Gabriel Otero hace un recuento de memorias y vivencias sobre su hermana, Julieta Otero, en el marco de sucesos trágicos y convulsos en El Salvador, hacia finales de los 70 y principios de los 80
Para Julieta Otero, in memoriam
Ella extraía los votos de la urna de acrílico, los desdoblada y los extendía levantándolos con las dos manos, en voz alta, enérgica y desafiante, los contaba, 321, 322, 323, 324……la rodeaba una multitud, conformada por representantes de casilla, funcionarios de partidos políticos, curiosos y chivatos. La mujer era joven y atractiva, llamaba la atención su carácter y determinación. La UNO arrasaba en las elecciones y se presentía que los militares, una vez más, darían golpe de Estado.
“Con Duarte aunque no me harte”, bajo ese dicho popular la oposición se manifestaba, provocativa y unificada en 1972. La mujer, era mi hermana Julieta, y el lugar la planta baja de los antiguos juzgados en donde se dispusieron casillas y lo necesario para las votaciones. Todos sabemos cómo terminaron las elecciones: el exilio del ingeniero José Napoleón Duarte candidato de la Unión Nacional Opositora y la ascensión al poder del presidente espurio coronel Arturo Armando Molina, representante del Partido de Conciliación Nacional.
Esta es una de mis tantas memorias atesoradas de ella, mujer empoderada, que no se dejaba de nada ni de nadie, rebasaba los panegíricos y cualquier elogio a su vida, Julieta, emulaba a los cristianos antiguos por su piedad y convicciones.
Ignoro las razones por las que nunca optó a un cargo de elección popular, carismática y de fácil palabra convencía a la gente sencilla, les hablaba en su lenguaje y los ayudaba. Muchos le debían favores que ella olvidaba, veladores, vendedoras del mercado, sirvientas, prostitutas y cualquier ser desprotegido.
Siempre había alguien que la recordara con afecto por su bondad y porque sabía chiflar como carretonera. Y, entre tantas cosas que parecían nimiedades, me enseñó cómo abrir una lata y depositar la tapa en su interior para que los señores recogedores de basura no se lastimaran. Su sensibilidad iba más allá de lo que los ojos comunes pudiesen percibir.
Yo la acompañé muchas veces cuando andaba de novia, en mi papel de mini chaperón escrutaba a los pretensos. Iba de copiloto en su Alfa Romeo y llegábamos al lago de Coatepeque a andar en lancha, el pretendiente se desvivía por ella y hasta comíamos camarones de río tan gigantescos que parecían langostas.
Camino a San Salvador, llegaba la pregunta usual.
─Qué tal te cayó sutanito─ me interrogaba dubitativa.
─Bien─ le contestaba lacónico, antes de dormirme de regreso.
─ Entonces ¿le digo que no o que sí? Valiente copiloto, niño, no te vayas a dormir─ y yo ya estaba recostado contando árboles para arrullarme.
De sobra está afirmar que los simpatiquísimos eran los espléndidos y los intelectuales, pues, los mismos de siempre, los que apenas juntaban las monedas.
Cuando se fue a París me rompió el alma, iba a reencontrarse con el amor de su vida, aprendió francés y vivió varios años en el barrio latino, mandaba casetes narrando sus sucesos cotidianos y yo la escuchaba fascinado y le escribía con mi caligrafía Palmer, ilegible desde entonces.
Regresó casada, ataviada con un pelo afro insoportable, jeans deslavados y calzando zuecos que pesaban un kilo cada uno, ahí me empezó a llamar Canis Lupus para recuperar la complicidad de antaño. Su marido, el doctor Eduardo Colindres, como carta de presentación, publicó su tesis con UCA Editores que causó roña en la burguesía salvadoreña.
En muy poco tiempo Julieta vivió una sucesión de cosas extremas y desagradables, el doctor Eduardo Colindres fue apresado por razones políticas por la Policía Nacional junto a otro intelectual. Durante meses le llevábamos comida a la cárcel, lo tenían incomunicado, hasta que Julieta introdujo la mina de un lápiz en una tortilla y así él mandaba mensajes cortos y nos pudimos enterar que estaba bien cobijado por una legión de cucarachas en su bartolina.
