Nos encontramos ante la irreversibilidad de procesos en transcurso sobre la relación entre clima y desplazamiento humano. En 2015 cerca de 1.600.000 personas experimentaron desplazamientos al interior de sus países en América Latina como consecuencia de una variable ambiental.
Memo Acuña | Sociólogo y escritor costarricense
Un conjunto de materiales agolpados y escombros apilados yacen en el centro del barrio. Son desechos de lo que ha quedado luego de la correntada convertida en inundación que se llevó todo a su paso.
Hombres y mujeres captados por la televisión internacional tratan de recuperar lo que les quedó de sus pertenencias luego de la crecida. Lo que antes eran sus viviendas ahora es un depósito amalgamado de barro mezclado con agua. Lo perdieron todo. Los desaparecidos se cuentan por centenares. Las personas fallecidas identificadas hasta ahora sobrepasan la centena y media.
Esta es una escena común en un barrio clase mediero en cualquier país centroamericano donde los inviernos, las ondas tropicales y los huracanes hacen su agosto.
Pero estos impactos no solo se experimentan en un barrio clasemediero, sino en aquellos centros de población caracterizados por la exclusión, la segregación territorial y la segmentación, combinaciones poderosas para experimentar los efectos devastadores de la mala planificación territorial y la intensidad de los eventos naturales, que por sí solos no afectan pero son parte del entorno que los vuelve amaneza.
Lo que se narra en las imagenes que vemos, sin embargo, deja de ser común si las escenas son ubicadas en Alemania, si los hombres y mujeres que se agolpan como hormigas construyendo eso que hasta ahora estaba reservado como destino exclusivo del sur global y que se llama resiliencia, son justamente hombres y mujeres alemanes damnificados (otra categoría exclusiva reservada al sur global).
Miran fijamente a la cámara, lloran con desespero porque no encuentran explicación posible a lo que les acaba de ocurrir. En eso, como en tantas otras cosas, nos recuerdan su humanidad falible, ligera, vulnerable.
Tanta es la imposibilidad de encontrar posibles causas, que una mujer en medio de su desolación al ser entrevistada por la DW local señaló con cierta resignación: “Uno no espera que la gente muera por inundaciones en Alemania, uno espera que eso pase en los países pobres».
No deja de ser cierta la frase lapidaria de la señora. El centro, el norte, tan preparado siempre, tan previsor y tan ajeno a estas categorías reservadas para el sur global, no sabe qué hacer cuando le alcanzan las tragedias. Y dice cosas como estas.
Lo que ocurre ahora no es ni más ni menos que la instalación planetaria de un conjunto de dimensiones de quiebre civilizatorio. Por ello, la idea sobre los ríos que también crecen en el norte es certera y absoluta. Pero no son solo corrientes de agua que se desbordan. Son, como lo ha dicho Ramón Mejía (Perrozompo en su nombre artístico) hace ya muchos años, “Ríos de gente que cruzan la selva de los pavimentos y llevan heridas en el corazón”.
Nos encontramos ante la irreversibilidad de procesos en transcurso sobre la relación entre clima y desplazamiento humano. En 2015 cerca de 1.600.000 personas experimentaron desplazamientos al interior de sus países en América Latina como consecuencia de una variable ambiental. Se estima que hacia el año 2050 cerca de 200 millones de personas en el mundo serán declarados como “migrantes ambientales” (Rubio, 2017).
Aún más, cuando estas reflexiones están siendo editadas en su versión final, la región atlántica y la zona norte costarricense están siendo golpeadas por las inclementacias de una onda tropical que no ha detenido sus lluvias en 24 horas. Más de 200 incidentes han sido contabilizados entre los que se cuentan deslizamientos, desbordamientos de ríos e inundaciones. No deja de preocupar que todavía estas lluvias no sean las de la temporada invernal con toda su fuerza. El escenario se avisora, entonces, complicado.
Si las condiciones imperantes, los modelos de desarrollo y el descuido basado en un consumo rampante y desinteresado continúan, las previsiones para años futuros podrían adelantarse al corto plazo, con las consecuencias devastadoras que ya hemos observado a nivel planetario.
Los desafíos para esta generación que somos son enormes. No son del norte y del sur, solamente. Son globales. La gestión de los territorios con un enfoque consciente de la relación entre seres humanos y ambiente, el cambio en el modelo económico y la modificación absoluta de la forma en como consumimos, son requeridos con urgencia.
Pero sobre todo, la ruptura de los esquemas dominantes de pensamiento que han partido el mundo en dos espacios diferenciados, para que manifestaciones como las emitidas por la señora afectada en las inundaciones en Alemania, sean transformadas por el reconocimiento de que todos, absolutamente todos, formamos parte de este planeta y que es con actitud solidaria y sensible del otro y la otra, que saldremos adelante. Esa debería ser la consigna.