El barco en la botella

Ofrecemos una selección de minificciones del libro El barco en la botella (Estro Ediciones, 2024) del escritor, docente y editor salvadoreño Alexander Hernández

Alexander Hernández Narrador



Se buscan

Bebían cervezas baratas, no gastaban en ropa y escribían poemas usando palabrotas contra el gobierno. Raquel estaba en un grupo de teatro, mientras que David era bisutero, si es que eso existe. Ambos disfrutaban de la trova, el cine y la mota. Su felicidad era simple y verdadera. No puedo creer que su foto ahora esté en todos los postes de la colonia. 


Amigos imaginarios

Después de haber sido compañeros de clases durante cinco largos años, hoy René me confesó que tiene dos amigos imaginarios. Debo reconocer que sentí un malestar, casi como una traición que después de tantas aventuras no haya tenido la suficiente confianza para decírmelo antes. Quizá por eso decidí contárselo a nuestra profesora Elvira. 

Esperé el primer receso para acercarme a la profe, y con mucha cautela le dije:

—Profe, a qué no adivina quién tiene amigos imaginarios…

—Pues imagino que tú, Jorgito. —me expresó cariñosamente.

—No. Yo no, pero René tiene dos.

—¿Quién es René? —me preguntó con asombro.


Sensualidad del ajedrez

Los jugadores se dan la mano sonriendo. Se miran a los ojos y empiezan. No habrá palabras, solo juego.

Avanza el tímido peón descubriendo sigilosamente al rey blanco. Responde el oponente negro buscando la india del Rey. En la retaguardia, los caballos se enloquecen, están ansiosos por despotricarse, pero todavía no serán liberados. 

Suben las manos y mueven las piezas, las palpan, las acarician, las excitan… en ambas bocas la saliva se multiplica, los rivales se miran profundamente y sueñan.

Por fin, el caballo blanco salta de forma eléctrica; su rival negro responde haciendo correr gozosamente el alfil de dama. Entonces, la pasión se desborda y un peón se come al otro, lo disfruta, luego viene un movimiento intenso, otro, otro y otro más fuerte, más certero.

Después de decenas de movimientos, ambos jugadores lucen cansados. Sin esperarlo, el rey blanco pierde su última torre. La insaciable dama negra se le planta en frente y lo amenaza. El rey se va a la esquina y tiembla detrás de un peón, su único aliado. Un caballo enemigo amenaza a ese peón… pero ¡oh sorpresa!, ¡el rey se ha ahogado!

Los jugadores caen exhaustos y, satisfechos, se dan la mano.


La línea de la vida

Después de estudiar las líneas de mi mano, la gitana sentenció:

—Es grave. Tienes cortada la línea de la vida.

—Ya lo sé —repliqué, indiferente.

—¿No te asusta morir antes de los 30 años? —Preguntó con malicia.

—Tengo 32 —dije con aire de triunfo.

Entonces la gitana me haló de la mano con fuerza y exclamó:

—Le enseñaré a tu mano a no mentir —y con su puñal me alargó la línea de la vida.


Baile de los solitarios

Entre nosotros, la rutina se ha impuesto como un vicio extrañamente placentero. Así me acerco a Samia todos los días después de mi asqueroso trabajo. Sin hacer el menor ruido encuentro con mis manos su centro húmedo y luego entro sin ningún aviso. Ella siempre finge estar dormida, pero sus gemidos no tardan en delatar su placer. 

La historia es la misma desde hace años: vengo tarde del trabajo y, por mucho que lo deteste, tengo yo mismo que servirme la cena. Después veo un rato la televisión, a veces me baño, y luego me voy la cama. Ahí la encuentro con los ojos cerrados y el cuerpo blando, como simulando el sueño. Da igual si digo que duerme semivestida o semidesnuda, lo importante es que sin ninguna dificultad acomodo sus piernas; las aparto como quien quita dos maderos inservibles. Samia no siente nada del pubis hacia abajo, pero sí sabe quién soy yo, también sabe quién era antes de conocerla y de su tragedia.

Hace tres años, mi hermano Javier me presentó a Samia, su prometida. Se casaron en marzo para alegría de mi madre, y se vinieron a vivir aquí, a Santa Clara. Eran felices, lo sé muy bien porque a veces Samia llora cuando habla de Javier. Seis meses después, Samia aprendió a manejar y, sin tener licencia todavía, corrió en la carretera Durham. Ella cuenta que fue un camión de construcción el que la sacó de su vía y la hizo volcar por una vereda rocosa. Lo fatal fue que sus dos hermosas piernas quedaron muertas.

Javier hizo lo que todos haríamos: trató de sobrellevar el asunto hasta que ya cansado decidió abandonarla. Emigró con la excusa de que mandaría dinero para que una enfermera cuidara día y noche a la pobre Samia. Así sucedió en los primeros meses, pero un día cuando la muchacha no pudo asistir a cuidarla, yo ꟷcomo buen hermanoꟷ me hice cargo de cuidar a Samia. Esa vez descubrí que, pese a todo, seguía siendo hermosa. Decidí despedir a la enfermera, sin decirle a mi hermano, y cuidar yo mismo a Samia todo el tiempo. Ella trató de comportarse y establecer las reglas desde el inicio, pero poco a poco se dio cuenta de que se encontraba sola.

Ahora vivimos en completo silencio, satisfaciéndonos sin llegar a la ternura. Cada vez que la penetro cierra los ojos y crea un murmullo, a veces también llora; en quién pensará sino en Javier, en lo felices que pudieron haber sido en todos los años que aún les quedan de vida. Lejos de nuestra extraña relación, no tengo ningún sentimiento de reproche por lo que piense o diga Samia, su cuerpo me ha hecho entender que no todas las mujeres tienen los mismos sueños. Pienso que a pesar de que Samia y yo estamos juntos, hay una infinidad de cosas que nos separan.



Alexander Hernández. (Cuscatlán, 1987). Posee la Maestría en Estudios de Literatura Centroamericana (Universidad de El Salvador) y el Máster en Lexicografía Hispánica y Corrección Lingüística (Real Academia Española y Universidad de León, España). Ganó los Juegos Florales en la rama de poesía en 2013, el primer lugar en la rama de Poesía Infantil en el II Certamen Literario “Maura Echeverría”, realizado por el Ministerio de Educación en 2018, y el primer lugar en las Olimpiadas Nacionales de Educación Superior en la rama de Poesía en 2021. Se desempeña en la edición de libros, docencia universitaria y dirección de la Revista cultural Malabar. Entre sus obras destacan: El final del laberinto (cuentos, 2015), Viaje al centro del sueño (poesía, 2018), Memoria de las campanas (poesía, 2022) y El barco en la botella (minificciones, 2024).

Deja una respuesta

Your email address will not be published.