El estrecho dudoso me parece una obra prodigiosa de la poesía centroamericana y una obra mayor de nuestra lengua, escribe el poeta guatemalteco Eduardo Villalobos acerca de uno de los principales libros de poesía de Ernesto Cardenal
Eduardo Villalobos | Poeta, editor, tallerista y catedrático guatemalteco.
No sabría regresar a aquella biblioteca en San Salvador en que, siendo muy joven, una tarde en que nada tenía que hacer, buscando entre los estantes en que resplandecía un fino polvo iluminado por la luz, encontré de pronto un libro que se llamaba El estrecho dudoso, de Ernesto Cardenal.
No sabría tampoco explicar por qué lo elegí entre tantos otros para abrirlo y hojearlo primero, como sin interés, pasando del prólogo de Coronel Urtecho, leyendo un verso por acá y otro más adelante, para detenerme de pronto e ir al primero de los textos para iniciar la lectura del libro, ya adivinando lo que estaba por ocurrirme: el descubrimiento de un lenguaje que no relacionaba entonces con la poesía, el asombro, el deleite, la conmoción y la epifanía.
Yo había leído hasta entonces lo que casi todo el mundo habituado a la poesía latinoamericana conoce de Cardenal: algunos de sus epigramas. Recuerdo aún aquel libro de literatura que llevé en Bachillerato, editado por Kapelusz, de Alfredo Veiravé, en que el autor pone como ejemplo un texto muy irónico en el que el dictador Somoza devela una estatua de Somoza. Y poco más.
Poco a poco me fui adentrando en aquellas páginas que me devolvían palabras descarnadas, como ausentes y frías, pero que producían imágenes de una inusitada calidez. Lo que tenía enfrente era una crónica, pero no construida con las herramientas racionales y narrativas de los relatos modernos, sino basadas en un lenguaje intuitivo y poético, que develaba la arquitectura propia de los textos clásicos.
Hasta entonces (reitero que era muy joven), pensaba que un libro de poesía era fundamentalmente un conjunto de poemas, quizás relacionados con algún tema, como el amor o la muerte. Pensaba también que una historia se contaba solamente por medio de un cuento o de una novela, y que la poesía era el territorio de los desahogos emocionales, pero este libro era otra cosa: contaba la historia de la conquista y la colonización de Centroamérica, contenía fragmentos de textos antiguos que se yuxtaponían a la voz del poeta; todo era contado desde cierta distancia, de manera que no había espacio para ninguna catarsis. Se me estaba mostrando el asombro, el dolor, la ambición, la muerte, sin ningún ornamento, sin que la voz poética apenas interviniera en los hechos contados y sin embargo terminaba cada estancia con una emoción, con una intensidad que siempre he recordado.
He relatado todo esto para afirmar que El estrecho dudoso me parece una obra prodigiosa de la poesía centroamericana y una obra mayor de nuestra lengua. Lo digo además con la certeza de que, por su temática y por la región de la que abreva el autor (bastante invisible en los circuitos editoriales), no se ha difundido de manera adecuada para que llegue su luz a los lectores de nuestra lengua.
Es, quizás, el mejor ejemplo de lo que el mismo Cardenal llamó poesía exteriorista. Utiliza como base crónicas, cartas, decretos reales, testimonios que incorpora al discurso poético para que se difuminen en una sola voz, en una sola historia. Vamos presenciando en una pantalla hecha con palabras la destrucción de un mundo para la construcción de otro nacido del error y de la ambición. Un lector poco avisado diría que el extenso poema podría ser solamente la recopilación de textos históricos, pero nada más alejado de la verdad: es la construcción de artefacto de lenguaje, un punto de vista, un enfoque, que nos permite vislumbrar la desolación producida por el fin de una era y la violencia y el despojo que produjo un nuevo orden. Y para ello Cardenal recurre a diversas voces para construir un mural, un collage de ecos que nos muestra con una sorprendente nitidez lo que llamamos nuestra historia. Y lo hace con un ojo implacable y con una contenida y sutil belleza.
Es en esa reconstrucción de la historia que radica el valor simbólico de El estrecho dudoso. Obra fundacional, no porque inaugure una tradición o una época sino porque recrea los orígenes de lo que hoy son las pequeñas repúblicas centroamericanas, es sobre todo una obra profética y necesaria: nos permite vernos en el espejo de nuestro violento principio para preguntarnos cuáles deberían ser los elementos verdaderos de nuestra identidad, nos muestra los hechos en que se fundó el expolio (quizás la clave de nuestra pobreza y exclusión), cuestiona los valores que se defienden en los círculos más conservadores, devela la invisibilidad que nos acecha. Utiliza, y esto me parece un milagro de la poesía, la versión de los vencedores para reivindicar la resistencia de los vencidos.
Pero todo esto no sería posible sin el extraordinario sentido poético que ilumina el libro. Es un texto hermoso, hecho con oficio y sabiduría. Cardenal sabe mostrar las zonas de la realidad que le interesa resaltar, construye mínimas intervenciones, tan precisas que devienen en imágenes redondas y plenas de sentido, sin caer en excesos retóricos.
Cada vez que alguien me habla de Cardenal, siempre le digo que están bien sus epigramas, sus salmos, la Oda a Marilyn Monroe (nadie acá está negando su valor), pero que hay una zona en la obra de este poeta, menos conocida pero quizás más necesaria y cuyo núcleo es El estrecho dudoso.
Aquella vez terminé de leer el libro. Lo cerré profundamente conmovido y me perdí luego en la noche.

Eduardo Villalobos. (Ciudad de Guatemala, 1974). Poeta, editor, tallerista y catedrático universitario guatemalteco. Ha publicado los libros de poemas El ojo en la vela (1998), Lunas sucias (2005), Los demás (2015) e Ixtab (2023). Ha colaborado con diversos periódicos y revistas. Fue columnista del diario Siglo XXI y de El salmón. Su trabajo ha sido recogido en diversas antologías, entre ellas: Tanta imagen tras la puerta, Los poetas guatemaltecos del siglo XXI, Voces de posguerra, Microfé y El futuro empezó ayer.
