Algo sucede en los primeros años de educación básica: el estudiante aprende a leer en primer grado, pero no se le impulsa a continuar leyendo. Tampoco se le dan las condiciones para continuar construyéndose a través de la lectura ni de la escritura
Ricardo Hernández Pereira | Narrador y educador salvadoreño
Para Sánchez Lihón (1997) leer es otorgar significado a hechos, cosas y fenómenos con el fin de conocer y comprender una realidad y ubicarnos en ella. Así, por ejemplo, podemos leer un partido de fútbol, las intenciones de un grupo de personas, o las impresiones que provocamos en el rostro de otro ser humano. Leer es estar alerta ante estos signos del mundo. Leer de algún modo es también humanizarnos.
Alberto Masferrer, maestro salvadoreño, señaló que el principal problema que debíamos tratar en nuestra vida intelectual a inicios de siglo XX era aprender a leer. «Una nación inculta es una nación fácil de manipular y de dominar», escribiría en 1917 en su ensayo Leer y escribir.
El libro, ese valioso recurso que Borges denominó «extensión de la memoria y la imaginación humana», no ha sido del todo asequible durante los últimos años en nuestro sistema educativo salvadoreño. Por ejemplo, la emblemática «Colección Cipotes» del Ministerio de Educación no volvió a reimprimirse desde que el FMLN llegara al Ejecutivo en 2009. Esta colección, que fue apoyo fundamental para el aprovechamiento académico de las asignaturas básicas desde los años 90, fue prácticamente relegada al olvido. Los centros educativos públicos no volvieron a contar con un libro de apoyo, o al menos, con uno que sirviera como base para estimular el aprendizaje de las diferentes materias básicas a través de ejercicios y lecturas científicas y literarias.
En el año 2015, sin embargo, el presidente Salvador Sánchez Cerén hizo una apuesta importante al lanzar el programa presidencial «Lectura para la vida», un plan que ofreció a la población estudiantil lecturas de autores salvadoreños con el fin de «garantizar el rescate de nuestra identidad cultural», y que contó con la distribución de 175,000 ejemplares que fueron entregados a estudiantes de educación media sin ningún criterio definido. Si bien, el recurso llegó a las manos esperadas, éste no contó con un seguimiento ni monitoreo sobre el aprovechamiento académico que esta inversión educativa supondría. Sencillamente fueron entregados para que la juventud leyera durante sus vacaciones. Así, sin más.
Algo totalmente distinto ocurrió con la aparición de la libreta educativa «Lluvia de Estrellas» en 2016, la cual vio la luz con 200,000 ejemplares destinados a estudiantes de educación inicial y parvularia, es decir, niños y niñas que están aprendiendo descifrar el mundo y a otorgarle significado a un dibujo, a una sílaba, a una palabra, y que ven en la lectura una forma más de descubrimiento y asombro. Afortunadamente, desde su aparición, este recurso ha seguido produciéndose y utilizándose de manera innovadora por miles de maestras de educación inicial. Incluso, ha servido de insumo para crear una serie animada por el proyecto Tatukatv; y ha sido un apoyo fundamental para los padres y madres de familia en el marco de la estrategia de continuidad educativa durante la pandemia del año 2020.
Si bien, dotar de libros a la niñez y juventud salvadoreña es un hecho importante, no podemos dejar de lado los espacios necesarios para desarrollar el hábito de esta práctica. Actualmente, el sistema educativo cuenta con dos bibliotecas por cada diez escuelas (entendiendo por biblioteca algo más que un cuarto lleno de libros) y los programas de estudio de lenguaje no se enfocan lo suficiente como para formar a un lector competente desde los primeros años de estudio.
Algo sucede en los primeros años de educación básica: el estudiante aprende a leer en primer grado, pero no se le impulsa a continuar leyendo. Tampoco se le dan las condiciones para continuar construyéndose a través de la lectura ni de la escritura. ¿Cuántos libros posee una escuela? ¿Cuántos minutos de lectura tienen los alumnos a diario? ¿Cómo los docentes y bibliotecarios fomentan la lectura y la escritura en la comunidad educativa? Estas son algunas preguntas que debimos plantearnos hace algunas décadas atrás.
No nos resulta extraño, por tanto, encontrar jóvenes de bachillerato que no leen, que no comprenden lo que leen, que no les entusiasma porque, en realidad, nunca encontraron los estímulos correctos, ni los modelos ni las condiciones para continuar desarrollando su proceso como lectores.
Para finalizar, más que una computadora entregada sin ningún criterio, creo que nuestra niñez y juventud salvadoreña necesita de una política nacional de lectura, de más libros, de más y mejores bibliotecas y programas educativos encaminados a fomentar algo tan fundamental y todavía no alcanzado a plenitud como la lectura.
* Sánchez Lihón, Danilo: «Lectura, conceptos y procesos», en Caminos a la lectura, de Editorial Pax México, 1997.
Dice Lerner que los niños aprenden la lectura que su sociedad práctica…
En nuestro país, comprar material de lectura resulta muy inaccesible para la mayoría de la población
Un cuento más o menos presentable cuesta $12.00 aproximadamente
Prácticamente, es un hilo donde, el inicio no tiene motivación y, en su continuación tampoco hay factibilidad para desarrollar a nuevos lectores
Me recuerda a un libro que leí hace poco, titulado «Como leer un libro» de Mortimer Adler, me pareció un titulo irónico, pero cuando lo examine, todo cobro sentido.
El autor define 4 niveles de lectura, según el uso y la complejidad de los textos, nuestro sistema educativo a lo mucho nos prepara para el nivel medio de lectura, que es el entendimiento superficial (Esto se mantiene incluso en el ámbito universitario en muchos casos).
La población al no estar instruida en la lectura se queda muy corta en su capacidad de analizar la realidad y por ello estamos a menudo indefensos, No hay otro destino para un pueblo ignorante, que el despotismo adentro y la dominación afuera decía Alberto Masferrer
totalmente cierto esto