Con la salida del eminente doctor ella se embarazó, tenía tres meses de gestación y en un semáforo, ella esperaba la luz verde en su carro, de repente alguien sacó una pistola y le disparó cuatro tiros a la puerta del copiloto, de milagro ella alcanzó a salirse del auto y se tiró al suelo. Se escapó de la muerte, nunca se supo si el atentado era hacia ella o para el doctor Eduardo Colindres. La situación en el país empeoraba día con día. Aparecían cadáveres por todos lados.
El día de mi cumpleaños nació Julieta, hermosa coincidencia que nos marcó la vida a los tres: a Julieta mamá, a Julieta hija y a mí.
Bienestar para todos
Al ocaso del día, el pastel de chocolate de mi cumpleaños se aplastó contra el parabrisas del Audi azul. Nora, mi hermana mayor, afanada en llegar al Centro Ginecológico, para el nacimiento de Julieta hija, chocó justo en la intersección de la 25 Av. Norte y la 21 Calle Poniente en la rotonda del Monumento al Mar o Fuente Luminosa del eximio escultor Benjamín Saúl. El accidente no tuvo consecuencias, pero Nora, no se libró del susto y del embadurnado de betún en el vidrio, tablero y asiento delantero.
Era el 19 de septiembre de 1977, Nora tomaba muy en serio su rol de madre emergente, ya que nuestros padres andaban de viaje, y a don Julián estaban por practicarle una de las primeras cirugías de corazón abierto en un nosocomio de Florida.
En la coyuntura familiar abundaba lo inesperado y la situación del país cada día se encontraba en una encrucijada. En febrero, otra vez, había sucedido el fraude electoral como una costumbre militar perversa, ahora le habían robado a la UNO y a su candidato presidencial el coronel Ernesto Claramount Rozeville la posibilidad de gobernar. El despojo fue escandaloso, la oposición ganó con más del 75 % de los votos. Las protestas se sofocaban a balazos y el descontento general se incrementaba.
El ministro de Defensa y después candidato a presidente, general Carlos Humberto Romero, se convirtió en el nuevo mandatario con su eslogan de campaña “Bienestar para todos”.
Las organizaciones de izquierda desde la clandestinidad secuestraban a empresarios y a políticos por los que pedían rescates, los rehenes luego aparecían muertos en túneles o enterrados en lugares escondidos. Se vivían los orígenes de la dialéctica del terror, a cada atrocidad correspondía una mayor.
Moloch el torturador hacía de las suyas en el aparato de inteligencia del Estado, el Mayor, asustó a la burguesía con la aparición del fantasma del comunismo y diseñó un sistema de delación efectivo, ser opositor al régimen equivalía a transformarse en cadáver en el playón, y como paso previo ser torturado en alguna de las bartolinas clandestinas confesando filiaciones políticas inexistentes.
Julieta se retiró por un tiempo de la actividad partidaria y se dedicó a vivir su maternidad, pero sus simpatías seguían teniendo el germen de la rebeldía.
La recuerdo en su casa bajando las escaleras y abrazando a su niña en uno de los tantos barrancos del sur de San Salvador.
Vendrían días aciagos que asolaron al país y a nuestros ánimos.
Años grises: 1978-1980
Julieta era amiga de empresarios y líderes de oposición. Los espacios políticos estaban clausurados con los fraudes electorales de 1972 y 1977 y el disenso estaba proscrito en la república cafetalera de El Salvador. Cualquier vía no oficial se calificaba de comunista, ese esquematismo permeó la sociedad y la tornó intolerante, aspiracional y poco educada.
Don Julián regresó de Florida con un corazón renovado, le sustrajeron las venas de las piernas y se las injertaron en el pecho, con esos avances de la medicina le prolongaron la vida varios lustros más. Era todo un espectáculo verlo abrirse la camisa y mostrar su cicatriz de veinte centímetros que le llegaba al esternón como un trofeo ante las circunstancias.
