Especial «La hora más alta», muestra de poetas colombianas
La verdadera historia del reino de la caimanera
Mi padre tenía un río revuelto sobre una orilla que sangraba peces sin espinas
Ese río sin prestigio, sin sombra y sin dudas terminó con ese pueblo
Primero se llevó la iglesia, después las casas respetables y luego todo lo que tuviera la intención de durar
Como gente sin destino, salimos para esa ciudad desbordada de parientes
Donde fuimos extranjeros para siempre
Nadie dijo nada
¿Para qué?
Probado está que las palabras no resuelven los silencios
En ese nuevo lugar aprendimos a cosechar las sombras de los árboles
A distinguir los trapos en la horqueta
A saber, a qué miradas se les puede revelar un secreto
Que palabras no pronunciar jamás frente a un deudo
A tejer los hilos que van de la frente de un anciano a la palma de un niño que no será feliz
Y a partir siguiendo el camino de las aves de estación
El rio disecado entre mis manos convertidas en canoas
son los pájaros de esta primavera silenciosa
El ofrezco para quien desee partir
Yo no tengo otros recuerdos
Y mi padre ha comenzado a cantar la canción del retorno.
Oración al perro del exilio
Tiene derecho a no responder ninguna pregunta si es detenido.
Ley de frontera de EE. UU.
Al perro famélico que olfatea el destino del hambre
A los caminantes de las trochas desde Paraguachón hasta el río Magdalena
A los peregrinos que salieron de Valencia y se congelaron en el nudo del páramo de Santurbán
A la mujer que bendice el aire de quienes salieron de Senegal, Nigeria o Agadez para llegar a Libia después a Trípoli y ver por fin el Mediterráneo contaminado con tus ojos de turista
Al fantasma de Rimbaud que se hundió en el Lampedusa
A los tripulantes del Alejandría que se despidieron para siempre de Siria
A los 72 de San Fernando de Tamaulipas
A quienes abordaron La Bestia y pidieron al cielo que cuidara sus rieles
A quienes caminaron sobre las brasas para llegar a Sion
A los que huyeron de Sion para llegar a ningún lado
A quienes naufragaron en las autopistas
A los que llegaron temprano y no fueron anotados en el libro
A los brazos que arrullan sin temor al hijo ajeno
A los que prenden velas al solsticio
A los que compran el Bristol antes de la cosecha
A los tibios de corazón que no heredarán la tierra
A los que no son ni fu ni fa en el inventario de monedas
A los que se marchan sin boleto de regreso
A los que mantienen su puta fe por fuera
del comercio
A las gallinas de Corinto
A la epifanía de tu cuerpo
que descansa en paz a pesar de la lluvia
A las rosas pálidas del jardín
Al dios suburbano que pasea por Corrientes
Al dios medieval de las islas
Al dios racional de Nueva Delhi
Al dios centrífugo de la mezquita
A los dioses y diosas intermunicipales
desde María Lionza hasta la bruja del Potrerillo les pido que se concentren en aquellos asuntos
que les toca
que ya estamos cansados de la estafa, de la tristeza y de la esperanza.
Círculo vicioso
Madre, eres la única boca de quien yo sería lengua.
Silvia Plath
Mi madre ha venido a visitarnos
Vuelve para jugar con nosotros en el patio
mientras nos mira desde su cuerpo de niña de tres años
Ahora es la hija de mi hermano que es el mismo retrato del abuelo
el que cantaba un himno de soledad donde una piragua navegaba en el Cesar y un ejército de estrellas la seguía.
Solo que el ejército que nos persigue no es de estrellas
ni el Cesar es navegable
y las piraguas desaparecieron
con la llegada de las naves holandesas
¿Recuerdas madre?
Ahora yo tengo un miedo indescifrable
y dos hijos que no se parecen a ninguno de ustedes
Tal vez en otro país una mujer dejó su huella de aceitunas en la sopa que bebemos sin preocupaciones y sin penas
Ahora cantamos No Woman No Cry
y sentimos la misma nostalgia del abuelo, pero nos importa menos
Y ahora madre
somos capaces de cualquier cosa
por olvidarlo todo y empezar de nuevo.
