Un gimnasio de boxeo es el testigo inerme de un enfrentamiento de pesadilla. Aquella pelea pendiente desafía la realidad cotidiana para saldar una cuenta inconclusa entre dos luchadores de leyenda
Ilich Rauda | Médico y escritor
Un ring solitario era lo indispensable para que se cumpliera aquel encuentro. A las seis de la tarde, en el aniversario de una fecha infructuosa, aquellos boxeadores olvidados aparecieron por la puerta principal del único gimnasio del barrio este. Los que fungían como entrenadores no pudieron reconocerlos, pero su presencia inesperada fue como un latido de nostalgia en sus corazones setenteros. Subieron al ring principal y las luces se volvieron tenues sobre sus maltrechas figuras, se quitaron sus ponchos una vez ubicados en sus esquinas, y quedaron listos con sus pantalones cortos y los guantes.
Todos cesaron los entrenamientos y se unieron como público ante la solemnidad de las dos siluetas que parecían extraídas de una película clásica de box. Se improvisó un árbitro y un trío de jueces. Los boxeadores parecían ajenos al rito de los que le rodeaban, omitieron ser presentados desde sus esquinas respectivas y apenas les colocaron los protectores bucales se dispusieron a entrechocar los guantes.
Con el sonido de la primera campana surgió la niebla desde las entradas y se esparció entre el ring y los espectadores. Algunas moscas se posaron sobre las cuerdas. El más viejo de los entrenadores se rascó los ojos en una especie de tic. Un sudor helado y cierto escalofrío surgió entre la mayoría de los que observaban el primer asalto que terminó muy parejo. El segundo round fue de golpes rápidos que se amorataban enseguida con cierta lividez. Hubo más consternación y la niebla se volvió más densa. En el tercer round, el sudor seguía ausente en ambos contendientes pese a la intensidad del intercambio; el boxeador de calzoneta roja asestó dos golpes directos en la cara del contrincante, pero no brotó sangre. Un upercut, al final de la campana, luxó la mandíbula del boxeador de calzoneta negra. No se supo con certeza cómo ni en qué momento el boxeador de calzoneta roja había perdido por completo su oreja izquierda. Volvieron a sus esquinas en medio de los vómitos del referee, que desistió enseguida de continuar debido al terrible hedor que emanaba de los boxeadores.
—¡Válgame el cielo, estos son los fallecidos Jimmy “Manos de Acero” y el Magnánimo Ray! — murmuró el instructor más veterano, persignándose, todavía sin creer sus propias palabras.
Entonces, la mayoría del público intentó retirarse del lugar, pero las puertas no se abrieron. Para ese momento, el cuadrilátero era una especie de puerta, un barco fantasma que asomaba entre la niebla que invadía el gimnasio, los boxeadores eran lo único visible, solo se escuchaban sus golpes y el rumor del miedo.
Para el quinto round no había jueces. Ambos boxeadores tenían las mandíbulas desencajadas, y el Magnánimo Ray, como consecuencia del estupendo jab propinado por su contrincante, había perdido un ojo que yacía en licuefacción sobre el ring. Varias moscas danzaban sobre éste, otras se divertían volando entre el público cautivo. Sólo los más viejos persistían, con morbo, la contemplación de aquel pugilato insólito, a la vez que se cubrían la nariz con toallas impregnadas con el alcohol de los botiquines.
El golpe definitivo fue un potente gancho derecho que desprendió la cabeza de Ray. Ésta rodó hasta fuera del ring al tiempo que su cuerpo caía sobre la lona. Jimmy levantó enseguida su único brazo bueno en señal de victoria. Fue un knock out de ultratumba. No hubo aplausos, ni vítores, sólo un rugido de vómitos dispersos sobre las cubetas y el suelo, algunos gritos de horror, y luego un silencio sepulcral.
Nadie quiso preguntar qué había ocurrido cuando las luces retornaron a su luminosidad habitual y las puertas se abrieron con apremio, al tiempo que, sobre la lona, miles de larvas intentaban alcanzar la niebla que se dispersaba y retornaba al inframundo con la deuda saldada de esas dos almas.

Ilich Rauda. (San Salvador,1982). Ha publicado en Poesía, Maíz del Corazón (Publicaciones Papalotlquetzal, 2016), Poemas Urgentes (Proyecto Editorial La Chifurnia, 2023), Aventuras en los antiguos reinos del misterio (DPI, 2018), Círculos del sueño (Proyecto Editorial La Chifurnia, 2022). Coordinador y gestor del IV Encuentro de Minificción centroamericana, desarrollado en El Salvador en noviembre de 2024. Miembro de la Asociación de Médicos Escritores “Alberto Rivas Bonilla”.