Moloch el torturador, resultaba atractivo para las hormonas de las damas de sociedad, su fama de hombre fuerte las atraía como azúcar a las hormigas, el Mayor se promovía muy bien entre los empresarios garantizando la estabilidad del país, su entrenamiento en contrainsurgencia en la Escuela de las Américas en Panamá le servía de bagaje indeseable para manejarse en la penumbra. Fue uno de los principales impulsores para asesinar sacerdotes partidarios de la teología de la liberación que habían formado comunidades de base en el campo, mismas que eran consideradas sediciosas.
Fueron mis épocas de ferviente católico, asistía todos los domingos a la misa de la capilla de la Divina Providencia que quedaba a la vuelta de mi casa y en más de una ocasión me desempeñé como monaguillo del padre Alfonso Navarro que también fue asesinado.
Entonces, la represión se hizo selectiva. Durante más de medio siglo “los dueños del capital se apoderaron de las instituciones del estado liberal, manejaron los procesos democráticos según sus intereses y usaron las fuerzas armadas como vigilantes celosos del sistema” (1). El sindicalismo se criminalizaba por igual.
Sectores izquierdistas aprovecharon el descontento para organizar a la gente de tal forma que entre 1978 y 1980 se realizaron más de 300 tomas de embajadas, iglesias e instituciones de gobierno (2). Estas acciones buscaban llamar la atención, recrudecer la violencia, establecer una postura beligerante y negociar los presos políticos.
Una última oportunidad para evitar la guerra civil se dio con el golpe de estado del 15 de octubre de 1979 contra el general Carlos Humberto Romero, organizado por los coroneles Adolfo Arnoldo Majano y Jaime Abdul Gutiérrez. Hasta esa fecha se calculaba que la fuga de capitales en 18 meses ascendía a mil millones de dólares por la creciente inseguridad (3).
Se integró la Primera Junta Revolucionaria de Gobierno con la participación de sectores progresistas que renunciaron el 2 de enero de 1980. Después se conformó la Segunda Junta Revolucionaria de Gobierno a cuyo gabinete se incorporó al esposo de Julieta, el doctor Eduardo Colindres, como ministro de Educación.
Los hechos sucedían vertiginosos, se sentía en el ambiente la llegada de la guerra civil.
La toma del PDC: 29 de enero de 1980
Era una mañana calurosa la del 29 de enero de 1980. Eduardo llevó a Julieta a la sede del Partido Demócrata Cristiano, ubicada en el número 924 de la 3a. Calle Poniente en el Centro de San Salvador. Eduardo estuvo a punto de quedarse, pero tenía un par de citas importantes y se fue al Ministerio de Educación.
La casa del PDC, era enorme, contaba con tres pisos. Tenía una fachada de color extraño. En el centro estaba la puerta principal y a un extremo la entrada de un garaje. Adelante tenía un murete con arcos y herrería garigoleada. En la planta baja había una sala habilitada como recepción, seis recámaras que eran oficinas, una cocina, un baño y un comedor. La casa tenía salida trasera a la 15 Av. Norte, ahí había un muro de dos y medio metros de alto con portón y un estacionamiento para ocho coches que se utilizaba también como espacio alternativo para mítines con capacidad para trescientas personas. En el segundo piso estaba un vestíbulo, una sala de reuniones, un baño privado y la oficina del secretario general con el retrato de Luis Herrera Campins, presidente de Venezuela y miembro distinguido de la Democracia Cristiana de ese país. Por último, en la azotea, a la que se subía por una escalera metálica, se había construido un techo de lámina con bancas de madera para las reuniones multitudinarias con las bases.
Hacía un par de días habían llegado refugiados de San Francisco Chinameca huyendo de la persecución y asesinatos en ese municipio por parte de la Guardia Nacional (4).
En la sede del partido se encontraban, además, cinco secretarias, un menor de edad, Marina Morales Erlich, hija del Dr. José Antonio Morales Erlich miembro de la Junta Revolucionaria de Gobierno y Julieta Otero de Colindres, esposa del ministro de Educación, doctor Eduardo Colindres. Eran 17 personas que en minutos se convertirían en rehenes en un secuestro colectivo.
