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Lucía Estrada (Colombia)

Poemas de Lucía Estrada

Especial «La hora más alta», muestra de poetas colombianas


Hice de mi vida un pasto soleado por el brillo de las arañas. Fui todas ellas y ahora me llaman a consumar su destino, cada una en su trampa.

Consulto el borde de la luna en la fuente de las anunciaciones. Soy propicia a sus nacimientos.

Retomo pues, fielmente, condenas y extrañas virtudes, antiguos secretos y redes inconclusas, presagios como insectos luminosos, sabias geometrías, el rostro invisible de la estrella mayor, los venenos de la sacerdotisa, el vínculo con la transparencia, la sucesión de vértigos, el prisma de la voluntad, las artes de la seducción.

Me hundo en esas formas, las llevo hasta el fondo de su corazón como cuchillos, ardiendo sus propias mandíbulas, agujereando las telas con sus cuerpos, haciendo estallar sus gotas de mercurio en el platillo de la balanza.

Ellas, mi sola verdad, convertidas en incendio, reunidas como si esperaran una última muerte, la ruptura en mí de sus hilos al paso de futuras catedrales.


Alma Malher

Yo también lo prefiero.

Es más bella la mano
al pulsar una cuerda invisible.

Cuando duermes,
reaparecen las tres mil sombras de tus dedos
tejiendo filigranas
en el oscuro cuello del dragón.

Te miro inquieta
sin atreverme a respirar.

Es la hora más alta
del doble vuelo nocturno.

Escribo en la seda de tus párpados
mi temor de perderle,
de que huya como un gato por los techos,
de que salte y reviente la cuerda
de todas las campanas del mundo,
de que se despeñe con el sonido metálico
de un arcángel
en el centro mismo de la orquesta.

Yo también lo prefiero
cóncavo y oscuro.

La clave blanca y negra
de todo cuanto existe
se advierte
en su sinfonía de agujas.


Del laberinto de Ariadna I

Toma este delgado hilo de sombra y envuélvelo en torno a ti. Ténsalo hasta el límite. Comprueba su resistencia. El roce oscuro pronto ganará la carne, el hueso, la médula feroz de tu memoria.

Insiste en el corte que aguzará tu oído, tu lengua. Insiste hasta que seas de la herida su cerco de palabras afiladas.

De un extremo a otro de la sangre, allí donde la luna marchita alimenta a sus perros, extiende su línea sedienta. Pero no lo rompas. No rompas la noche ni la palabra espejo. No rompas lo que has escuchado ni la voluntad de seguir en pie sobre el hielo que cruje, bajo el ardor de tantas lámparas contradictorias.

Toma entre los dedos este delgado instante; púlsalo como a la sola cuerda del piano en la torre de Tübingen.

Esta es la última posibilidad de aferrarte. Ténsalo en torno a ti. No lo pierdas.


Del laberinto de Ariadna II

Y sin embargo, la cuerda que envolvió tu sombra, esa imagen oscura y densa como mancha de aceite que para entonces tenías del mundo, permanece en algún lugar esperando el punto de quiebre, el desgarramiento de las fibras, lo poco o nada que hemos hecho y que apura su vaso de verdades a medias para no desistir. Este es el momento preciso para subir por ella otra vez, apretando nuestro cuerpo a la tensión que no deja de caer mientras asciende, y que una vez arriba se rompe delicada como cristal de azúcar, sin ruido, sin que nadie lo advierta.

En tanto estamos seguros. Firmes y discretos, sin mirar hacia ningún lado, sin predisponer a nadie en nuestra contra. Mudos, sin palabras. Sin lengua. Sin verdades enteras. Presintiendo. Sólo presintiendo lo que la vida y la muerte han hecho de nosotros, del tiempo, del halo negro de las cosas.

Una antorcha que se consume con rapidez, un círculo abierto al equívoco, una señal que nadie entiende…

Pero seguimos intactos y estamos satisfechos. Cuanto más inmóviles, menos riesgo de extraviarnos. Menos palabras y más aire para los saltos de liebre, para el pulso hábil del trapecista, para el hombre que nunca cerró la puerta de su dormitorio ni ha mirado a través de una ventana… Terrazas, y la mano que sujeta segura la cuerda para subir aunque no haya más arriba que su media verdad, o su liebre a punto de hundirse en el grito de otros, a punto de ahogarse, de roer la cuerda, a punto de soltar tu mano, de no importarle nada, a punto de huir, de dejarse arrastrar por lo que hasta entonces no entendías, pero es tan certero y cruel…


Del laberinto de Ariadna III

La cuerda se rompe siempre por su parte más débil. Tensión que se basta a sí misma, y a sí misma se desgasta. Tensión que viene desde la más pequeña fibra, allí donde bailan, gritan y golpean todas las sombras, las que aceptamos, aquellas con las que tropezamos.

Inútil tratar de comprender cómo a cada palabra, a cada intento de perfección se debilita aún más. Inútil proteger ese fragmento que también eres, que también soy. Inútil esperar algo nuevo. De ti, de mí, de nosotros.

Si otras cuerdas se rompen, no es asunto nuestro. Cada quien volverá a unirlas a su manera. Pero cada quien, como nosotros, la sabrá al filo de su propio corazón, de su propia – y torpe – insistencia…


LUCÍA ESTRADA (Medellín, Colombia). Ha publicado varios libros de poesía, entre ellos Maiastra, Las hijas del Espino, El ojo de Circe (Antología), La noche en el espejo, Cuaderno del Ángel, Continuidad del jardín (Selección personal) y Katábasis. Con su libro Las hijas del Espino obtuvo el Premio de Poesía Ciudad de Medellín (2005) y la Beca de Creación en Poesía, otorgada por el Municipio de Medellín en 2008 con Cuaderno del ángel. En 2009 y 2017 obtuvo el Premio Nacional de Poesía Ciudad de Bogotá con sus libros La noche en el espejo (2010) y Katábasis (2018) respectivamente. Con este último libro fue finalista del Premio Nacional de Poesía del Ministerio de Cultura de Colombia en 2019. Textos suyos han aparecido también en varias antologías y publicaciones del país y del exterior. Así mismo sus poemas han sido traducidos a varios idiomas. Invitada a diversos encuentros literarios en el país y en el exterior. En 2020 la Editorial Eulalia Books (Estados Unidos) publicó una edición bilingüe de Katábasis en traducción de Olivia Lott (Finalista en el PEN America Literary Awards, 2021. Próximamente la editorial L’ Harmattan de París (Francia), publicará una edición bilingüe de Katábasis en traducción de Dominique Delpirou.

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