Voto masivo y por bandera

¿Qué tan importante es votar y cómo hacerlo en las próximas elecciones de diputados y alcaldes en El Salvador? Dice Fajardo: «Se estará eligiendo a la Asamblea Legislativa que a su vez elegirá funcionarios de segundo grado de gran importancia para la democracia del país […] El voto por rostro, cuando es cruzado por dos o varios partidos políticos, diluye o fracciona el voto en varios pequeños porcentajes»

Alfonso Fajardo | Abogado y poeta | @AlfonsoFajardoC


En estas fechas previas a las elecciones de diputados y alcaldes, se especula mucho con el voto masivo y la forma de votar. No es de menos, las próximas elecciones representan un cruce de caminos en la vida política del país. Un cruce de caminos que nos pueden llevar a diferentes destinos: al abismo, a lo viejo conocido o a un lugar inédito donde el equilibrio prevalezca sobre lo hegemónico. Estas elecciones se vuelven trascendentales para El Salvador dada la naturaleza de lo que se elige en términos legislativos: se estará eligiendo a la Asamblea Legislativa que a su vez elegirá funcionarios de segundo grado de gran importancia para la democracia del país, por ejemplo, magistrados de la Corte Suprema de Justicia, de la Corte de Cuentas de la República, Fiscal General de la República, Procurador de Derechos Humanos, por mencionar algunos de los funcionarios de segundo grado que eligen los diputados de la Asamblea Legislativa.

Estas próximas elecciones delinearán el futuro de los próximos diez o quince años.

Así pues, se puede afirmar que dependiendo del tipo de diputados que se elijan así serán los futuros funcionarios que decidirán los destinos de la justicia, el orden, la fiscalización en contra de la corrupción y la vida democrática de la República. Es decir, que no es cualquier cosa lo que está en juego. Si bien es cierto cada tres años elegimos una nueva Asamblea Legislativa, esta contienda electoral reviste mayor importancia por el hecho que estamos frente a un cambio radical del manejo de la cosa pública, en el sentido de ser la primera vez que ninguno de los partidos tradicionales desde los Acuerdos de Paz son favoritos para ganar la mayoría en la Asamblea. El electorado siempre ha sido sabio en no otorgarle la mayoría a un solo partido político, de ahí que desde hace más de diez años la elección de funcionarios de segundo grado ha tenido que pasar por intensos debates, diálogos, negociaciones y consensos. Baste mencionar el ejemplo de la elección de los magistrados de la Sala de lo Constitucional en el año 2009, proceso que nos llevó a tener una de las mejores Salas de lo Constitucional de los últimos cuarenta años. Así pues, estas próximas elecciones delinearán el futuro de los próximos diez o quince años, si tomamos en cuenta las inquietudes de reformar las cláusulas pétreas de la Constitución.

Frente a la trascendental importancia de estas elecciones, necesariamente hay que detenerse en el análisis del voto. En primer lugar, tanto el oficialismo como la oposición señalan la importancia de salir a votar masivamente para derrotar al gran protagonismo de las últimas dos elecciones presidenciales: al abstencionismo o el ausentismo. Mientras unos piden que el pueblo salga a votar masivamente para evitar un fraude que —por cierto— no tiene ninguna base sólida para que se sospeche de que existan tales intenciones, los otros piden lo mismo, pero para diferente resultado, el de evitar una mayoría simple o calificada que podría consolidar la hegemonía y, por tanto, la exacerbación del autoritarismo y el populismo. «Voto masivo mata fraude» y «voto masivo mata dictadura», señalan el oficialismo y la oposición, respectivamente. Sin embargo, más allá de los slogans propios de las redes sociales, lo cierto es que, si el pueblo sale a votar de forma masiva este próximo 28F, existirán mayores posibilidades de lograr un equilibrio legislativo que permita la continuidad del sistema de frenos y contrapesos propio de toda democracia.

Los indecisos deben analizar a profundidad los actos, las trayectorias, los ideales, las ideologías y las decisiones de candidatos a diputados, alcaldes y de partidos políticos en general.

