Fragmentos de «M Train», de Patti Smith

M Train, de Patti Smith
Detalle de fotografía publicada en la web de Polar Music Prize.

Selección de Vania Vargas

Cuando se habla de crónicas, el lector piensa en el asombro de los expedicionarios, de los exploradores que no quieren perder detalle del presente, porque hay, en lo descubierto, tesoros que podrían hundirse en lo más profundo de la memoria. En El Escarabajo presentamos fragmentos del libro M Train, crónicas de Patti Smith, seleccionados por la escritora guatemalteca Vania Vargas, quien recuerda a la cantante y poeta en su artículo «Poesía, memoria y rock and roll».

***

…En la pequeña Bedford Street se había formado un atasco de furgonetas de reparto. El departamento de suministro de agua había levantado la calzada cerca de Father Demo Square en busca de un conducto principal. Crucé hasta Broadway y enfilé hacia el norte por la Veinticinco hasta la catedral ortodoxa serbia dedicada a san Sava, el patrón de los serbios. Como había hecho otras muchas veces, me detuve para visitar el busto de Nikola Tesla, el patrón de la electricidad, apostado junto a la iglesia como un solitario centinela. Mientras estaba allí un camión de Con Edison aparcó dentro de mi campo visual. No hay respeto, pensé.

 —Y usted piensa que tiene problemas —me dijo el busto.

 —Todas las corrientes llevan a usted, señor Tesla.

 — Hvala! ¿En qué puedo ayudarle?

 —Verá, tengo problemas para escribir. Paso del letargo a la angustia.

 —Qué lástima. Quizá debería entrar y poner una vela a san Sava. Apacigua los mares para que los barcos puedan navegar.

 —Sí, quizá. He perdido la calma. No estoy segura de qué me pasa.

 —Ha extraviado la alegría —me dijo sin titubear—. Sin alegría estamos muertos.

 —¿Cómo encontrarla de nuevo?

—Busque a los que la tienen y báñese en su perfección.

 —Gracias, señor Tesla. ¿Puedo hacer algo por usted?

 —Sí, ¿puede desplazarse un poco a la izquierda? —respondió—. Me está tapando la luz.



***

…¿Nos llora lo que perdemos? ¿Sueñan con Roy Batty las ovejas mecánicas? ¿Recordará mi abrigo negro, plagado de agujeros, las intensas horas de camaradería que compartimos? Dormidos en autobuses de Viena a Praga, en las noches de ópera, en los paseos por la playa, en la tumba de Swinburne en la isla de Wight, en las arcadas de París, en las cuevas de Luray, en los cafés de Buenos Aires. La experiencia humana entretejida en sus hilos. ¿Cuántos poemas salían de sus mangas deshilachadas? Aparté la mirada solo un instante, atraída por otro abrigo que abrigaba más y era más suave, pero a ese no lo quería. ¿Por qué perdemos las cosas que amamos y las que nos son indiferentes se aferran a nosotros y darán la medida de lo que valemos cuando ya no estemos aquí?

 Luego acudió a mi mente la respuesta. Tal vez absorbí mi abrigo. Teniendo en cuenta su poder, supongo que debería estar agradecida de que el abrigo no me absorbiera a mí. Entonces yo estaría entre lo perdido, aunque solo me hubieran arrojado a una silla, vibrante, agujereada.

 Objetos perdidos que regresan a los lugares de donde proceden, a sus orígenes absolutos: un crucifijo regresa a su árbol vivo, los rubíes, al lecho del océano Índico. La génesis de mi abrigo, hecho de fina lana, tejiéndose en sentido inverso en el telar, regresando al cuerpo de una oveja, una oveja negra algo apartada del rebaño, que pasta en la ladera de una colina. Una oveja que abrirá los ojos a las nubes que por un momento se parecen al lanudo lomo de su especie.

***

…A mi modo de ver, todo es posible. La vida está en la base de las cosas y la fe en lo alto, mientras que el impulso creativo, que habita el centro, habla de todo. Imaginamos una casa, un rectángulo de esperanza. Una habitación con una sola cama cubierta con una colcha pálida, unos pocos libros queridos, un álbum de sellos. Las paredes empapeladas con flores desteñidas caen y estallan como un prado recién nacido salpicado de sol y un riachuelo que desemboca en otro más grande donde espera un barco pequeño con dos remos relucientes y una vela azul.

Cuando mis hijos eran pequeños yo ideaba esos barcos. Los hacía navegar, aunque no subía a bordo. Pocas veces abandonaba el perímetro de nuestra casa. Por la noche rezaba mis oraciones junto al canal envuelto en antiguos sauces de larga cabellera. Todo lo que tocaba estaba vivo. Los dedos de mi marido, un diente de león, el rasguño en la rodilla. No buscaba enmarcar esos momentos. Pasaban sin dejar un recuerdo. En cambio, ahora cruzo el mar con el solo propósito de poseer una imagen única del sombrero de paja de Robert Graves, de la máquina de escribir de Hesse, de las gafas de Beckett, del lecho de muerte de Keats. Lo que he perdido y no puedo encontrar, lo recuerdo. Lo que no puedo ver, intento evocarlo. Funciono a base de impulsos concatenados que rayan la iluminación.

***

…Creo en el movimiento. Creo en ese alegre globo que es el mundo. Creo en la medianoche y en la hora del mediodía. Pero ¿en qué más creo? A veces en todo. A veces en nada. Varía como la luz que aletea sobre un estanque. Creo en la vida, que algún día todos perderemos. Cuando somos jóvenes creemos que eso no va con nosotros, que somos diferentes. De niña pensaba que nunca crecería, que podía conseguirlo a base de fuerza de voluntad. No hace mucho comprendí que, envuelta inconscientemente en la verdad de mi cronología, había cruzado una línea. ¿Cómo hemos envejecido tanto?, les pregunto a mis articulaciones, a mi pelo del color del hierro. Ahora soy mayor que el amor de mi vida, que mis amigos muertos. Tal vez viva tanto que la Biblioteca Pública de Nueva York se vea obligada a entregarme el bastón de Virginia Woolf. Podría cuidarlo por ella, junto con las piedras de sus bolsillos. Pero también seguiría viviendo, negándome a entregar mi pluma.



Fragmentos extraídos de M Train de Patti Smith. Editorial Lumen/ memorias y biografías. Traducción de Aurora Echevarría.


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