Un tigre en la mirada
El tigre venía cargado de rayas, por si acaso.
Traía bengalas en las uñas
y bostezos largos detrás del matorral.
Quien no ha visto un tigre nunca ha visto la tristeza de Dios.
Tienen los ojos llenos de tardes sin lluvia
los ojos tranquilos como la copa verde de los árboles
los ojos del amor cuando el amor no es posible.
Y son mansos cuando al alimentarse se lanzan sobre tu cuello sin rencor alguno.
Los hijos del paisaje
(Fragmento)
I
No. Será mejor que no hablemos de eso.
Que los hombres se pierdan mar adentro, no es nuevo.
Que traguen horizontes salados, no hace gracia.
Todas sabemos que no los veremos en la orilla otra vez.
Por eso deshazte de su peine, recoge la ropa del alambre y alista el vestido de la iglesia.
Este silencio es como el mar, inquieto, profundo y sin pensamiento alguno. Tengo cicatrices que acaricio cuando una sonrisa me amenaza con su eternidad blanca.
No voy a cocinar hoy. Mañana en la orilla encontraré varios mensajes de su suerte: una sandalia, un trapo rojo con el que seguramente me hizo señas cuando ya no podía gritar, un cepillo de dientes aburrido entre las algas y el atardecer de un paraíso sospechoso. Nunca supimos de él. ¿Para qué?, nos dijo el comisario. Todos son iguales.
Nadie sabe qué hago por las tardes. Han inventado diversas historias para mi locura. La locura de coleccionar sandalias de un mismo pie o de izar banderas con los restos de las telas que llegan a mi orilla. No saben que soy escabrosa y mordaz cuando estoy en el tabernáculo y bailo con las manos elevadas para que Dios me perdone estas ganas de no decir nada y de esperarlo contando las lluvias.
He recolectado esta cosecha de despedidas y no me hace falta la otra sandalia, ni las piernas, ni el resto del mar, solo la estela de agua donde se ahogó mi retrato.
El mar sepulta a su manera,
la manera tranquila y volátil.
Sangre azul es el territorio de las olas,
mar aéreo que invita a volar sobre los muertos.
Cada vez somos menos las mujeres que esperamos entre los cocoteros. Hoy me río, porque quizá ese sonido con olor a cangrejos llegue hasta donde estés y puedas regresar un día al lugar del laberinto, allí donde un anzuelo se pierde para regresar sosteniendo la llanta de una bicicleta que llegó hasta el mar. Todos abandonan las islas como una ola en retroceso, entonces de repente anochece y de nuevo esperas a que tus muertos regresen oliendo a limonaria con jabón… Pero nadie regresa de la espuma, a menos que la traiga puesta. Me dicen que siembre caracoles en el patio, que cuando crezcan un extraño sonido de brújula guiará tu espanto y que entonces vendrás pidiendo explicaciones al gobierno. ¡Pero qué cosa atroz! ¡Regresar para andar otra vez en malas compañías!
MARÍAMATILDE RODRÍGUEZ JAIME (Barranquilla, Colombia). Está enraizada en el archipiélago de San Andrés, Providencia y Santa Catalina desde hace más de 25 años. Su creación literaria salió a la luz pública en 2007 con Los hijos del paisaje, testimonio lírico de los desaparecidos en altamar, editado en Barranquilla por el sello Luna con Parasol y prologado por el poeta Juan Manuel Roca. Desde entonces ha publicado ensayos, cuentos y poemas en distintas revistas nacionales e internacionales. Los hijos del paisaje fue traducido al francés y al italiano. Juramento Gitano es su más reciente libro de poemas, publicado por la Editorial de la Universidad del Norte en el 2018. Ha participado en recitales, encuentros de escritores y ferias del libro en distintas ciudades de Colombia, México, República Dominicana, Italia, Francia, Kenia, entre otros. Tiene inéditos tres libros de cuentos: La lengua de Josephine Pomare, Mitología de las cosas perfectas y Cartas del comisario.
REGRESAR a nota principal de «La hora más alta»
Matilde, orgullo de quienes la conocen escribe con el alma entre sus dedos, la profundidad y el sentimiento de su poesia conmueve intensamente. Eres un ser único y muy especial.