A las 9 con 12 minutos entró por la puerta principal un grupo de 15 muchachos que no sobrepasaban los 22 años, el que parecía el líder dijo:
─Somos integrantes de las Ligas Populares 28 de febrero, esta es una toma pacífica, no se preocupen, si no intentan nada no les haremos daño─.
A la recepcionista la invadió un ataque de pánico y comenzó a llorar. Julieta estaba hablando por teléfono en la oficina del secretario general en el segundo piso y no se había dado cuenta de lo que pasaba.
Por el lado de la 15 Av. Norte ingresó otro grupo de 10 personas, entre muchachas y muchachos, en ese sector la mayoría eran mujeres. Todos se reunieron en una de las oficinas del primer piso y de dos en dos empezaron a verificar las instalaciones, “peinar la zona” como dicen en el argot militar.
De los 25 secuestradores, seis estaban armados, tres con revólveres 357 Magnum y tres con escuadras Beretta de 9 milímetros, algunos se notaban nerviosos. En la entrada y en las ventanas colocaron mantas con letreros como “Libertad a los presos políticos”, “Democracia Cristiana asesina”, y “Solidaridad con ANDES 21 de junio”.
Uno de ellos habló a Teleprensa y a algunas radiodifusoras como la YSKL, YSU y a La Prensa Gráfica. Julieta era la de mayor rango ente los rehenes y asumió un papel de líder y vocera.
En la familia nos enteramos de que Julieta había quedado de rehén por el noticiario de la una de la tarde. Don Julián marcó a la Democracia Cristiana y se identificó como su padre, contestó un tal Víctor y se la comunicaron, a partir de ahí les llevaba comida dos o tres veces diarias. La primera vez lo acompañé con una hilera de 12 pizzas familiares que dejamos afuera del muro del estacionamiento.
El pliego petitorio de los secuestradores era simple: libertad a 200 presos políticos y la renuncia de la Democracia Cristiana a la Junta Revolucionaria de Gobierno.
Al intentar localizar al doctor Eduardo Colindres supimos que el Ministerio de Educación también había sido tomado por el MERS, Movimiento de Estudiantes Revolucionarios de Secundaria, otra organización de la naciente Coordinadora de Masas. Nos alarmamos y en ese momento acompañé a don Julián a recoger a Julieta hija al domicilio de ellos en la colonia Metropoli. La niña estaba bien y nos la llevamos a casa.
¿Qué se hace cuando uno está secuestrado en una toma de carácter político?, ¿platicar, leer, aplacar a los nerviosos?, ¿contenerse y guardar la calma?, ¿esperar la vida o la muerte?, ¿no desesperarse? A Julieta le tocó soportar los embates ideológicos de sectarios con pretensiones revolucionarias, incluso la mantuvieron aislada tres días por indisciplinada debido a que los secuestradores no pudieron rebatir sus argumentos.
Los rehenes no tenían capucha ni estaban amarrados, su única libertad con toda la contradicción semántica, era que podían moverse en el interior de la casa, pero se les impedía salir al estacionamiento o asomarse en las ventanas o colocarse detrás de puertas.
Era evidente que la mayoría de los secuestradores carecían de instrucción militar, los que si la habían tenido se turnaban las postas nocturnas y no soltaban el arma en ningún momento.
Pasaron siete días y sus noches de relativa calma. Julieta se distraía con el niño inventándose lugares fantásticos y comida asquerosa, sacó el repertorio de juegos de su mente, los rehenes estaban fascinados con la frescura de su imaginación o ¿habrá alguien que haya probado la leche con mondongo? O ¿el licuado de tripas con chocolate?
Lo que hacía todos los días era hincarse para rezar con fe, desconocía si saldría de esta, había vivido con intensidad cada instante como si fuera el último, pero se encomendaba a la voluntad divina para que todos los rehenes salieran avante de esta prueba, incluso en un signo de madurez política y simple humanidad, había perdonado a sus secuestradores.