Es por lo anterior que hay que tomarle la palabra tanto al oficialismo como a la oposición saliendo a votar masivamente. Claro, salir a votar de forma masiva implica derribar viejas taras del electorado. En primer lugar, hay que superar ese pensamiento falaz de que venga quien venga, poco o nada va a cambiar en El Salvador. Los pequeños cambios en términos de aritmética legislativa pueden derivar en la obstaculización de cambios radicales y profundos, por lo tanto, quien piense que nada peor puede sucederle al país, está equivocado, porque siempre existirá algo peor. En efecto, hay miles de personas que no se sienten representados por ningún partido político y que por eso no suelen votar; sin embargo, ello no debe ser obstáculo para votar si se tiene como único objetivo la búsqueda del equilibrio, esa debe ser la estrella que guíe a esos miles de personas que no se sienten identificados con los partidos políticos y con sus diputados.

En segundo lugar, los correligionarios decepcionados de los partidos políticos tradicionales, también deben pensar más allá de sus propias decepciones personales y poner al país como principal objetivo de su voto, ese es suficiente motivo para evitar la desidia.

En tercer lugar, en esta oportunidad el pueblo tiene nuevas alternativas por las cuales ejercer el voto, partidos como Nuestro Tiempo y Vamos representan una verdadera renovación no solo de rostros sino también de idearios políticos, por lo que el electorado no puede quejarse por falta de opciones. Finalmente, los indecisos deben analizar a profundidad los actos, las trayectorias, los ideales, las ideologías y las decisiones de candidatos a diputados, alcaldes y de partidos políticos en general. Lo cierto es que el 28F nadie puede ni debe quedarse sin salir a votar.

Habiendo establecido la importancia de estas elecciones, es hora de analizar la forma del voto, pues en un sistema electoral abierto, con la posibilidad de votar por rostro, por preferencia y en voto cruzado en el caso de los diputados, se vuelve más difícil saber elegir aquello que a nuestro criterio es lo mejor para el país. Expertos en temas electorales aseguran que, si se vota por rostro en la modalidad de voto preferente, es decir, rostros de un solo partido político, se le está dando prevalencia al orden que el votante ha preferido, pero siempre otorgándole la suficiente fuerza al partido político, pues todos los rostros pertenecen al mismo instituto.  Sin embargo, si el voto es distribuido en varios partidos políticos, el voto se diluye, desfavoreciendo la posibilidad del equilibrio en la Asamblea.

El voto por rostro, cuando es cruzado por dos o varios partidos políticos, diluye o fracciona el voto en varios pequeños porcentajes.

Una de las características de las campañas electorales desde la existencia de la posibilidad de voto por rostro son los insistentes llamados de los candidatos desde sus propias individualidades para que el soberano vote por su rostro, olvidándose de señalar los ejes programáticos de sus respectivos partidos políticos, pero poniendo énfasis en sus propias propuestas, cuando las hay. Ciertamente hay candidatos y candidatas a diputados con una preparación profesional importante para ser tomados en cuenta, y que muy probablemente se desempeñarían bien dentro de la Asamblea Legislativa en beneficio de la población, ejerciendo una sólida defensa del sistema democrático del país. Pero lo cierto es que de acuerdo a esos esos expertos en temas electorales, el voto por rostro, cuando es cruzado por dos o varios partidos políticos, diluye o fracciona el voto en varios pequeños porcentajes que, a la larga, no es efectivo para que en la Asamblea se logre un verdadero equilibrio de fuerzas político-partidarias, lo cual a su vez debilitará las posibilidades de lograr un verdadero balance en la aritmética legislativa, provocando, como un terrible efecto dominó, la inexistencia de una oposición capaz de enfrentar cualquier iniciativa parlamentaria que a su criterio busque el debilitamiento de la institucionalidad, o que pretenda copar las instituciones sobre las cuales recaen las elecciones de funcionarios segundo grado.

Así pues, frente a la eventual dilución del voto cruzado, y frente a la posibilidad de un insuficiente equilibrio mediante el voto preferente, está la otra posibilidad, la de votar por bandera. Esta alternativa, si bien equivale a una regresión en la forma de votar, fortalecería la posibilidad de alcanzar el balance y el equilibrio necesarios para mantener el sistema de frenos y contrapesos propio de la democracia, impediría el absolutismo derivado de una contundente victoria de un solo partido y mantendría una oposición que, si bien será limitada, es totalmente necesaria para el ejercicio de las libertades.

Voto masivo y voto por bandera, entonces, son —desde una perspectiva muy personal— los mecanismos que el electorado posee para no entregar el poder total a un solo individuo, a un solo partido, a un solo ideario. Ese sería un mensaje importante del pueblo a sus gobernantes:  ni todo el poder, ni toda la gloria.

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