«Los guanacos hijos de la gran puta»

Después de todo, las malas palabras son lo que son y no hay hipocresía, pero también pueden ser parte del elogio, del orgullo, del dolor, del sufrimiento y también del amor. Roque Dalton lo sabía y clavó en el corazón del «Poema de amor» ese verso: Los guanacos hijos de la gran puta


Carlos Clará | Poeta, editor de libros y escritor de no ficción


Como en las leyes, en las palabras la intención cuenta y, tal vez, en el caso de las malas palabras, las define. Lo anterior me hace recordar, más allá del martillo en el dedo, el tráfico o las batallas campales en los estadios de fútbol, una de las escenas más atípicas y creativas de la televisión de principios del siglo XXI, y que aún en estos días destaca en la selva de las plataformas de streaming

En The Wire (2002-2008, cinco temporadas y sesenta episodios), la aclamada serie de HBO que suele aparecer en muchos de los listados de las diez mejores de todos los tiempos, dos detectives de la Policía de Baltimore, Maryland, se ven obligados —a regañadientes— a revisar casos antiguos en los que sospechan de la implicación de secuaces clave del narcotraficante escurridizo que tiene en jaque a las autoridades desde hace rato. Sin embargo, al revisar en el lugar de los hechos el expediente judicial del asesinato de una chica, conforme examinan fotografías de la víctima y trayectorias balísticas, se dan cuenta de que la investigación original ha sido un fiasco y los descubrimientos podrían darles ventaja en la cacería del peligroso jefe criminal. 

Lo que une la secuencia de un hallazgo con otro es un sonoro o, a veces, susurrante fuck (maldición, mierda, joder…): cinco minutos magistrales en los que el diálogo entre los personajes nada más es la desmesura de una treintena de maldiciones moduladas según el instante, la sorpresa o la acción. No es lo mismo un fuck al lastimarse el pulgar por accidente con una cinta métrica que se retrae de golpe que el fuck al descubrir los detectives el porqué de un orificio del tamaño de una bala en la ventana. Esto sucede en «Old Cases», el cuarto episodio de la primera temporada, un derroche poco ortodoxo de «malas palabras» utilizado para darle especial significación, expresividad e intencionalidad a una escena que ha hecho correr ríos de tinta. 

Pero no basta con el resorte de la intención: las malas palabras necesitan su coronación en el estruendo, en la dinamita. De ahí, según dicen, su naturaleza catártica y terapéutica. Esto me lleva a otro ejemplo que, aunque no tiene nada que ver con la blasfemia, sí es útil cuando hablamos de la sonoridad de las palabras necesarias y oportunas. El escritor mexicano Álvaro Enrigue, en su novela Tu sueño imperios han sido, uno de los diez mejores libros de 2024 según The New York Times Book Review, publica, a manera de guía-prólogo en la versión en español una carta a su correctora Teresa Ariño, la cual ayuda a entender y familiarizar al lector con las grafías de los nombres nahuas y su pronunciación en el relato, puesto que el libro trata sobre el momento histórico del encuentro entre el emperador Moctezuma y el caudillo Hernán Cortés, el 8 de noviembre de 1519. 

Luego de que Enrigue explica en la carta a su correctora el porqué y el cómo de varios nombres de los personajes, se detiene en uno: «Notarás una inconsistencia: dejé Moctezuma y no puse Moteucsoma porque ese nombre me gusta más en castellano. Es una novela, y en las novelas —a Cervantes gracias — todo, hasta la ortografía, sirve al relato. Lo de la ‘c’ y la ‘t’ juntas es explosivo, como lo es el personaje que lleva ese nombre en esta historia». 

Las palabras importan; por eso las «malas» deben tener pólvora, precisión y un poco de tormenta. 

A esto se refería el humorista gráfico y escritor argentino Roberto Fontanarrosa (1944-2007) en su famoso discurso sobre las malas palabras en la clausura del III Congreso de la Lengua en Rosario, Santa Fe, el 20 de noviembre de 2004, al que tuve el gusto de asistir: «Hay otra palabra que quiero apuntar, que creo que es fundamental en el idioma castellano, que es la palabra ‘mierda’, también es irreemplazable. Y el secreto de la contextura física está en la R. Anoten las docentes: en la R. Porque es mucho más débil como lo dicen los cubanos, ‘mielda’, que suena a chino. Y no solo eso. Yo creo que ahí está la base de los problemas que ha tenido la Revolución cubana, la falta de posibilidad expresiva», dijo con humor mientras nos partíamos de la risa en el Teatro El Círculo.

Después de todo, las malas palabras son lo que son y no hay hipocresía, pero también pueden ser parte del elogio, del orgullo, del dolor, del sufrimiento y también del amor. Roque Dalton lo sabía y clavó en el corazón del «Poema de amor» ese verso: Los guanacos hijos de la gran puta. Por eso el golpe en el pecho cuando lo escuchamos o leemos, por eso las lágrimas, por eso la congoja: porque entendemos la intención y el estruendo.  

Así que, a estas alturas, los salvadoreños hemos elevado a las malas palabras hasta el ostento para dirigirnos como una forma de resistencia, a veces, al poder y a la miseria. Por lo tanto, y parafraseando a Dalton en su poema «Para un mejor amor» y al epígrafe de la activista y artista feminista Kate Millet en el mismo poema, a lo mejor las malas palabras en El Salvador ya son, han sido, «una categoría política». 

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NOTA: Esta columna se publicó originalmente el 14 de septiembre de 2025 en la edición especial de El Diario de Hoy, en ella se celebró la Independencia de El Salvador y la identidad nacional. Esta edición fue histórica porque se basó en el «Poema de amor» de Roque Dalton. Más de una quincena de colaboraciones se inspiraron en sus versos.



 

CARLOS CLARÁ (San Salvador, 1974). Poeta, escritor de no ficción y editor de libros. Pertenece a la generación noventera de la posguerra salvadoreña. Fundador del extinto taller literario El Cuervo. Publicó Montaje invernal (poesía, 1999), en coautoría con Danilo Villalta, y Los pasillos imaginarios (poesía, 2013). En el ámbito de la no ficción ha publicado tres títulos, entre ellos San José Guayabal: la rebelión de la alegría. El alcalde Mauricio Vilanova y el pueblo que venció a las pandillas en El Salvador (2024). Su obra ha sido incluida en antologías de poetas jóvenes en Centroamérica y España, así como en revistas literarias de la región centroamericana, México y Sudamérica. Fue coordinador editorial y editor en jefe de la Dirección de Publicaciones e Impresos (DPI) del desaparecido Consejo Nacional para la Cultura y el Arte (Concultura). Bajo el sello estatal, coordinó la publicación de la poesía completa de Roque Dalton. También formó parte del consejo editorial de la revista Cultura. Integró el jurado del Premio Nacional de Cultura 2009, editó durante varios años el primer periódico digital de arte y cultura contrACultura (Contrapunto, Grupo Dalton), y fue editor adjunto de Editorial Cinco. Fundó Índole Editores hace veinte años.

Es fundador y coordinador de esta revista.

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