Escribe Otoniel Guevara: «Siento mucho pesar por la postración editorial institucional que atravesamos. Se ha dejado que algunas editoriales, otrora de prestigio, caigan en manos inadecuadas. Las pruebas están a la vista»
Otoniel Guevara | Poeta salvadoreño y director de Chifurnia Libros
I
Al principio del gobierno de Mauricio Funes, recibí la invitación de Breni Cuenca, secretaria de Cultura del Estado, para trabajar como editor de la Dirección de Publicaciones e Impresos (DPI). Acepté de inmediato. La primera misión que se me confió fue la de ordenar las colecciones de la editorial. En este afán me propuse no solo el necesario ordenamiento sino también la creación de nuevas colecciones que se sumaran a la visión estratégica que de la cultura nacional teníamos ese equipo de la Dra. Cuenca.
El panorama existente era un tanto desolador: una vergonzosa enorme cantidad de autores nacionales no habían sido publicados jamás por el Estado; libros valiosos no excedían en sus tiradas los 800 ejemplares; no había una conexión directa con el Plan Nacional de Lectura, no existía coordinación con el Ministerio de Educación…
Entre las colecciones que me empeñé en iniciar estaba la de monografías de los municipios: 262 libros que tuvieran gran impacto en las identidades locales. También una colección de libros de «memorias»: Conversé con personajes de la literatura y la historia nacional para sacarles un libro donde narraran sus experiencias en momentos capitales y junto a personalidades vitales de nuestra historia. Otra prioridad de ese plan era la colección de Literatura para niños, con un equipo profesional de psicólogos, lingüistas y diseñadores gráficos comprometidos con la salud mental y la potenciación de la lectura con los chiquitos. Con Federico Paredes, a la cabeza del gremio de arqueólogos, se diseñó la colección de Arqueología, que además había obtenido el financiamiento para las traducciones de seis libros fundamentales de esta ciencia que no tenían ediciones en español.
El plan era ambicioso. La meta: 500 títulos nuevos en el periodo, a razón de 2 o 3 semanales. Los tirajes serían de 2000 ejemplares como mínimo, con un máximo que las necesidades definirían. Se revisarían los contratos con los autores, para brindarles remuneraciones dignas para el trabajo literario. Paralelamente, se crearían incentivos a la creación literaria: certámenes, talleres, festivales, ferias de libro, intercambios.
¿Quién financiaría todo esto? Ya vimos que el dinero alcanza cuando no se roba. Cuando existe voluntad política entre los actores principales de un proyecto de este tenor, las acciones fluyen y el trabajo rinde. El tiempo definiría en pocos meses que no existían ni voluntad ni nada. Hubo quienes dijeron que estaba loco al plantear un proyecto de ese tamaño. Y sí, estaba loco por construir cultura, nación, identidad; no por destruir, como está pasando hoy.
II
Uno de los tantos autores a los que el Estado le adeuda la publicación de sus libros es Rafael Rodríguez Díaz. Lamento tener que hablar sobre este prestigioso intelectual salvadoreño que ha decidido crear su obra con acuciosidad cirujana, entrega amorosa, humildad y talento. Muy alejado de cámaras y reflectores. ¿Cuántos fuimos nutridos con su modesta y valiosa revista Taller de Letras de la UCA, en aquellos años oscuros del país? ¿Cuántos bebieron sus dones como maestro en las aulas de la misma UCA y otros centros de enseñanza? ¿Cuántos disfrutaron su amistad franca, inteligente, respetuosa y sin desperdicio?
Me encontraba zapeando información de interés en Facebook cuando me capturó la noticia de que el gobierno —por primera vez en todo lo que lleva en el poder—, a través de la DPI, publicaba cuatro títulos, entre los que destacó ante mis ojos el de Rodríguez Díaz. Me alegré mucho por ese significativo acto de justicia editorial que se le brindaba a un hombre que había abierto las puertas de la difusión a muchos. Me quedé con el pendiente de buscar el libro en cuanto tuviera una oportunidad. Sin embargo, muy poco tiempo después, también en Facebook, leí, con sorpresa e indignación, el crimen editorial que se había cometido con esta edición de mil ejemplares: en los marcadores de cabecera, donde suelen ir el nombre del autor y el título del libro, se cometió un pequeño error ortográfico. El libro, que se titula Los duendes de la barranca honda sufrió la mutilación de la letra hache, lo cual el lector podría soslayar con misericordia ya que la lectura va en otra vía. A pesar de que los libros ya tenían meses de haberse impreso en los Talleres Gráficos de la UCA (al parecer, el nuevo gobierno logró deshacerse de los históricos talleres de la DPI), el error sobrevivió. Y así llegó la fecha de su lanzamiento público, con el bombo y platillo que este gobierno acostumbra. Al director de la DPI, del que por cierto no conocemos su trayectoria en el oficio editorial, se le ocurrió que la infeliz errata debía propiciar un oriental ejercicio de humildad y estampó una pegatina en la mismísima portada del libro. Según mis consultas con expertos, es un hecho histórico sin par: un verdadero hito. Ya por cuenta propia dicha portada carece de atractivos, donde hasta el nombre del autor da la impresión de ser otra pegatina, más pequeña que la de la errata, por supuesto.
Me tomé en serio lo de la libertad de expresión y publiqué una notita en el mismo escenario del crimen: Facebook. Hubo, en ese espacio, algunas expresiones de horror e indignación, y a mi cuenta privada cayeron decenas de mensajes de escritores de todo el continente que oscilaban entre el espanto y la hilaridad.
III
Siento mucho pesar por la postración editorial institucional que atravesamos. Se ha dejado que algunas editoriales, otrora de prestigio, caigan en manos inadecuadas. Las pruebas están a la vista.
La nota alegre es que, ante el torpe manejo de estas instituciones, han surgido notables sellos editoriales independientes con catálogos y presentaciones cada vez más interesantes: Los sin Pisto, Kalina, Maíz, Barrilete, Índole, Equizzero, Estro, Falena, Zeugma, Alkimia, Laberinto, Shushikuikat y otras.
El Estado, en lugar de clientelizar autores y editoriales con «incentivos económicos», hoy que tienen la potestad de hacer todo lo legal e ilegal que quieran, están en el compromiso de generar mecanismos de subsidio legales y pertinentes que permitan al gremio respiros financieros, pero no en forma de soborno, sino como políticas públicas de apoyo a la lectura y difusión de la literatura nacional.
Y si eso se les hiciera demasiado tedioso, otra forma de apoyar es comprando libros a las editoriales independientes.
¿Alcanzará el dinero para esto?
Día Internacional de la Lengua Materna.
OTONIEL GUEVARA (El Salvador, 1967). Estudió Periodismo en El Salvador y Nicaragua. Fundó entidades literarias como el Taller Literario Xibalbá, el Movimiento Poético Mundial y festivales internacionales de poesía en Centroamérica. Su obra es Patrimonio Nacional desde 2005 y en 2018 fue declarado Gran Maestre de Poesía. Ha participado como poeta, periodista, gestor cultural, conferencista, tallerista y activista político en eventos en América y Europa. Su poesía se ha publicado en más de 40 títulos individuales, ha obtenido más de 20 premios y ha sido traducida parcialmente a 8 idiomas. Como editor ha publicado a más de 200 poetas del mundo. Participó en el documental La batalla del volcán, sobre la ofensiva guerrillera de noviembre de 1989. Condujo y produjo el programa Las voces de los poetas en Canal 10 de Televisión Nacional. Dirige la Fundación Metáfora y el sello editorial Chifurnia Libros.
Excelente