José Manuel García recuerda a Pedro Portillo, artista, místico, músico, el último hippie salvadoreño, quien falleció el 9 de febrero de 2022. Este texto pertenece a Lunascopio, una mirada colectiva a La Luna, Casa y Arte, libro de próxima publicación
José Manuel García | Guionista, documentalista y narrador
Nunca fui de discotecas. Era más de bares pequeños y tugurios de guitarra, de esos donde solo había mesas pequeñas, los ceniceros grandes y las ideas iban y venían con cada bocanada de humo.
La primera vez que lo vi estaba sentado a la entrada de La Luna, Casa y Arte vendiendo sus collares y pulseras. El viejo Pedro era un personaje. Vestido de camisa chapina de colores, jeansrotos y el pelo en una coleta larga de canas. A esa estampa de profeta decadente había que sumarle un mazo de cartas de tarot y una guitarra golpeada por la vida.
«(…) El Chele Medrano —el director de la Guardia Nacional— se enamoró de la Miriam Interiano. Y cuando llegaba a las fiestas de Miriam, allá en Los Planes de Renderos, llevaba en un bus a toda la orquesta de la Guardia para que tocaran Yellow Submarine toda la noche. Allí lo que menos hacía falta era música y marihuana».
Esa fue la primera historia que le escuche al viejo Pedro una noche en que no hubo tocada en La Luna y él se la pasó cantando y contando su vida a cambio de un par de cervezas.
«(…) después de un pase de ácido, en un concierto de Bob Dylan, estaba tan drogado que no me di cuenta de cómo terminé en medio de una grabación de los Greateful Dead. Y estaba tan loco que, casi al minuto de estar grabando St. Stephen, pegué un alarido. A Jerry García le gustó tanto que lo dejó en la canción… Ese grito que se oye, soy yo».
La mayoría de las veces realmente solo llegábamos por conversar con Pedro. Ni siquiera entrabamos a ver quién estaba tocando adentro del bar.
El viejo tenía sus manías. La más curiosa era que, cuando ya quería dejar de cantar y conversar, comenzaba a tocar Michelle, de Los Beatles. Esa siempre era la última canción de la noche. Después ya solo era cosa de despedirse y agarrar camino.
«(…) Estás jodido, me dijo María Sabina cuando la fui a ver a Sonora» —contó Pedro—. «El lsd que había probado en California me tenía mal. Oía el aire pasar entre las piedras. A veces el cielo se ponía rojo y así se quedaba todo el día.
»La María Sabina me dio peyote y un viaje de tres días de pura alucinación. Me desperté desnudo en el desierto. Caminé como cuatro horas para llegar a la carretera, y todo ese tiempo dos coyotes hijos de puta me siguieron, saboreándose, los desgraciados».
Cuando abrió la puerta, le costó un poco reconocernos. Teníamos años de no vernos. Terminamos sentados en el patio. El cáncer no le había arrebatado todavía la carcajada ruidosa y el gusto por la cerveza.
Encendió un cigarrillo y le dio una jalada larga; se veía que lo disfrutaba. Una chica se asomó por la puerta y con unos expresivos ojos verdes lo miró molesta por estar fumando.
«¡Ah! No te enojés, que ya son los últimos que me fumo» —le dijo él—. Soltó una gran carcajada. «Mi nieta Michelle», dijo presentándola y pidiéndole que le pasara la guitarra.
Ella terminó sonriendo y negando incrédula con la cabeza. Creo que me quedé mirándola algunos segundos más, los suficientes como para que me sonara en la cabeza:
Michelle, ma belle / sont les mots qui vont tres bien ensemble / tres bien ensemble.
La reunión terminó cuando el viejo Pedro dio el último trago de cerveza y comenzó a tocar Michelle. Era la señal para irnos. No fue una despedida triste. Todos nos dimos un «¡hasta la próxima!». Sabíamos que al viejo le quedaba poco tiempo.
Confieso, con algo de vergüenza, que salí calculando cuándo Los Beatles volverían a cantar en mi cabeza. Es que hay canciones que simplemente no pueden esperar.
JOSÉ MANUEL GARCÍA (El Salvador, 1973). Productor audiovisual, guionista, documentalista y narrador salvadoreño.
Genial el Pedro!