Una jornada de lectura y música convocó a poetas salvadoreños en solidaridad con Palestina
Claudia Meyer / Poeta, investigadora y catedrática
«En tiempos de guerra, veo la poesía casi como un deber patriótico,
una misión nacional para documentar el desastre»
Nasser Rabah (1963)
Poeta y novelista nacido en Gaza, residente de un campo de refugiados
Aunque no sanen heridas visibles ni detengan las guerras, encuentros como el realizado el pasado 28 de junio en el Centro Cultural Cabezas de Jaguar nos recuerdan que existen otras maneras de sostener lo humano. En un contexto donde la violencia silencia a las víctimas, la poesía se mantiene como una expresión persistente de memoria y vínculo colectivo.
«Acción poética mundial por Gaza» fue un evento convocado en el marco del World Poetry Movement, con la coordinación local del poeta y gestor cultural William Alfaro. El evento reunió a poetas y músicos salvadoreños en una jornada de palabra y música comprometida. En cada lectura y cada acorde estuvo presente Palestina, el exilio, el cuerpo, la maternidad, la memoria histórica, los escombros del presente.
La bienvenida del organizador dio paso a la lectura de la Declaración del Movimiento Poético Mundial, un texto que denuncia con firmeza las lógicas de deshumanización, hegemonía y violencia global que han reducido a miles de personas a cifras sin rostro. Aunque reconoce que la poesía no puede detener un misil, alimentar a quien tiene hambre o resguardar a un refugiado, sí puede —y debe— mantener despierto el espíritu que se busca apagar en tantas partes del mundo.
Desde esa premisa, Isaac Salman, coordinador del Museo Palestino de El Salvador, ofreció una intervención emotiva y contundente sobre el genocidio en curso y la imposibilidad de la llegada de ayuda humanitaria a Gaza. Denunció la estrategia de despojo y deshumanización sistemática, recordando que muchos niños y adolescentes solo conocen la vida como ocupación.







La música también hizo lo suyo: Chicho (Narciso de Jesús Mendoza) interpretó una canción para este tipo de actos que relata de «Recuerdo que mis abuelos de tarde en tarde decían que les cambiaron la vida los que su suelo invadían…», y Dimas Castellón cerró la jornada con un canto que desafía a la industria armamentística, una plegaria en clave de canción.
La lectura poética fue diversa en estilo y tono, pero unificada por el deseo de decir. Claudia Meyer reflexionó sobre el poder del lenguaje para nombrar y sostener, trayendo además la voz del poeta gazatí Nasser Rabah. Lauri García Dueñas, entre reflexiones sobre el desplazamiento, la condición femenina y el vértigo digital, se declara, como Rita Segato, «exhumana». Tania Molina llevó la palabra a territorios liminales: el verbo como tierra de nadie, lo poético como forma de locura lúcida.
En su participación, Alfonso Fajardo retomó la voz del poeta palestino Najwan Darwish, en una imagen que se repite como herida: «cuando se levante el toque de queda iremos al mar… pero el mar estaba cerrado». Esa imposibilidad —la del mar, la del horizonte, la de una promesa elemental— sirvió de umbral para su propio texto, en el que la muerte deja de ser excepción para convertirse en rutina: se levanta cada mañana para mirar al mar.
Carlos Clará evocó la soledad como resonancia de lo colectivo: una multitud puede ser un solo hombre devorado por sí mismo. Vladimir Amaya, con imágenes contundentes, dio voz al guerrillero en su hora más humana, ese que desde el ahora se pregunta: «¿este es el futuro por el que perdí el presente?». También habló del país como herida abierta, como lágrima persistente. Víctor Acevedo, por su parte, tejió plegarias y elegías que oscilaron entre la esperanza y el invierno.
La jornada concluyó con la lectura de William Alfaro, quien cerró a propósito de la deshumanización, dejando caer el verso «tras el estallido, todo será silencio».




En un mundo atravesado por la urgencia y el conflicto, la poesía —desde sus alcances y posibilidades— insiste en lo que aún nos queda: la capacidad de sentir con el otro, de poner en común la herida, de resistir y denunciar desde la palabra. Actividades como esta nos recuerdan que somos capaces de crear memoria y que escribir es una manera de no ceder.
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Fotografías, gracias a Dalia Chévez

Claudia Meyer (El Salvador, 1980). Máster en Gestión Estratégica de la Comunicación y mercadóloga, además de Gran Maestre en Poesía (2011). Poeta, narradora y articulista con publicaciones nacionales y regionales. Autora de Estación del frío (2021; 2015) y participante en antologías como Jardín de sangre (2020), Mujeres al centro. Relatos y ficciones de mujeres centroamericanas (2019), Tierra breve. Antología centroamericana de mini ficción (2017) y La poesía del siglo XX en El Salvador (2012), entre otras publicaciones. Ha sido jurado en certámenes literarios como los Juegos Florales del Ministerio de Cultura de El Salvador (2015–2018) y el Premio Hispanoamericano de Poesía de la Alcaldía de San Salvador (2017, 2019). Publica en revistas como Disruptiva, FACTum, El Escarabajo y EsCultural, donde aborda temas relacionados con la cultura, la comunicación y el pensamiento crítico. Su producción académica versa sobre economía creativa, arte y cultura, desde la publicación de artículos científicos y ensayos, ponencias y conferencias presentadas en diversos foros especializados y espacios académicos de prestigio. A la fecha, labora como coordinadora de UFG Editores.
