Julio Serrano, el hijo y escritor; y Gabriel Serrano Loarca, el padre y sacerdote, recuerdan a dos voces al poeta y sacerdote Ernesto Cardenal, a su Cardenal esencial para sus vidas y sus oficios en este sentido artículo
Julio Serrano /Escritor guatemalteco.
Gabriel Serrano Loarca/ Sacerdote guatemalteco retirado
No sé nada nuevo de los Salmos, tampoco quise buscarlo. Sé lo que recuerdo, sé a dónde me llevan, sé un recuerdo y un reencuentro, eso sé. Dudo de atreverme a pronunciar el nombre del rey al que se le adjudican, y dudo atreverme a decir cualquier cosa que no sea que me parecía curioso, bonito, de las misas, que quienes asistiéramos repitiéramos un estribillo distinto cada domingo. Era el momento interactivo, el lugar donde la memoria solo tendría ese instante en el que una joven lectora diría más o menos rápido el responsorio, que supongo que se dirá, lo que todos decíamos al final de cada estrofa de aquellos salmos responsoriales. Eso recuerdo y tengo algunas décadas de no usar mi memoria en aquellas repeticiones.
Pero bien, lo del cura y el poeta me es familiar, soy hijo de uno de ellos, de esa generosa estirpe que crece en algunos rincones de la iglesia. Mi papá fue sacerdote y fue la primera persona que escuché hablar de Ernesto Cardenal. El cura poeta, pensé de niño, y nunca se me quitó. Así lo vi cuando lo vi y así lo sigo leyendo, viejo cirio de llama expandida, así me sigo imaginando a Cardenal, con su boina negra y sus cabellos blancos, como un personaje del Guernica.
Pienso en la poesía de Cardenal que más abrazo y me descubro utilizando retórica de evasión, como rebuscando palabras para hablar de Dios o del espíritu o la fuerza de la justicia y de la Palabra. Es curioso volver ya adulto a la espiritualidad en la que crecimos, y no digo volver al rito o a la práctica ni a la creencia, ahí, como el meme “cada quien”. Pero me descubro leyendo en voz alta el Canto cósmico que es mi consentido:
”La luz viaja a 300,000 kilómetros por segundo
¿pero, por qué viaja la luz y hacia dónde va?”
Esos dos versos son mi Cardenal esencial, es la curiosidad poética la madre de todos los vértigos. Es la legítima pregunta que nace como el hambre la que nos pone frente a la creación, desnudos y vulnerables. Al misterio de la vida hay que asomarse como a un cajón. Y mejor si el cajón está en Solentiname.
Mal recuerdo un cuento de Herman Hesse de un diablillo que empieza a visitar a un ermitaño, y lejos de tentarlo lo empieza a imitar, y termina el diablillo de ermitaño. No lo sé, igual me lo acabo de inventar pero es mi adolescente lector el que me lo dicta, porque en largas conversaciones con muchos amigos artistas de la contemporaneidad Mesoamericana, no tengo la menor duda de que somos ese diablillo eremita, y que secretamente leemos textos sagrados y pronunciamos en voz alta los versos sublimes de Enjeduanna o del Tao, que consultamos respetuosamente el I Ching y el Tzolkin y el Eclesiastés. Que tenemos monólogos largos y profundos con el pasado profundo, con las memorias complejas y magistrales de nuestros creadores. No tengo la menor duda de que un grueso del cuerpo poético mesoamericano en el silencio de su intimidad lee como una oración en voz alta:
“SALMO 1
Bienaventurado el hombre que no sigue las consignas del Partido
ni asiste a sus mítines
ni se sienta en la mesa con los gangsters
ni con los Generales en el Consejo de Guerra
Bienaventurado el hombre que no espía a su hermano
ni delata a su compañero de colegio
Bienaventurado el hombre que no lee los anuncios comerciales
ni escucha sus radios
ni cree en sus slogans
Será como un árbol plantado junto a una fuente.”
O bien:
“Salmo 103
Bendice alma mía al Señor
Señor Dios mío tú eres grande
Estás vestido de energía atómica
como de un manto”
O esta premonición
(Salmo 43)
“A tu pueblo lo han borrado del mapa
y ya no está en la Geografía
Andamos sin pasaporte de país en país
sin papeles de identificación
Y tú eres ahora un Dios clandestino
¿Por qué escondes tu rostro
olvidado de nuestra persecución y de nuestra opresión?
¡Despierta
y ayúdanos!
¡Por tu propio prestigio!”
