Bryan es un niño de diez años en un mundo de barrio. Yulissa es su vecina y amiga. Ambos viven la dinámica familiar de la marginalidad. Su padre se va a la tienda por cigarros, la vida se vuelve difícil, aunque siempre lo ha sido
Francisca Alfaro | Educadora y poeta
A unos muchachos de Software, a mi madre y a otras madres.
Bryan abrazaba la almohada con la funda tejida por su abuela, mientras contemplaba a su hermanito Kevin de 9 meses y escuchaba que su madre discutía con su tata otra vez. Ella estaba largándolo de la casa de nuevo. Todas las tardes era casi la misma cosa. Por eso Bryan prefería estar en la poza de los Tres Chorros con sus amigos, tirándose y jugando a ser chimbolos. Era su refugio. Corrían las horas después de regresar de la escuela con su hermana. Solo entraba a casa, comía los frijoles y un vaso de Fresqui-Top, luego se quitaba los zapatos y el uniforme, para lavarlo en la pila de lámina, y tenderlo en el alambre frente a la ventana. No tenían televisor. Se ponía su bermuda, y sus yinas balco y se iba para la poza. Algunas tardes, le ayudaba a la abuela vender pan. Otras iba a jugar fútbol a la calle principal. Era el sexto hijo, del segundo hogar de su padre. Era el primer hijo de su madre, el mayor de 10 años, después seguía su hermana Betsaida de 7 y Kevin de 9 meses.
A Bryan, su padre le había enseñado a no llorar. «Los monos que chillan son maricones», le decía, y lo probaba con un buen golpe en la cabeza, la espalda o un hombro.
Le golpeaba por cualquier cosa. A Bryan siempre le daba miedo quedarse con él, bebía los fines de semana, mientras su mamá se iba al puesto de pupusas en el Mercado La Tiendona. Bryan se sabía todas las canciones de Los Temerarios, de Los Iracundos, Leo Dan y por supuesto las canciones Vico C. No le gustaba la música en inglés. Un día Bryan conoció en la Poza a Yulissa. Embobado al verla le parecía que el agua con sus gotas se entretenía con sus pecas, se demoraba más el tiempo cuándo ella se escurría su cabello pelirrojo. Le decían la Gusana, en el barrio así era la forma de tratar la diferencia. Él mismo tenía el apodo de el Vaca, le decían así porque su abuela vendía pan y queso en un negocio cerca del bulevar, y ahí habían dibujado una vaca. Bryan, alias Vaca, creía que Yulissa era bonita. Él nunca la molestaba. Y si otros la molestaban les decía bajito:
─Bicho, culero, no se molesta a las niñas.
La mamá de Yulissa era una mujer solitaria. Muy portentosa físicamente, blanca, de caderas grandes, busto grande, delgada de cintura, de ella había heredado el color de su pelo. Se dedicaba a la cosmetología. Yulissa era su única hija. No tenía papá, al menos nadie sabía quién era, se decía que podría ser Lova, un ladrón histórico de ese barrio. La madre de ella de nombre, Patricia, no hablaba nunca sobre eso. Cuando Patricia estaba molesta también golpeaba a Yulissa, porque no tenía dinero para darle de comer, incluso la sacaba a la calle y le decía a las vecinas:
─Te vendo esta bicha.
Yulissa lloraba mucho, arrinconada en el fondo de un pasaje. Ahí solían reunirse los vagos del barrio. Todos la ignoraban, porque el dolor no se comparte, se espanta o se ignora como a un perro viejo.
Sólo Bryan, un día de tantos, decidió acercarse y decirle si quería jugar con ellos en la poza. La niña le dijo que sí. Jugaron toda la tarde. Al acompañarla a su casa, Bryan la vio entrar y salir enseguida, Patricia la perseguía con el cable de una plancha que hacía sonar en el aire. Yulissa corrió hasta esconderse en el fondo del pasaje, en una casa vieja, abandonada. Bryan se fue detrás sin que lo vieran. Se quedó a su lado.
─Es mala tu mamá, así es mi tata.
─Al menos tenés papá ─dijo Yulissa.
Bryan intentó decir lo peor, hablarle de su vida, y en algún momento Yulissa lo miró conmovida.
Yulissa regresaba a su casa sólo si su madre ya se había dormido, o segura de que no estaba, que se había ido a trabajar de noche a la avenida, según decían las vecinas. Otras, esas no desde luego, le tocaban la puerta para regalarle alguna tortilla con frijoles y sal.
Bryan cumplió 11 años el 4 de octubre. Como nunca celebraban cumpleaños, la abuela los invitaba a comer pupusas a su casa. Ese día regresaron temprano y la discusión fue más intensa, hubo forcejeos, maldiciones, amenazas y algunas gotas de sangre que brotaron hasta el piso de un labio reventado. La madre se fue llorando donde la comadre. El padre se quedó fumando en la sala hasta terminar la cajetilla. Se comió una pupusa que había sobrado del almuerzo, maldijo con un escupitajo negro al ver que ya no tenía cigarros y le dijo ofuscado:
─Ya vengo, voy a buscar cigarros. Te portás bien, no seas maricón, no jodás a tu nana. Chineó a Kevin y lo dejó jugando en el suelo, agarró su cangurera, y se fue.
Esa noche no volvió. Ni la siguiente. Su madre lo llamaba al teléfono del único familiar que conocía pero nadie contestaba.
Bryan se refugió en la poza. En Yulissa. Ambos se contaban historias de cómo podrían volverse ricos algún día.

FRANCISCA ALFARO. (El Salvador, 1984) Escritora salvadoreña. Es profesora de Lenguaje y Literatura y licenciada en Letras por la Universidad de El Salvador (UES), Diplomada en Teatro (2006), Maestra de Estudios de la Cultura Centroamericana de la misma casa de estudios. Estudiante del Doctorado en Educación de la Universidad Don Bosco. Fue miembro fundadora del Círculo de la Rosa Negra y el Colectivo Literario Delira Cigarra. Colaboró como guionista literaria del manga 15 segundos (2014). Autora del libro Crujir de pájaros (Editorial del Gabo, 2015) y Conversaciones anormales (Editorial La Chifurnia, 2017). Ganadora del segundo lugar en el Certamen Poético Universitario «Tu mundo en versos» (2008), de los Juegos Florales de Zacatecoluca 2014 con el poemario «Ficción del amor», del primer lugar del certamen Santa Tecla Activa con «Inventario de la sombra», ganadora en el Certamen «La Flauta de los Pétalos» (Centro de Estudios de Género de la UES, 2016) y ganadora en cuento en el Certamen de Literatura de la Primera Infancia «Maura Echeverría» (2017). Ha publicado en: Tzuntekwani (2016), Subterránea palabra (THC, 2015), Poeta soy (MINEDUCYT, 2019). entre otras antologías. En 2020 publicó Cartón para un monólogo con Editorial Índice Libertario. En 2022 publicó el poemario Indómito (Editorial La Chifurnia) y participó con en la antología La paz no se logra solo con el deseo. En 20224 publicó Canción de los viajeros en el contexto del Festival de poesía de los Confines. Actualmente es docente de nivel superior y consultora independiente en proyectos educativos.