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Situar la filosofía

Análisis de cómo Marlon López reconstruye la historia de la filosofía desde el idealismo alemán hasta el pensamiento de Lenin, explorando la relevancia continua de la dialéctica en el contexto actual

Ángel Alfonso Centeno / Doctor en Filosofía.

Reseña del libro: De Hegel a Lenin. Dialéctica y filosofía de la praxis (Autor: Marlon Javier López, San Salvador: Editorial Laberinto, 2024: 147 págs.)

Marlon López reconstruye esa época decisiva de la historia de la filosofía que abarca prácticamente un siglo, desde los inicios del idealismo alemán a inicios del siglo XIX hasta la conformación del pensamiento de Lenin en la víspera de la Revolución de Octubre en la segunda década del siglo XX. El hilo conductor de dicha historia será la dialéctica, así como las categorías filosóficas que le conciernen (la idea de totalidad, la identidad entre ser humano y mundo expresada en las categorías de praxis y trabajo, la enajenación, etc.). La enajenación tiene un lugar especial porque se refiere al proceso mediante el cual se ha constituido históricamente nuestra experiencia moderna del mundo, una experiencia fragmentada y desgarrada, tal como corresponde todavía a nuestra experiencia cotidiana del mundo neoliberal, ajeno y hostil a nuestras expectativas de una sociedad libre, justa, inclusiva y democrática. Otra preocupación central en el libro es la de hacer que las filosofías analizadas se sitúen conscientemente en su propia coyuntura histórica y respondan ante ella. El libro, pues, no solo hace una reconstrucción histórica y económico-política de una época, el largo siglo XIX, sino que también hace una valoración filosófica de sus aportes, teóricos y políticos, a la luz del escenario actual caracterizado por la guerra, la exclusión, el ascenso del fascismo y la crisis medioambiental.

El libro inicia con el idealismo alemán (Fichte, Schelling y Hegel), cuya aventura filosófica arranca con el gran acontecimiento de su época: la Revolución Francesa (1789). Esta revolución detonó el disparo de salida en la carrera por el poder de una nueva clase social, la burguesía, y con ella la plasmación de un nuevo orden social y económico, el capitalismo. Sin embargo, la Alemania de los filósofos aún estaba demasiado atada al Antiguo Régimen, aristocrático, feudal y absolutista. Hegel sería el filósofo que estuvo en mejores condiciones de comprender este desfase histórico, aunque con evidentes limitaciones. Quizá como todos los proyectos metafísicos, que a la vez que pretenden conocer y explicar el mundo desde un principio último también suelen apuntar a una imagen utópica del mismo, la metafísica de Hegel expresa simultáneamente la impotencia de que el nuevo orden revolucionario no ha alcanzado a barrer las viejas instituciones del Antiguo Régimen y el anhelo de que el nuevo orden burgués exprese una utópica reconciliación de los antagonismos sociales en la historia. La conciencia lúcida de su propia situación histórica le permitió a Hegel infundir a su filosofía un auténtico espíritu revolucionario. Es la primera filosofía que quiere comprender la naturaleza, la necesidad y el significado de la Revolución Francesa como evento que inicia una nueva época histórica, tras la cual no puede haber marcha atrás. Y es interesante que después de su muerte, la filosofía hegeliana, que expresaba las aspiraciones políticas de la burguesía, siguió siendo revolucionaria para esta clase social durante la primera mitad del siglo XIX. Karl Korsch destacaba que, tras la derrota de la Francia napoleónica, la restauración del Antiguo Régimen aún ahogaba el florecimiento del orden burgués en la Europa continental. No será hasta las Revoluciones de 1848 cuando la burguesía continental culmine su ascenso al poder. Según Korsch, el efecto que tuvo el ascenso al poder haría que la burguesía dejara de ser una clase revolucionaria y sustituyera la filosofía hegeliana por una filosofía acorde al nuevo orden impuesto, una filosofía de carácter ahistórico que toma como modelo de conocimiento las ciencias de la naturaleza y que entiende a su vez el orden social como una objetividad acabada en sí misma. Estas filosofías antiespeculativas y reaccionarias eran el neokantismo y el positivismo.