Y llegó la madrugada del octavo día, ya era miércoles y no se veía para cuándo se irían los indeseables, y, sobre todo, cuándo quedarían en libertad ellos. Julieta deseaba abrazar a su hija, ver a Eduardo y burlarse y reírse con él y de él, esas cosas que se hacen en pareja cuando uno ama a alguien, besarse, coger, pensar que el amor es eterno hasta que los huesos se hagan polvo, en fin. Los ojos se le llenaron de nostalgia, pero fue fugaz, a los segundos estos sentimientos los sustituyó con enojo e ira, ella no se dejaría vencer por nada ni nadie, el encierro empezaba a afectarla, se metió al baño a enjuagarse las lágrimas porque nadie la podía ver en ese estado.
Por la mañana, afuera, en la Junta Revolucionaria de Gobierno el doctor José Antonio Morales Erlich gestionaba al más alto nivel para que el ejército, la policía o la guardia no desalojaran a los secuestradores (5), los mandos militares accedieron a regañadientes, pero el doctor tenía razón, nadie quería convertir en mártires a los incipientes subversivos, pero tampoco iban a ceder en sus peticiones, faltaba más, ellos, la Democracia Cristiana si eran revolucionarios no como estos jóvenes que se cagaban en los pantalones.
Los secuestradores se alarmaron cuándo al décimo día vieron una caravana de patrullas y tanquetas sobre la 3a Calle Poniente, desfilaron despacio como reconociendo el terreno. Víctor y Bruno se apostaron en la azotea y los otros se repartieron en la primera planta y el segundo piso. Fue falsa alarma para fortuna de todos.
Al décimo cuarto día, el 12 de febrero, la mañana trajo vientos de esperanza: los integrantes del MERS habían desalojado el Ministerio de Educación, los secuestradores celebraron ese enorme triunfo como si fuera de ellos, y esperaban irse pronto, siempre y cuando los reaccionarios dirigentes de la Democracia Cristiana cedieran a sus demandas y liberaran a los compañeros.
Y a las 17:00 horas el miedo tocó las ventanas, un operativo conjunto de la Policía Nacional, la Guardia Nacional y el ejército se apostaba en lugares estratégicos y a gritos el comandante del operativo exigió que los secuestradores se rindieran.
Julieta se asomó por la ventana y les pidió asustada:
─No disparen, yo soy la esposa del ministro de Educación, Eduardo Colindres─.
El comandante espetó:
─Mirá, hija de puta, vos podés ser dama de diez ministros, pero de todas maneras vamos a entrar─ (6).
Minutos después tumbaron la puerta principal y entraron los encapuchados, fue el infierno, las balas de G3 chiflaban y caían por todos lados. Las postas de los secuestradores fueron exterminadas de inmediato, los primeros que cayeron fueron los que opusieron resistencia, la sangre rebotaba en las paredes y en el suelo, los rehenes temblaban. Hubo un momento en que juntaron a secuestradores y rehenes y los tiraron al suelo, los interrogaron uno a uno, sin que voltearan la cabeza, ahí preguntaron quién estaba a cargo de la toma y Víctor como pudo levantó la mano y ahí mismo le destrozaron el cráneo a balazos. Fue una masacre. Murieron 15 secuestradores y un policía. Los 17 rehenes no sufrieron daños.
A la hora de subir a los 10 secuestradores sobrevivientes a los camiones del ejército, que se dirigían a una muerte segura, una de ellas se resistió y dijo:
─Un momento, se han confundido conmigo, yo soy empleada o sirvienta de la señora Julieta, entré aquí cuando le traía fruta para su alimentación─.
El militar que no era nada sencillo, le dijo, empujándola:
─Ya vamos a ver si no mentís, porque aquí mismo la pagás─ y entró con ella donde la señora de Colindres y le preguntaron si era cierto lo que la mujer decía y ella sin titubear dijo que ─Sí, que era su sirvienta─ y la dejaron con ella (7).
Así Julieta le salvó la vida a una de sus secuestradoras.
El comandante del operativo se comunicó con el licenciado Julio Adolfo Rey Prendes, alcalde de San Salvador, le preguntó si le podía llevar a los rehenes porque los veía muy nerviosos, más a ellas que estaban alteradas y temblaban. El alcalde le respondió que los esperaba. Y recibió a 18 rehenes a quienes proporcionó bebidas alcohólicas y refrescos, además permitió que se limpiaran en el baño porque estaban sucios y llenos de sangre.
