Reflexión profunda sobre la libertad y la expresión en el contexto actual de El Salvador
Cristina Estrada / Comunicóloga. Profesora universitaria. Investigadora educativa. Ha ejercido como asesora de comunicación política.
Hoy, jueves. Hace ruido el silencio, pero va siendo menos conforme dejamos de callar. Hoy escribiré esta carta con la fe de que a alguien le resuene. Con lo que me cuesta ser pesimista y este presente me lo está enseñando a palos. Así como no le gusta aprender a casi nadie, y así como parece que nada hemos aprendido de nuestra historia, así se va silenciando lo poco que nos queda y lo poco que estamos siendo. Ordenando algunas cosas encontré encajonada la valentía. Y ¿sabés? también está polvorienta y desteñida. Así la encontré apenas cubriendo a la libertad, apenas la protegía, ya no hablaba, y como la justicia, enceguecida.
Dale, pensalo y decilo, así como lo sentís, porque dentro tuyo no hay censura, ahí sos libre de opinar y de decir.
Yo recuerdo un El Salvador que me enseñó mi madre, ese que se mecía en la poesía de Alfredo Espino, que sabía lo que no merecía. El caprichoso y bravo, el juguetón. Quizás demasiado tomó a juego que del capirucho y del trompo pasó a los leds y a Pokémon.
Érase una vez un país glorioso, rico en cultura, el país de los escritores, de los pintores, de los músicos y de los compositores, de artistas plásticos y de artesanos luchadores… «¡Ávaros! Se lo acabaron» dirán llorando, quizás eso, quizás más.
Hace años me viene doliendo justo ahí donde le llaman Patria, hace tiempo que no comprendo la facilidad con la que olvidamos lo que nos han quitado, las veces que nos han matado, y es que en El Salvador uno muere varias veces: la divina cuando Dios manda a la pelona, y la de a diario. Aquí morimos sin empleo… y callados. Morimos mal educados, mal vestidos, mal comidos y mal llamados.
Nací libre. Eso lo recuerdo. Lo sé bien porque ser libre se siente, no se respira con miedo ni se duda. Nadie se siente perseguido ni arrepentido antes de tiempo por escribir, como ahora escribo. La expresión es lo más hermoso que tenemos los seres humanos, a través de ella creamos y nos desarrollamos. Con ella nos fortalecemos y por ella aprendemos a convivir. ¿En qué momento desaprovechamos ese privilegio y lo ultrajamos hasta ningunearlo? «Nadie sabe lo que tiene hasta que lo pierde», dice el refrán.
Aquí no hay lecciones, hoy no las hay. Creo, como Freire, que «Nadie educa a nadie —nadie se educa a sí mismo—, los hombres se educan entre sí con la mediación del mundo». Pero es que nuestro mundo, me digo, es que este mundo… Somos seres inacabados y en libertad nos vamos reconociendo. No en jaulas, no en el silencio. El debate y las conversaciones son lo más natural que tenemos, nos formamos disintiendo, indagando, experimentando… ¿Cómo puede una sociedad crecer sin expresión? De nadie es la palabra y el único dueño del silencio es uno mismo. Recordalo.
Cuando leas esta carta, por si acaso, léela en voz baja, pero grítala dentro tuyo. El eco también suena, a veces más, a veces más, a veces más…
Cristina Estrada es comunicóloga, profesora universitaria e investigadora educativa. Además, ha ejercido como asesora de comunicación política.
Me encantó, realmente vivimos en Latinoamérica muchas cosas comunes, yo desde Costa Rica leí en esta carta el sentir de una colega, gran profesional y sobre todo gran ser humano. Lea en esta líneas el sentir de muchos, que ven injustamente como unos pocos ultrajan lo que muchos construyeron. Ojalá todos podamos ejercer siempre ese sagrado derecho de disentir, de pensar diferente, de defender sus ideas sin que nadie te manda a callar. Que el eco de tu carta querida amiga resuene más allá de nuestra hermana nación Salvadoreña.
Excelente, refleja perfectamente lo que muchos queremos expresar, pero por miedo o duda no lo podemos comentar.