Pero ¿qué hacía de la filosofía hegeliana una filosofía revolucionaria? ¿Qué hace que la filosofía hegeliana exprese la necesidad política de la Revolución Francesa en particular, y con ella la necesidad y posibilidad política de las revoluciones en general? La dialéctica.

Para una burguesía ya en el poder, la dialéctica no representa ya interés alguno. El espíritu revolucionario pasa a la nueva clase revolucionaria, el proletariado. Para entonces, Marx ya no solo cuenta con la perspectiva de clase de una nueva clase revolucionaria, sino también con una perspectiva filosófica que comprende la necesidad histórica de las revoluciones, la dialéctica. En una de las partes principales del libro se encuentra un análisis detenido de una de las principales categorías dialécticas: la enajenación. En Hegel, la enajenación permite explicar la historia humana como un “salir de sí” de la especie humana, desde la superación del inicial estado primitivo de la especie humana hasta su progresivo dominio y conocimiento de la naturaleza. Esta historia progresiva del espíritu culmina, según Hegel, en la autoafirmación de la especie humana como un sujeto libre de contradicciones bajo las relaciones armoniosas de libre competencia capitalista. En otras palabras, un final feliz. Por su parte, de entre las densas consideraciones de Hegel sobre la enajenación, Marx rescató el lugar fundamental que ocupa el trabajo socialmente organizado. El trabajo materializa ese salir de sí de la especie humana en el objeto o producto del trabajo, a la vez que organiza las relaciones sociales al ofrecer un punto de encuentro para sujetos antagónicos alrededor tanto del producto de trabajo (la mercancía) como de los instrumentos que sirven como medios de trabajo. Bajo las reglas de acumulación y valorización del capital, la producción y distribución de mercancías no resuelve ni puede resolver las contradicciones de clase, reflejadas en la exclusión de los medios de vida para la mayoría de la humanidad. Todo el orden social, así como la abundante riqueza que circula en un mundo globalizado, se levanta sobre ese antagonismo fundamental, un antagonismo que se rige por el dominio del capital sobre el trabajo, no exento, sin embargo, de grietas y resistencias. Como se destaca en la introducción, los fundamentos endebles sobre los que reposa la realidad que conocemos había sido ya anteriormente intuida por Schelling, para quien el ser está atravesado y amenazado por un abismo o desfondo propio, el no-ser.

¿Cuáles son las consecuencias prácticas de este viaje filosófico? El libro termina analizando la propuesta de Lenin, casi un siglo después de la aventura del idealismo alemán, en vísperas de la Revolución de Octubre en 1917. La propuesta de Lenin parte del supuesto de que el edificio social organizado por el capital no es un edificio sólido y monolítico sin grietas ni resistencia. La dialéctica sigue siendo relevante, en primer lugar, porque le permitió a Lenin plantear una crítica de las ideologías que pretenden presentar un orden social sólido y sin grietas. En segundo lugar, le orientó un programa metodológico de estudio de la realidad rusa del momento en el amplio marco de las tendencias históricas del capitalismo. Finalmente, porque abría posibilidades de respuesta y acción política en dicha realidad. Es en este análisis que aparece su diagnóstico del capitalismo del momento como imperialismo, caracterizado por grandes concentraciones de capitales apoyadas por el aparato militar-estatal y destinadas a controlar los crecientes mercados mundiales. Según Lenin, la lucha por el control de los mercados mundiales, así como la protección de la industria nacional no se llevaron a cabo por los medios propios de la doctrina liberal, es decir, la competencia de un libre mercado globalizado. Al contrario: la lucha por el control mundial de los mercados se llevaría a cabo, como lo demostró la Primera Guerra Mundial, por los medios propios de la geopolítica, es decir, la guerra militarizada entre gobiernos imperialistas por la hegemonía comercial. El imperialismo, pues, viene a caracterizar una etapa tardía del capitalismo en la que las reglas del liberalismo clásico del libre mercado se disuelven. Si todo esto puede sonar a algo actual, muestra hasta qué punto los análisis de Lenin fueron penetrantes y dignos de consideración, así como sus propuestas político-revolucionarias.