El alcalde era muy amigo de Julieta, “ella se le acercó y en voz baja le dijo que entre nosotros se había venido una de las guerrilleras que no paraba de temblar”, después fueron juntos a dejarla al colegio de la Sagrada Familia (8).
Ahí terminó una de las experiencias más extremas en la existencia de Julieta, ella narraba todo llorando, esas cosas jamás se olvidan, siempre se vuelve a vivirlas en la memoria.
Siempre se sienten en la piel.
Después de la pesadilla
Por su seguridad, Julieta durmió en casa de don Julián. Soñó ser colibrí en un campo lleno de flores, se sintió libre y despertó reconfortada, pero a las horas la angustia regresó con más fuerza y sentía el pesar como la resaca marina, ¿o serían los efectos de la botella de ron combinada con ese espantoso nudo en la garganta?
Solo ella sabía lo que había vivido, la ingenuidad convertida en terror de sus captores, y el ruido amplificado de los balazos al entrar en la piel y los chasquidos de sangre inundando todo, es curiosa la fragilidad del cuerpo humano al almacenar tanta sangre y vaciarse tan rápido.
Las tomas de embajadas continuaron en los siguientes días. La de España seguía ocupada y la de Panamá se produjo el 13 de febrero nuevamente por las Ligas Populares 28 de febrero, el desalojo del PDC fue el tercero de forma violenta y cada día se cuestionaba a sus dirigentes por su omisión y tibieza, “no manda la Junta de Gobierno, sino que lo hace el ministro de Defensa el todopoderoso coronel García” (9) apodado “cielito lindo” en los tés de las señoras de alcurnia, por un lunar gigantesco, que parecía bola de excremento de conejo, junto a su boca.
Julieta no podía andar sola y acompañarse con guardaespaldas hubiera sido contraproducente. Al doctor Eduardo Colindres le habían designado un Caprice 79 con blindaje número cinco que se acababa el tanque de gasolina cada cien metros.
Y una de esas noches, Moloch el torturador (10) apareció en la televisión en horario triple A en un programa en el que acusaba a algunos personeros del PDC de pertenecer a las izquierdistas Fuerzas Populares de Liberación (FPL), el Mayor había renunciado a la Guardia Nacional poco después del golpe de estado del 15 de octubre de 1979. Su tono intimidante, de sentencia de muerte, sonaba como un llamado a esbirros y sicarios a actuar en defensa de la patria, ese territorio torcido de delación y cadáveres anónimos enterrados en fosas comunes, aunque ni siquiera había que sepultarlos. La idea era fomentar el espanto y que la gente viera lo que le podía pasar si creía en ideas exóticas, no hay peligro en las mentes dóciles.
El Procurador General de Pobres, doctor Mario Zamora, fue uno de los señalados, “por este motivo, en su calidad de funcionario presentó una denuncia por difamación ante el Juzgado de lo Penal contra (Moloch el torturador) … y esta era la primera denuncia que se realizaba en El Salvador con el propósito de contener a la ultraderecha a través del uso de mecanismos penales de la administración de justicia” (11).
Los muertos continuaban brotando indómitos en el campo y las calles, producto de las fechorías de los escuadrones de la muerte, el clima de terror acrecentaba y no se iría en un buen rato.
El asesinato de Mario Zamora
El viernes 22 de febrero se celebraba el cumpleaños de Dolores (Loli) Henríquez, una de las miembros connotadas de la Democracia Cristiana. Por la noche habría una fiesta en la casa de Mario Zamora y Aronette Díaz a la que llegaría buena parte de la Comisión Política así como amigos y sus parejas. La cita era en la avenida Maquilishuat 214 en la colonia Vistahermosa.
Los invitados arribaron a las 7:30 horas, Julieta y Eduardo necesitaban olvidarse de las amarguras recientes y asistieron de buena gana al festejo en el que habría ron, cerveza, vino y licores cordiales en abundancia.
