Ilich Rauda, médico y poeta, escribe sobre algunas referencias de la obra de Julio Cortázar y el uso de datos ligados a los artículos de ciencia médica
Ilich Rauda | Médico y poeta
Me conmueve los jóvenes de hierro que leen a Cortázar (…)
Me conmueven los jóvenes que se duermen con un libro debajo de la cabeza.
Un libro es la mejor almohada que existe.
Roberto Bolaño
La apendicitis aguda es la afección que más requiere
una operación abdominal urgente en niños.
Nelson, Tratado de pediatría.
Quiénes nos decantamos por la escritura —debe haber excepciones desde luego, a lo que estoy por enunciar— anhelamos en nuestro afán lector, antes o después de nuestro propio autoconocimiento o como parte del mismo, intentar desentrañar o atisbar los métodos de trabajo de nuestros escritores predilectos, parafraseando a Roberto Bolaño, si te gusta un escritor no te cansarás de él hasta que hayas leído toda su obra, más si se trata de esa voz con la que entablas un diálogo genuino y te ha nutrido o te ha conflictuado espiritual, humana o filosóficamente.
De esos escritores icónicos, pertenecientes al boom literario, el cronopio mayor (Julio Cortázar) me ha implicado en ello, o volviendo a Víctor Hugo y también a Bolaño, a optar por ser un detective de sus métodos o de los disparadores de su escritura, a sorprenderme con esos posibles datos más allá de su predilecta metafísica y sus vertientes surrealista que configuraron sus búsquedas personales por las calles de París: arrancando los collages que formaban los anuncios sobre anuncios pegados en las paredes donde saciaba su deleite caleidoscópico y le posibilitaba la reconstrucción del mundo en su escritura.
Antes de perderme en el laberinto de una postal biográfica y literaria, pongo pies firmes sobre el título para establecer una certeza respecto a lo que en realidad no es más que una posible pieza del método y universo creativo de Julio. Recuerdo que cuando aún tenía acceso a la biblioteca en mis tiempos universitarios y pude leer su libro de cuentos Bestiario en mis primeros años de estudio del pregrado, un par de meses después fuimos obsequiados como grupo literario con uno o ambos libros de una hermosa coedición: 24 poetas latinoamericanos y 16 cuentos latinoamericanos. En este último encontré un cuento que pertenece a Todos los fuegos el fuego, que me acompaña en la sensación, en la impronta emocional e ideológica de esa primera lectura que vamos atesorando en la memoria junto a otros cuentos, esas antologías personales intangibles que mueren con nosotros. El cuento en particular, «La señorita Cora» tiene esa capacidad de conmocionarnos al entrar en la piel del adolescente mimado y enamoradizo que tiene una afección abdominal, se aboca sobre una de las temáticas frecuente en varios textos de Cortázar, es decir, la enfermedad, como en Rayuela y la tragedia de Rocamadour, como en «La noche boca arriba» (Final de juego) donde el protagonista se encuentra también hospitalizado y en una especie de desdoblamiento temporal y ni hablar del intrincado familiar, conspirativo y protector en «La salud de los enfermos». «La señorita Cora» es un cuento de antología también por el excelente manejo del contrapunto literario, así como el desenvolvimiento magistral del conflicto entre la enfermera y el paciente, peculiar también por cierto predominio de corte realista (no ficcional), de esos cuentos que dentro de la obra de Julio podrían constituir una antología muy representativa para ahondar en esa línea estética tan cercana a Capote y a uno de sus cuentos favoritos («Un recuerdo navideño»). En este punto el Cortázar de 1977 podría contrariarme taxativamente: «No hago diferencia entre lo real y lo fantástico. Para mí, lo fantástico procede siempre de lo cotidiano.»* pero me mantendría dispuesto al duelo al amanecer.
Las certezas médicas y epidemiológicas de Cortázar en este cuento no son únicas. El uso de esta clase de datos ligados a los artículos de ciencia médica también aparece en la constelación de síntomas del relato «Cefalea» (Bestiario), pero en este los datos constituyen un sustrato de erudición correlacionado con el latín, mientras en «La señorita Cora» tendrá un peso determinante en la balanza del hilo narrativo: «No atiné a contestarle nada, me quedé a su lado hasta que abrió los ojos y me miró con toda su fiebre y toda su tristeza» (página 67, La isla a mediodía y otros relatos. Salvat Editores, 1982). Además constituye un elemento plausible, de hallazgo, de esos que nos hacen sonreír porque creemos ilusoriamente que estamos leyendo la materia prima o el desencadenante de una creación, esa admiración que nos produciría que nuestra mano calzará con exactitud sobre una mano paleolítica pintada en una cueva, así de sorprendente fue descubrir aquellos datos epidemiológicos en una separata de libro y corroborar la sapiencia o erudición del cronopio mayor sobre la apendicitis aguda, es muy probable que en ese entramado de creación hallan elementos anecdótico o biográficos, la ficción no es verificable en su totalidad o madeja de elaboración, pero es una alegría encontrar un extremo en la cifra cruda que se personifica y se vuelve literatura: «El riesgo de perforación (…) es menor en el grupo de adolescentes (30-40 %), que tiene la mayor incidencia específica de apendicitis en la infancia. (Nelson, 17ª Edición)», con esta cita no pretendo demostrar un hecho factual de un libro o artículo a priori al que tuvo acceso Cortázar, pero si una cifra cuyo rango ha variado poco desde esa época parisina de 1951 y alguna de sus fuentes probables como Le Monde, alguna revista científica; lo mismo se puede decir del conocimiento de la semiótica de la fiebre como signo de complicación que coincide con el tiempo de prolongación de la estancia hospitalaria del adolescente operado, como tomado de libro o manual de cirugía. La literatura nacional tiene ejemplos de estos disparadores como «El aparato de las ingratas revelaciones» de Melitón Barba o «Todo muerto es una cosa seria que requiere de gusanos» de Reyes Gilberto Arévalo, pero esas son otras certezas de estos dos escritores que ameritan otras disecciones literarias.
Todo esto nos permite regresar a esa máxima que la literatura se alimenta integralmente de la vida y por ende de las ciencias, pero sólo desde su filtro se transformarán las complejidades humanas en un hecho de sensibilidad artística que no se pierda en las cifras duras de la epidemiología ni en las generalidades de la semiótica clínica. Cortázar tenía ese método de lector incisivo, de traductor de la realidad, de buen hacedor literario para desnudar la cifra en sus personajes y dotarles de esos pesos en kilogramos humanos que nos continuarán conmoviendo en su lectura o relectura.
(*) Citado por Ana María Matute en su prólogo a la antología La isla al mediodía y otros relatos. Página 13. Salvat Editores S.A. 1982.