Los temas repasados en el libro son temas que pueden seguirse discutiendo. La dialéctica no ha perdido interés en buena parte de la discusión académica en el mundo, tanto en el Norte como en el Sur globales, a pesar de su aparente invisibilización «postideológica» tras la caída del Muro de Berlín y las varias modas filosóficas y epistemológicas que se vienen sucediendo. Sin embargo, otras consideraciones se pueden plantear alrededor de otros asuntos.

Es un imperativo para una filosofía que quiera ser actual, en el sentido pleno de la palabra, que tenga como tarea inicial situarse en su realidad histórica presente. Para esto la filosofía ha de reconstruir su propia situación como punto de partida. Usualmente la filosofía más tradicional, de corte metafísica o idealista, intentará darse su propio punto de partida dándose algún tipo de fundamento último, teórico, para asegurar la verdad que pretende tener para su propio conocimiento. Quizá el ejemplo más elocuente y conocido sea Descartes, cuyo gesto se viene repitiendo de tanto en tanto hasta el día de hoy. Una filosofía situada históricamente no recurre a este tipo de fundamentos teóricos que consoliden su estatus de conocimiento verdadero. Por el contrario, una filosofía situada históricamente reconstruye su propia situación histórica, y se entiende a sí misma como resultado de su situación histórica, y a la vez como respuesta ante ella. La marca que tiene una filosofía emancipadora es justamente la de hacerse respuesta de su realidad histórica. Una filosofía así resulta relevante para el presente porque es consciente de que emerge históricamente en el presente y que responde a él. Los ejemplos de Hegel, Marx y Lenin analizados en el libro son una buena muestra de lo que puede dar de sí una filosofía entendida en estos términos.

La situación histórica actual sin embargo no es la misma que la de Lenin, aunque algunos rasgos, como el imperialismo, más que quedarse como una fase provisional haya devenido como característica permanente del capitalismo global. El capitalismo surge históricamente ya como un sistema global (sistema-mundo) con países centro o metrópolis que mantienen relaciones coloniales con las periferias. Estas relaciones coloniales no solo generaron relaciones de subdesarrollo y dependencia, sino también el racismo endémico del mundo actual. A su vez, el capital no solo se expresa en su dominio y antagonismo directo con el mundo del trabajo, sino también con el cuidado y las relaciones patriarcales de género y con la naturaleza, abocada a una grave crisis medioambiental.

Aunque el capitalismo actual sigue presentando características muy parecidas al escenario prebélico descrito por Lenin hace ya casi un siglo –la amenaza de una guerra mundial por parte de Estados imperialistas por la supremacía de sus industrias y mercados en un mundo donde la libre competencia o la diplomacia pacífica ya no parecen dirimir esas cuestiones– el capitalismo neoliberal también presenta sus propias peculiaridades históricas. Si bien el trabajo manual no ha desaparecido, sus condiciones han cambiado. A pesar de la supuesta desaparición del trabajo productivo en el Norte global (que más bien ha migrado bajo formas extractivistas) el trabajo asalariado sigue siendo una realidad extendida en todo el mundo, especialmente bajo la forma del trabajo por piezas, facilitado por las modernas tecnologías de app digitales. Estas nuevas manifestaciones de presión del capital han generado nuevas expresiones de resistencia aparentemente alejadas entre sí: organización de trabajadores dentro de las modernas economías digitalizadas o de trabajadoras no asalariadas en tareas de cuidado, luchas en defensa del medioambiente por una explotación racional y equilibrada de la misma no orientada hacia su mercantilización, etc.

¿Qué aprendemos de la aventura filosófica que va de Hegel a Lenin? La necesidad por una apuesta por cambios profundos en las reglas de juego. El desafío: encontrar las posibilidades prácticas de respuestas profundas en un mundo que ha olvidado que esto no solo es posible, sino necesario.

Ángel Alfonso Centeno (San Salvador, 1979).
Es director de la Licenciatura en Filosofía de la UCA, donde también imparte asignaturas de grado y posgrado. Es Doctor en Filosofía por la Universidad de Granada. Sus intereses de investigación abarcan desde la metafísica y la hermenéutica hasta la teoría crítica y la filosofía de las ciencias, a los que ha dedicado algunos artículos y asignaturas.

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