Y me nace hacerme la misma pregunta que se hizo el viejo sobre la luz, Cardenal habla constantemente con Dios, ¿pero a cuál le habla, quién es ese Dios? Y no será ni oportuno ni necesario intentar responderlo. Es cansona la moral que intenta entender el mensaje desguajando al mensajero. Era un gran mensajero de Dios, Cardenal. Y cómo bien dijo Vallejo “el Dios es él”. Sí, señalar oportunamente al pueblo, a la gente, y al tirano, a la mierda tiranía Ortega-Murillo, y a la miseria en que se regodea igual que Somoza o Netanyahu o Ríos Montt. Es legítimo el verso que defiende la dignidad ya depositado en el papel y la pantalla. Y debe ser agradecido. A lo mejor ese es el Dios al que Cardenal habla, el del amor y la justicia, arrecha Diosa de la dignidad. A quien sea, sí, la invocamos que nos hace falta.
Diosa de la esperanza que es el fuego y Dios del trueno, escúchennos. Que no hay sombra que lo llene todo cuando se canta con el fuego.
De nuevo, despliego acá en este lienzo mineral la idea de un tiempo que busca, afortunadamente, mejorar la escucha de lo sagrado y, ojalá, reaprender ese poderoso libro que somos. Cito acá la conversación que tuve con mi amigo Edgar Calel, un inmenso artista kaqchikel, quien mirando sonriente una veladora en la mesa de un bar me dijo algo como “los españoles que quemaron nuestros libros no sabían que todo ese conocimiento venía del fuego y, por lo tanto y sin saberlo, estaban devolviéndolo a su origen, de ahí que para volver a leer aquellos textos basta con aprender a leer el fuego”.
En todo caso, quise preguntarle a mi padre, a quien en nuestra Xelajú todavía algunas personas le dicen “padre Gabriel”, cómo leía él esos salmos cardenalicios, cuál sería su lectura de ese fuego. Mi padre que, aunque fue admirador de Juan Pablo II, defendió siempre al Cardenal regañado, porque fueron muchos los regañados en aquellos años, los que defendieron la dignidad del pueblo antes que la doctrina. Y admiro a mi padre y al Dios con quien habla, que es el mismo con el que habla Cardenal, y bendigo a ambos en mi incertidumbre, y les agradezco.
Y así respondió mi padre:
“Amado hijito
Con respecto a los poemas de Ernesto Cardenal, otra persona que he leído y admirado desde mi juventud, te puedo decir que en ellos se refleja la inocencia de un alma pura y mística, que se conduele de todo el mal que aflige a la sociedad humana.
Además, tuvo la fortuna de acercarse al misterio de Dios y al misterio del hombre. Ante ese encuentro, que le llevó a conocerse a sí mismo y a la verdad de la vida, le brota el asombro de cómo algunos seres humanos se niegan a vivir la luz de la verdad y se hunden en la oscuridad de la mentira del propio orgullo.
Él en cambio, invita a toda persona de buena voluntad para escuchar el llamado que Jesús le da al apóstol, que admirado de tanta sabiduría le pregunta: «¿Señor, dónde vives? Y Él les responde: ¡Ven y verás!»
Ernesto Cardenal optó por vivir alejado del poder corrupto de quienes viven en la mentira y se sienten mejores que los demás y que, con violencia en diferentes formas, los someten para vivir de ellos.
Dios lo bendijo dándole el don de la poesía, para que en los versos que escribió, toda persona buena pueda conocer el poder de la Palabra, la pureza de la verdad y la ternura de la vida. Mientras haya poesía habrá esperanza en este mundo. Todo el Evangelio es un poema de amor, de verdad, de vida, de solidaridad, de justicia, y de trascendencia espiritual, entendible tanto para los niños como para la gente inteligente.
La sabiduría que Ernesto Cardenal vivió le permitió servir a la gente sencilla y buena con quienes trabajó y orientó hacia el bien y a la verdad, escribiendo y denunciando, como buen profeta, en sus bellos poemas, la realidad obscena de la sociedad alejada de Dios, sin ofender, ni señalar, ni juzgar a nadie.
Simplemente abrió su corazón a Dios pidiéndole justicia a Él, que es el creador de todo para el bien de todos. Como dice el salmo 4, 1: «Tú, que en el apuro me abres salidas, tenme piedad y escucha mi oración».
Yo también te amo, hijito bello”.

Julio Serrano Echeverría: poeta y artista multidisciplinar. Ha publicado varios libros de poesía, crónica y literatura infantil; además de combinar su práctica con el periodismo, la fotografía, el cine y las artes visuales.
Gabriel Serrano Loarca: sacerdote retirado de la orden salesiana, educador y guía espiritual, ha dedicado su vida a la enseñanza de la filosofía, la teología y la doctrina católica con distintas comunidades en el altiplano guatemalteco.
