La gran farsa

Carlos Cañas, pintura El Sumpul
Detalle de «El Sumpul», obra de Carlos Cañas.

Ni la guerra ni los Acuerdos de Paz fueron una farsa, nunca lo serán. En realidad, minimizar la importancia de ambos sucesos o querer suplantar la memoria histórica por una nueva narrativa constituye la gran farsa de nuestra época

Alfonso Fajardo | Abogado y poeta | @AlfonsoFajardoC

Decir que tanto la guerra como los Acuerdos de Paz fueron una farsa es dejar al descubierto ya sea una gran ignorancia o una voluntad maliciosa en querer cambiar la narrativa histórica de El Salvador.

Negar la historia o la memoria histórica para suplantarla por una nueva narrativa es una de las formas clásicas de implantación de una realidad a conveniencia de quienes quieren imponerla, de manera tal que la reinvención de la historia deviene en una herramienta más para minimizar a todos los actores de esa historia y volverse fundadores de una nueva realidad en la que los «males del pasado» ya no existen, y donde no cabe ninguna otra versión de la historia que la que se está gestando, y donde frases como «es la primera vez en la historia», «la inversión más grande en la historia» o «nunca antes en la historia» se repiten como frases vacías pronunciadas automáticamente por los loros de esta nueva historia.

Ni la guerra y la consecución de la paz son una farsa, ni la memoria histórica debe ser cambiada a conveniencia.

La suplantación y la reinvención de la historia y la implementación de una nueva son también mecanismos utilizados por el caudillismo para alimentar la creencia de que todo lo pasado es nefasto y de que todo lo presente y el futuro constituyen un nuevo inicio donde el pueblo es el beneficiado, donde el papá Estado cuida de su gente como si esta fueran niños incapaces de interpretar la realidad y que están a la intemperie del peligro de esos monstruos del pasado.

Pues bien, ni la guerra y la consecución de la paz son una farsa, ni la memoria histórica debe ser cambiada a conveniencia. Ciertamente los Acuerdos de Paz no fueron perfectos, y a veintinueve años de su firma es necesaria una revisión de los principales compromisos asumidos por el Estado para la remodelación de un nuevo pacto social que sea capaz de responder a las necesidades actuales.

Un ejemplo claro de lo anterior es la forma de elección de funcionarios de segundo grado, ya que, gracias al mecanismo existente, la mayoría de las instituciones del Estado se politizan y son el resultado de canjes político-partidarios. Sin embargo, una cosa es modificar aquello que se ha probado que no funciona en la actualidad y otra muy distinta es querer borrar y desacreditar un pacto social que nos ha servido, a los salvadoreños, para construir una sociedad donde la sangre no corra jamás por divergencias políticas, y donde la pluralidad de ideologías y el derecho de elegir son parte de sus conquistas.

Los Acuerdos de Paz tampoco fueron un pacto entre dos «cúpulas», como erróneamente se ha manifestado. Son el producto de una negociación prolongada entre un Estado que reprimía la divergencia y una fuerza beligerante que propugnaba el triunfo del respeto a la pluralidad de ideas. Recordemos que las negociaciones de los Acuerdos de Paz iniciaron en el período de la presidencia de Napoleón Duarte, perteneciente al Partido Demócrata Cristiano, y culminaron en la presidencia de Alfredo Cristiani, perteneciente al Partido Alianza Republicana Nacionalista, de manera tal que es una falacia repetir que los acuerdos fueron producto de una «cúpula» cuando está demostrado que estos presidentes actuaron no en nombre y representación de sus partidos políticos, sino en nombre del Estado.

En efecto, toda actuación de un mandatario o presidente la hace en nombre y representación del Estado, por eso es hasta infantil manifestar que no hay que pedir perdón por una masacre que ocurrió cuando el mandatario actual apenas era un niño, como si el mea culpa recayera sobre la persona y no sobre el símbolo que representa.

Minimizar la importancia de ambos sucesos o querer suplantar la memoria histórica por una nueva narrativa constituye la gran farsa de nuestra época.

Ni la guerra ni los Acuerdos de Paz fueron una farsa, nunca lo serán. En realidad, minimizar la importancia de ambos sucesos o querer suplantar la memoria histórica por una nueva narrativa constituye la gran farsa de nuestra época. Por eso se vuelve necesario continuar celebrando una fecha que nos ha permitido construir una institucionalidad que, si bien no es perfecta, aún funciona; una institucionalidad que ha permitido la transición pacífica de varios gobiernos de distintas ideologías e idearios políticos, una institucionalidad que, gracias a los frenos y contrapesos propios de una democracia, legitiman a cualquier gobierno en el poder.

Leer el especial POESÍA PARA LA PAZ

2 Comments

  1. Esta en lo correcto, para llegar a la firma de los acuerdos de paz, fue difícil, y son momentos históricos donde se logró en base a muchas negociaciones

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