A cien años del nacimiento del surrealismo, Jacinta Escudos realiza un recorrido sobre el nacimiento y el impacto que ha tenido este movimiento hasta nuestros días, en este artículo originalmente publicado en La Prensa Gráfica en fecha 4 de noviembre de 2024
Jacinta Escudos /
El 15 de octubre de 1924 se publicó en Francia el primer Manifiesto Surrealista, evento que marca el inicio formal del surrealismo, un movimiento cultural que, cien años después, continúa siendo un referente ineludible en el arte y la literatura.
Todo comenzó en 1916, cuando el estudiante de medicina André Breton, trabajaba como enfermero militar atendiendo a pacientes que sufrían neurosis de guerra (conocida en inglés como “shell shock”), una especie de estrés postraumático que generaba diversos síntomas como cefaleas, tinnitus, amnesia, mareos y temblores corporales entre los soldados que retornaban del frente de guerra.
En el hospital de Nantes, Breton conoció a Jacques Vaché, un soldado e intérprete que se recuperaba de un par de cirugías, después de haber sido herido en una pierna. Vaché había desarrollado, además, un profundo estado depresivo ante todo lo vivido en el campo de batalla, pero trabó amistad con Breton debido al interés mutuo en el arte y la literatura. Breton había publicado sus primeros poemas y era amigo del poeta Guillaume Apollinaire, también soldado.
Cuando Vaché retornó al frente, mantuvo la amistad con Breton a través de una serie de cartas en las que manifestaba su espíritu anti autoritario y anti burgués. Ambos compartían una visión de rompimiento con lo tradicional y la certeza de que el arte, en todas sus formas, debía ser más lúdico y espontáneo, algo que el dadaísmo, movimiento que se encontraba en pleno auge, ya planteaba.
Al terminar la guerra, Vaché fue enviado a la ciudad de Nantes, para trabajar con las tropas estadounidenses estacionadas en la cercana base de Saint-Nazaire, en la desembocadura del río Loira. Entre la noche del 5 al 6 de enero de 1919, Vaché habría ingerido una cantidad de opio que lo dejó en mal estado. Lo encontraron moribundo en un hotel de Nantes, pero fue imposible salvar su vida. Aunque su muerte fue clasificada como accidental, algunos amigos especulaban que se trató de un suicidio. Vaché tenía apenas 23 años.
Su muerte impactó tanto a Breton, que lo calificó como un trauma emocional. Para ese entonces, ya conocía a Louis Aragon, Philippe Soupalt y Tristán Tzara, el poeta rumano fundador del dadaísmo, quien recién se establecía en París.
La muerte de Vaché se convirtió en un tema obsesivo para el futuro trabajo de Breton. En julio de 1919 decidió publicar las cartas que había recibido de su amigo, junto con las que también había escrito a Théodore Fraenkel y Louis Aragon. Una primera entrega se publicó en la revista Littérature. Luego serían editadas completas en forma de libro, bajo el título Lettres de guerre (Cartas de guerra).
Aunque el primer manifiesto se publicó en 1924, la rueda del surrealismo había comenzado a girar a partir de aquella muerte. Vaché se convirtió en un referente ineludible del movimiento. En su novela Aniceto o el panorama, Aragon se refiere a él bajo el seudónimo de Harry James. Robert Desnos, Philippe Soupalt, Michel Leiris y otros más, solían referirse a Vaché como una influencia importante en el movimiento, a pesar de no haberlo conocido personalmente.
Breton y Soupalt realizaron sus primeros ejercicios de escritura automática y colaborativa en el verano de 1919. Fueron publicados bajo el título Los campos magnéticos, un libro de poesía que dedicaron a Vaché.
El término “surrealismo” había sido concebido por Apollinaire en 1917, palabra que apareció como subtítulo de su obra de teatro Las tetas de Tiresias (drama surrealista). Con ello se refería a “la reproducción creativa de un objeto, que lo transforma y enriquece”. El término le pareció idóneo a Breton para nombrar lo que sería su propio movimiento.
En el manifiesto de 1924, Breton decide definir “por una vez y para siempre” lo que él y su grupo entendían por surrealismo: “Automatismo psíquico puro, por cuyo medio se intenta expresar, verbalmente, por escrito o de cualquier otro modo, el funcionamiento real del pensamiento. Es un dictado del pensamiento, sin la intervención reguladora de la razón, ajeno a toda preocupación estética o moral”.
En los años siguientes, numerosos artistas y escritores, hombres y mujeres, se unirían al grupo y luego se alejarían, sobre todo cuando los eventos que desembocaron en la II Guerra Mundial generaron profundas diferencias ideológicas entre sus miembros. Algunos marcharon al exilio. Otros, como el poeta Robert Desnos, morirían en los campos de concentración o se unirían a los movimientos de la resistencia.
Algunas de las técnicas utilizadas por los surrealistas fueron retomadas del dadaísmo y aplicadas a las artes visuales, que se apoyaron mucho en la fotografía y el cine, así como en la creación de los objetos ready made. El collage, el frottage, el cadáver exquisito (tanto en dibujo como en palabras), el caligrama (popularizado por Apollinaire), la cubomanía, el ahumado, la decalcomanía, entre otros, fueron métodos útiles para contribuir a la búsqueda del azar, la exploración del subconsciente y la improvisación que promovía el surrealismo. Cien años después, las técnicas desarrolladas y aplicadas por los surrealistas en el arte y la literatura, siguen siendo utilizadas por numerosos artistas.
En lo literario, la descomposición del lenguaje y de las estructuras narrativas y poéticas fueron alimentadas por la escritura automática, la exploración del mundo onírico y la superposición de imágenes ambiguas y contradictorias, donde lo importante no era el sentido de lo escrito, sino la libertad expresiva. Esto era una clara alusión a lo dicho por otro inspirador del surrealismo, el Conde de Lautréamont, quien creía que elementos inconexos o contradictorios podían ser tan bellos “… como el encuentro fortuito, sobre una mesa de disección, entre una máquina de coser y un paraguas”.
Las obras de Luis Buñuel, Salvador Dalí, Paul Éluard, Max Ernst, Yves Tanguy, Tristán Tzara, René Magritte, Francis Picabia, Leonora Carrington, Jean Arp, Meret Oppenheim, Man Ray y tantísimos artistas más, siguen siendo parte de esa belleza que inició, hace más de cien años, con el encuentro fortuito de dos soldados en un hospital de Nantes.
Jacinta Escudos. Nacida en El Salvador. Tiene diez libros publicados entre novela, cuento y crónica. Tiene experiencia como editora, traductora y guía de talleres literarios.Fue escritora residente en la Heinrich Böll Haus de Alemania y de La Maison des Écrivains Étrangers et des Traducteurs de Saint-Nazaire, Francia, ambas en el año 2000. Ganadora del I Premio Centroamericano de Novela “Mario Monteforte Toledo” (2003), con su novela A-B-Sudario. Vive en El Salvador dondeimparte talleres de narrativa y realiza labores de difusión cultural.