A las ocho la casa estaba abarrotada, en el jardín se habían colocado mesas y sillas, y las cumbias sonaban a toda su potencia. Había buen ambiente, por lo menos lo que restaba de la noche no se hablaría de coyunturas políticas ni de oportunidades perdidas para el país, el ocio le ganaba la partida a la confrontación.
La casa tenía la fisonomía de un hogar clasemediero: contaba con tres recámaras para la familia y una para el personal de servicio, dos baños y un estacionamiento con portón para dos vehículos y al fondo un jardín de regular tamaño que daba a un lote baldío.
Todos convivían en la sala y en el jardín, en el momento de mayor asistencia había alrededor de 80 personas, estaban alegrones por los tragos, soplaba un viento incipiente que era una bendición para los rezagos de esos calores sofocantes vespertinos que aún quedaban en la noche, y en esta estación del año no había esperanza de lluvia ni por asomo.
A partir de las 10 los invitados comenzaron a retirarse, la situación no estaba para trasnochar y así sucedió las dos horas siguientes hasta quedar seis personas, Loli, Carlos su esposo, Julieta, Eduardo, Aronette y Mario, los niños estaban en su recámara.
Eduardo dijo estar agotado y quería irse por lo que se acostó en el sillón de la sala y pidió que lo despertaran cuando terminara la fiesta (12), los demás siguieron platicando, escuchando música y bebiendo. La voz que se oía en las bocinas era la de Mercedes Sosa, Julieta sufría otro ataque de ansiedad y lloraba sin consuelo.
La angustia de los recuerdos de la masacre en el PDC de hace unos días la devastaba, el olor a sangre aún lo tenía impregnado en cada vello de la nariz, ciertamente su vida ya no sería igual y no había visos de cura en un corto plazo.
Mario, con su afabilidad intentaba brindar algún soporte a su querida amiga, era un tipo simpático a pesar de su rostro adusto, caía bien de inmediato, llegaba a casa de don Julián cada vez que quería reírse, discutir y beber, aunque no necesariamente en ese orden. Mientras, abrazaba a Julieta con toda la comprensión y ternura de la que era capaz.
De pronto Aronette alcanzó a ver a seis hombres cubiertos con pasamontañas saltándose el muro del jardín, traían armas cortas y largas con silenciador, no alcanzó a gritar, uno de ellos le propinó un culatazo en la columna (13) y la tiró al suelo ordenándole no moverse, a Eduardo lo despertaron con un fusil apuntándole a la cabeza y le dijeron imperativos:
─No mirés para arriba─ y vio hacia abajo y estaban tirados en el suelo Julieta, Carlos, Loli y Aronette. Mario era el único sentado en una silla, tenía su copa de licor arriba del tobillo, su pierna doblada le servía de apoyo. Les preguntaron a todos sus nombres, y uno a uno respondieron. En eso pidieron la llave del portón, Aronette, presa del susto, no quería entregarla y sacaron del cuarto a Mario hijo y lo encañonaron, al unísono todos gritaron que entregara las llaves (14) y al fin accedió. Eduardo y Julieta flanqueaban boca abajo en los laterales, pensaban que los iban a matar, se dijeron te quiero con el convencimiento de no volverse a ver.
Los encapuchados les ordenaron quedarse quietos unos minutos y en eso ya no vieron sentado a Mario, y pudieron levantarse y sospecharon que se lo habían llevado. Eduardo le habló por teléfono al doctor Rubén Zamora, que vivía al lado, para advertirle que tuviera cuidado porque secuestraron a su hermano (15). Después entró al cuarto principal cuya puerta estaba sin cerrar e intentó abrir la puerta del baño que estaba con llave, y le dio una patada y se abrió. En el suelo de la regadera yacía el cadáver del doctor Mario Zamora asesinado con tres balas (16).
Un crimen que hasta ahora está impune.
México D.F. 1980
Mis ojos son un manantial de agua salada al recordar a Julieta llorando sobre Paseo de la Reforma sin motivo aparente, se podía estar hablando con ella y de repente se transformaba. El doctor Eduardo Colindres, no sabía qué hacer ni cómo reaccionar ante la mirada devoradora de la gente que volteaba y qué decía en su mente “¿qué le habrá hecho ese tal por cuál?”. Las tribulaciones de Julieta eran muy dolorosas, y él solo atinaba a abrazarla y pretendía consolarla. El exilio era algo más allá que un estado de ánimo, era la realidad lacerante posesionándose de cada uno de los poros, los recuerdos de la muerte cargada en sus espaldas eran lo cotidiano.
