El escritor nicaragüense Donald Navas Zeledón nos comparte este relato breve hasta entonces inédito, una historia escrita con maestría y tan intrigante como inevitablemente perturbadora de principio a fin
Donald Navas Zeledón / Realizador audiovisual y escritor
Leticia vestía un albornoz blanco de Versace con motivos barrocos, y unas zapatillas a juego. Sus labios dibujaban una sonrisa de procedencia quirúrgica poblada de dientes de un blanco marfil.
Entró en el salón. En la estancia todo combinaba con su vestimenta, desde los marcos de las puertas, floreros, retratos y ventanas, hasta el mimbre de los muebles. Se dirigió a la cocina que estaba separada de la sala por una isla que hacía de desayunador, y puso su cafetera Bialetti-Moka a fuego lento, pues sabía que con paciencia se disfrutaba más. Se acercó al ventanal, corrió las cortinas dejando paso a los rayos oblicuos del amanecer que rozaban la hierba perlada por el rocío, y contempló, desde ahí, la estampa de aquel primaveral amanecer: el jardín, con todas sus macetas circulares sembradas de libertias, tulipanes y rosas blancas; más allá del cerco de madera, personas que paseaban despreocupadas; y, a lo lejos, su vista preferida: la peña, El vuelo del ángel (antes conocida como La boca del diablo) vistiendo un tutú hecho por la niebla matutina, o eso le gustaba pensar a Leticia.
Llenó su pecho de aire mientras cerraba los ojos y hacía movimientos de cabeza ejercitando el cuello y los hombros.
—¡Qué bonito día! —exclamó en voz alta. De repente, se giró como quien ha olvidado algo y, sin perder la sonrisa, retiró una lona que estaba justo detrás de ella tapando una enorme y bonita jaula de forja, pintada también de color blanco.
—¡Buenos días mi colibrí! ¿Cómo has amanecido hoy? ¡Mira qué preciosa mañana! —lo saludó—. Seguro que miras hacia afuera y piensas: «Cuánta flor para revolotear y meterle el piquito, y yo aquí…».
Luego, redobló sobre la jaula con sus uñas.
—Pero, ¿por qué me miras así, con esos ojitos miel tan asustadizos? —preguntó con gesto de niña regañada.
La cafetera empezó a gorgotear, y el olor a café impregnó todo.
—¡Ya está listo! — dijo mientras se dirigía a la isla.
Apagó el fuego y se sirvió una taza.
Se acercó de nuevo al ventanal, dándole la espalda a la jaula. Contempló el paisaje una vez más y, después de oler el aroma de la taza, le dio el primer sorbo.
—¡Qué maravilla! —olfateó la taza—. Cómo se le sienten esas notas dulces y achocolatadas… ¡Disculpa! Te ofrecería café, mi colibrí, pero metértelo por la sonda gástrica creo que no es un buen plan, ¿no? —volvió a darle otro sorbo al café y esbozó, de nuevo, su sonrisa plástica—… Es mi favorito.
Colibrí la miraba horrorizado, con sus dos ojos color miel abiertos de par en par. Un quejido sordo salió de su garganta y agitó los muñones desnudos de sus cuatro extremidades, mientras colgaba de un arnés de cuero dentro de aquella preciosa jaula de forja, pintada impecablemente de color blanco.
Donald Navas Zeledón
Granada, Nicaragua, 1980. Vivió desde los siete años a los veintiocho años en Honduras, y desde entonces lo hace en Navarra. Es guionista y realizador de proyectos audiovisuales. Algunos de sus trabajos han sido seleccionados en diversos festivales internacionales (Aurora, Horror Online Art, Masacre en Xoco y Tenebra entre otros). Recibió Mención del Jurado en el Navarra Horror Online Art (2018) y un premio en el Nontzefilmak (2012). En su faceta de escritor, algunos de sus cuentos han aparecido en revistas, antologías literarias y periódicos. En 2021 publicó un libro para público infantil-juvenil: Basajaun eta munduko beste lagun iletsu batzuk (Basajaun y otros amigos peludos del mundo) (Denonartean). Publicó Descubrimos que no estábamos tan solos (Mimalapalabra, 2022). Itzel. Argia aurkitzeko bidaia (Denonartean, 2024) es su última publicación.