Una blanca vasija de museo

El siguiente fragmento forma parte del testimonio Despacio hacia la ausencia de la escritora salvadoreña Claudia Denisse Navas. El libro, publicado bajo el sello de Ojo de Cuervo, es un emotivo y profundo recorrido por el territorio del duelo y la resistencia del amor al final de la vida. Despacio hacia la ausencia será presentado este próximo sábado en el CRAI Padre Florentino Idoate de la Universidad Centroamericana José Simeón Cañas


Claudia Denisse Navas | Escritora 


Pasar por la casa de mi madre antes de ir a mi trabajo es una costumbre posterior a su recuperación por la fisura en el fémur. Estoy de pie ante su puerta, temprano, cerca de las seis.  

Primera angustia. Introducir la llave, girarla, la puerta que se abre. No siempre ocurría. La puerta quedaba sin llave, pero era imposible penetrar, lo impedía aquella barra de hierro, cilíndrica y pesada, que la afianzaba a la pared a manera de tranca. La andanada de pensamientos empezaba a sumarse en mi cabeza. ¿Y si falleció durante la noche? ¿Se habrá caído y no puede levantarse por sí misma? ¿Estará enferma? Después de tocar el timbre varias veces me pegaba a una rendija de la ventana. Solía ver su figura envejecida, pequeña y gruesa, caminando con un bamboleo rítmico a lo largo del pasillo, oírla protestar por mi forma insistente de tocar el timbre y decir que se le había olvidado quitar la tranca. Angustia superada. 

Segunda angustia. El olor a carbón me recibe por el pasillo. Las tortillas deben estar quemadas, la clara de los huevos estará rechinada, vuelta sobre sí misma con bordes dorados, los trozos de plátano tendrán un extremo calcinado y otro crudo. Su caminar pausado y dolorido interfiere con la velocidad necesaria para llegar al refrigerador, sacar la comida congelada y volver a tiempo de evitar que la avena hervida se precipite por el borde de la olla. Entonces, mi madre se enoja consigo misma y con todo su derredor: se llama y se siente inútil. Aparta lo mejor que se ha salvado de la incineración para servírselo a mi padre y me deja a mí lo que le sigue. Yo tenía que desayunar. Así lo definía ella porque lo consideraba importante. No valía que le explicara que no tenía hambre, que era bastante con una taza de algo caliente, que yo descendía del grupo cavernícola que primero cazaba el mamut y después comía. Yo debía desayunar y punto. Angustia resuelta (para llevar la fiesta en paz). 

Tercera angustia. Comía, era ineludible. Y luego me concentraba en lavar los platos, limpiar la cocina, barrer el patio, desechar a escondidas el carbón y cocinar rápido algo nuevo. La mirada de mi madre cazaba el reloj como un gato se abalanza sobre el ratón, y empezaba el apremio y sus sentencias: que me fijara la hora que era, que no debía llegar tarde a mi trabajo, que me iba a quedar atrapada en el tráfico. Yo decía cualquier cosa y seguía en lo mío. Pocos minutos después, otra vez, su dedo señalando el reloj, sus palabras apremiando, yo eludiendo. Angustia en pausa (hasta mi retiro).

Cuarta angustia. Ella está sentada, comiendo. Se levanta como si estuviera sobre una silla propulsora y se dirige al cuarto de mi padre para declarar sobre la Biblia que ya son las siete de la mañana y que él debe levantarse, a pesar de sus noventa años, a pesar de que no tiene trabajo en su taller, a pesar de que se acostó tarde viendo una película mexicana en la que salían mujeres desnudas (el reclamo es de ella). Oigo que mi padre da un bostezo de león, fuerte y largo, y le dice que mejor se acueste a la par suya. Mi madre sale del cuarto de mi papá, se sienta y continúa comiendo. Angustia en pausa (hasta que mi padre se levante).

Quinta angustia. Mi padre se levanta refulgente como el sol, con la blanca y rizada cabellera apuntando a todos los puntos cardinales y sus intersecciones. Se sienta a comer después de enjuagarse la boca con un vasito de plástico verde que no conoce el jabón. Mi madre está parada frente al televisor mirando una noticia que la ha enganchado. Sus ojos pequeños y vivos, llenos de pestañas rectas y puntiagudas como espinas, ven al mundo entero con sospecha. Abandona la noticia para fijarse que mi padre aún no está comiendo, que sólo está dando sorbos a su avena y lo apremia a entrarle a la comida. ¿O será que «la otra mujer» lo está esperando para desayunar juntos? Angustia eterna.

Me despido, salgo a la calle para irme a trabajar. Mañana, pasado mañana y al día siguiente se repetirá cada pequeña zozobra, como sucede desde hace seis años. 

Cuando el cansancio y los dolores de sus muchos años la atormentaban, mi madre solía decir que no entendía por qué no se moría, que ella ya estaba lista para entregar las armas a su «comandante general». Y así lo hizo. 

Ahora llego a la casa de mi madre. La llave gira, no hay tranca. 

Está abierta, silenciosa y vacía como una enorme y blanca vasija de museo.

En blanco y negro. Con un fondo neutro iluminado desde el ángulo superior izquierdo, la foto resalta la presencia formal de una joven morena, de cejas pobladas, en sus tempranos treinta. Lleva la vestimenta de enfermería común entre 1950 y 1965, un vestido oscuro, quizás azul, sobre el que resalta brillante el blanco del cuello, del amplio delantal y de la cofia almidonada. Las mangas bajan sobriamente sobre medio brazo y rematan en un grueso dobladillo también de color blanco. El cabello negrísimo, liso y abundante, está sujeto por trenzas acomodadas atrás de la cabeza. Fija en el fotógrafo, la mirada es fuerte y determinada, una mirada enérgica. La limpieza de la piel, la nariz recta y la boca bonita definen un rostro agradable en el que se podría sospechar una sonrisa minúscula.

Esa joven fue mi madre y la de mis hermanos. Para entonces, ella no tenía idea de las renuncias y dolores que la vida le demandaría para serlo. 

***

Texto tomado de Navas, C. Despacio hacia la ausencia (2025), Ojo de Cuervo, San Salvador. 



Claudia Denisse Navas (1963). Psicóloga y maestra en Comunicación. Escribe ensayo, poesía y narrativa. Sus textos aparecen en antologías y revistas de México y Centroamérica. Obras publicadas: Criaturas de polvo y sal (Ojo de Cuervo, 2021); Vaivén y declive (Pez Soluble, 2022); Caminata sobre el fuego (Ojo de Cuervo 2024) y Despacio hacia la ausencia (Ojo de Cuervo, 2025).

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