Especial «La hora más alta», muestra de poetas colombianas
Emily Dickinson
Nací el mismo día que Emily Dickinson
casi dos siglos después
y las cosas han cambiado un poco
desde entonces
no tuve
su entereza ante el dolor
ni su oído sutil para las revelaciones
vivo en un edificio alto
donde no llegan los pájaros
sólo un ruido de sirenas
que no canta
es una ciudad inmensa
aquí todos somos Nadie
pero no hemos aprendido
a guardar el secreto:
al caminar regamos
nuestra nada en las esquinas
Nací con la piel oscura
en un país del trópico
y vine a buscarla a este estruendo
tan lejano de su voz
que se enredaba en las praderas
la imagino callando en los ladrillos
veo sus manuscritos de letras apretadas
como ramas de tinta negra
que se quiebran
en cualquier envoltura
en la lista de mercado
y se enlazan otra vez
para inventar el mundo
Nací un diez de diciembre como ella
y no traje ese silencio
sin embargo
gracias al conjuro
de repetir sus versos
mientras cambian los semáforos
estoy a flote
todavía
Palabras piel
palabras número palabras tiempo
palabras piel
Rose Ausländer
si pudiera escoger otra piel
sería oscura como la mía
y estaría hecha de palabras
si pudiera decir palabras-piel
y así tener un cuerpo
como el mío
pero
elocuente
al quebrarse
si tuviera un cuerpo que dijera
por ejemplo aquí estoy no me he ido por ejemplo sobrevivo
un cuerpo que diera razones y porqués
y no este aturdimiento este cansancio estos huesos casi polvo de tantas veces rotos
cuánto entendería entonces:
si tuviera palabras
en vez de cicatrices
Frida Kahlo
i.
si pudiera pintar como Frida Kahlo
tendría muchos bocetos para los huesos rotos
primero a lápiz
luego iría agregando
los colores
ensayaría siluetas
volvería a empezar
cruzaría líneas y contornos
hasta dar
con la forma exacta de la herida
entonces
probaría
todas las distintas
tonalidades del rojo
para el cuerpo ensangrentado
hasta encontrar
ese matiz justo de lo frágil
ii.
la expresión de su dolor
está en la imagen:
los ojos entrecerrados
la boca resignada que no grita
apenas se abre
tal vez murmura un gemido
las palabras
en el título del cuadro
inscritas en el letrero sostenido por palomas
¡UNOS CUANTOS PIQUETITOS!
así en mayúscula
exclamando
contienen
la ironía
porque ella
en la imagen
desnuda
herida
todavía con un zapato puesto
el de su pierna izquierda rota
todavía con el tacón
que disimulaba
su pierna más corta que la otra
(uno de sus tantos desbalances)
ella no puede decir
¡UNOS CUANTOS PIQUETITOS!
iii.
a las palabras
en cambio
les cabe la ironía
de un cuerpo quebrado
que aún sabe nombrarse
de un dolor ciego
que es clarividente
para ver
lo absurdo y lo pequeño
iv.
esa voz está en el cuerpo
y fuera de él
esa voz es y no es las heridas
es la perspectiva
imposible
a la vez desde arriba
y desde muy adentro
alguien que observa desde el techo el cuerpo roto y piensa pobrecita
alguien que está también muy al fondo de ese cuerpo unos cuantos piquetitos
v.
pero yo no puedo pintar como Frida
no tengo su paleta de colores
no tengo la precisión
de cada corte en la piel
no tengo una cama sencilla en medio de un cuarto
en donde una mujer adolorida
se retuerce
serena
sopesando su dolor
vi.
sólo me queda la voz
me queda la voz frágil quebrada
que no puede pintar de rojo sus heridas
me queda la voz sin forma sin imágenes
que no puede dibujar las grietas que se abren
en sus huesos al romperse
me queda la voz sola desprovista
sin distancia
sin más remedio
que ser al tiempo
su dolor
y su ironía
No sabemos dónde van a caer los rayos. Puede ser que uno vaya a atravesar una vaca en un potrero remoto o un gato en un tejado cercano. Nunca he visto un animal electrocutado, aunque mi hermana sí habló del esposo de una amiga suya que murió cuando lo tumbó un rayo en un campo de golf. Imaginé el rayo partiéndolo en dos y tumbándolo doblemente. En un campo de golf y en un potrero no hay dónde esconderse. Para nosotros, que no sabemos dónde van a caer los rayos, sería mejor hacer de perro callejero, refugiarnos en los basureros. Siempre nos hicieron salir de la piscina y del mar cuando llovía porque nos podían rastrear los rayos. Yo no sé. El día en que enterramos a mi abuela hubo una tormenta de rayos y es lo más hermoso que he visto en un cementerio, de lejos. Puede ser que un rayo atraviese un ataúd, electrocute al muerto y lo reviva. A los cadáveres sin ataúd también los encuentran los rayos; nosotros no sabemos dónde buscarlos.
MARÍA GÓMEZ LARA (Bogotá, Colombia). Ha publicado los poemarios Después del horizonte (2012), Contratono (Visor, 2015) y El lugar de las palabras (Pre-Textos, 2020). Contratono mereció el XXVII Premio Internacional de Poesía Fundación Loewe a la Creación Joven y además fue traducido al portugués por el poeta Nuno Júdice bajo el título Nó de sombras (2015). Algunos de sus poemas también han sido traducidos al italiano, al inglés y al árabe y han aparecido, tanto en español como en ediciones bilingües, en distintos medios de Latinoamérica y España y en numerosas antologías de poesía colombiana y latinoamericana. Estudió literatura en la Universidad de los Andes en Bogotá. Tiene una maestría en escritura creativa en español de la Universidad de Nueva York y otra en literaturas y lenguas romances de la Universidad de Harvard. Actualmente es candidata a doctorado en poesía latinoamericana en Harvard.
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