Cuando llegó a México, Julieta estaba embarazada de su segundo hijo, Eduardo, todos los domingos salíamos a turistear y a redescubrir la ciudad en que nació. Al momento en el que tuvo que decidir su nacionalidad renunció a ser mexicana y se convirtió en salvadoreña convencida por sus ideales, en esos años la legislación internacional permitía una sola ciudadanía.
Julieta tardó años en recuperarse, asistía a terapia un par de veces por semana, además de hermanos éramos amigos, yo tenía 14 años cuando llegué a vivir a su casa, me dio las llaves del departamento y me dijo que le avisara cuando no fuera a llegar.
Recuerdo con gran cariño esa época que, sin duda, fue una etapa importantísima de mi formación personal.
Corolario
En 28 años he ido dos veces a El Salvador, en 1999 me fui a despedir de mi hermana cuando la desahuciaron, Julieta Angélica falleció el 23 de agosto de 2000 a los 50 años, este es mi homenaje para recordarla.
(1) Colindres, Eduardo. Fundamentos económicos de la burguesía salvadoreña. UCA Editores, 1977.
(2) AFP (1980, 21 de enero) Ocupan 300 iglesias en El Salvador, El Día. P. 13.
(3) UPI y PL. (1980, 29 de enero) Intensifican la vigilancia ante posibles nuevos ataques guerrilleros, El Día. P.14
(4) Rey Prendes, Julio Adolfo. De la dictadura militar a la democracia. Memorias de un político Salvadoreño 1931-1994. S/E. 2009
(5) Et al.
(6) Testimonio de un testigo presencial: Bruno Amaya, “Bruno” es seudónimo.
(7) Driotez Guevara, María Lidia. Abraham. S/E. S/A
(8) Rey Prendes, Julio Adolfo. De la dictadura militar a la democracia. Memorias de un político Salvadoreño 1931-1994. S/E. 2009.
(9) De la Calle, Ángel Luis. Las Ligas Populares Salvadoreñas ocupan la Embajada de Panamá (1980. 13 de febrero) El País https://elpais.com/diario/1980/02/14/internacional/319330805_850215.html?event_log=go?event_log=oklogin
(10) Por asociación se conoce a quien llamo Moloch el torturador, este personaje merece ser proscrito de la historia salvadoreña, no era demócrata, y no se ha ganado su nombre en ninguno de mis textos.
(11) Informe de la Comisión de la Verdad para El Salvador, De la locura a la esperanza, La guerra de 12 años en El Salvador. 1992-1993. Dirección de Publicaciones e Impresos. 2013
(12) Testimonio de Eduardo Colindres.
(13) Martínez, Carlos. Arias, Mauro. Es un dolor en el plexo solar. Un sentimiento angosto. (2010, 20 de abril) El Faro https://elfaro.net/es/201004/el_agora/1546/%E2%80%9CEs-un-dolor-en-el-plexo-solar-Un-sentimiento-angosto%E2%80%9D.htm
(14) Testimonio de Eduardo Colindres.
(15) Ídem.
(16) Martínez, Carlos. Arias, Mauro. Es un dolor en el plexo solar. Un sentimiento angosto. (2010. 20 de abril) El Faro https://elfaro.net/es/201004/el_agora/1546/%E2%80%9CEs-un-dolor-en-el-plexo-solar-Un-sentimiento-angosto%E2%80%9D.htm
Agradecimientos
Agradezco a Eduardo Colindres, Marvin Galeas, David Humberto Trejo, Mario Otero, Romeo Molina y Julio Martínez la información brindada para la elaboración de este texto. También las gestiones de Camila Uzquiano y Angélica Batres, sin su apoyo no hubiese sido posible.
Gabriel Otero
Escritor, editor y gestor cultural salvadoreño-mexicano, con amplia experiencia en administración cultural.