen de gris, pero por momentos dejan ver un poco de azul, algo fugaz; no están del todo convencidas en tapar por completo el cielo. Abajo, el mar está recio, golpea con fuerza las piedras del acantilado que veo. Las olas se estrellan y estallan en espuma. A veces lo hacen con fuerza, a veces con un poco más de delicadeza.
Estos golpes alborotaron la fauna: sobre las piedras de esta pared hay muchos cangrejos, la mayoría de ellos un poco alejados del agua que salpica de las olas y otros pocos que se dejan acariciar. Hay uno más grande que los demás, parado al borde, que no se percata de ese vaivén del mar.
El cangrejo no se mueve, sigue ahí, mientras sus compañeros se alejan, quizá espantados porque la marea sigue subiendo. Arriba, el cielo empieza a entintarse un poco más, sigue tímido, como augurio de que estamos a tiempo de alejarnos, como diciendo que dará un compás de espera, unas horitas en lo que Julia llega, para romperse y empezar a llenar el mar.
Vuelvo a ver las piedras. Ya hay menos cangrejos, pero el grande sigue ahí, mueve un poco las patas y sus pinzas… quizá cree que es más fuerte que el viento que empieza a soplar frente a él. Espera… quizá le gusta el abrazo de la espuma que a veces lo baña delicadamente.
Hay pocas personas en la zona, evitaron llegar tras la advertencia de alerta roja impuesta por Protección Civil, en especial en la costa. Quizás se han sumado doblaron rodillas frente a la tormenta y oraron, como lo sugirió el presidente y sus diputados a través de un decreto nocturno la noche del sábado, como si un par de plegarias pudieran abatir un huracán.
¡Paf!
Un golpe seco en el agua me hizo dejar de pensar en políticos y volver a ver al mar. Busqué la piedra donde estaba el cangrejo. Solo había espuma. Me levanté, di un par de pasos sobre el borde en el que me encontraba y vi al lado del acantilado. Creo que vi algo, una panza blanca… dos pinzas… ocho patas… un cangrejo. Creo que pensó que podía ser más fuerte que el agua y su espuma. Ahora flota panza arriba sobre el mar, mientras las olas lo arrastran y golpean contra las piedras. Lo veo hasta que se hunde, entre espuma. Arriba, un poco de azul se ve entre el gris. El cielo también vio al cangrejo.
RAÚL BENÍTEZ. Periodista audiovisual. Aficionado al cine y la cultura. Amante de los cómics y la ciencia ficción. Cofundador de @esculturalsv