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Sergio García Zamora (Cuba)

Sergio García Zamora poesía
  • Del libro El frío de vivir (Premio «Loewe» a la Creación Joven, Visor Libros, 2017)

El frío de vivir

Siempre estuve encañonado por la vida, siempre estuve a punto de que me matara. En cuál puerto, en cuál calle, en cuál esquina me encañonó la vida que ya no recuerdo el día ni la causa. ¿Quién es esa que viene contigo?, preguntaban en el café los amigos, y yo hacía un mohín de poeta. Nadie, respondía, pero la vida se sentaba junto a nosotros con la inoportuna tranquilidad de una mujer fea. Hablábamos de literatura, hablábamos sin prestarle atención a la intrusa. Qué fúnebres parecíamos. Sin embargo, cuando en la noche regresaba a mi cuartucho, me acostaba con la vida, en una página blanquísima me acostaba con la vida; la penetraba con fruición como penetra el pensamiento un difícil concepto. Me quedaba horas adentro de la vida, ceñido por sus brazos y sus piernas, atenazado por su carne gozosa. Solo así olvidaba su amenaza. En la mañana la vida ordenaba: Levántate y ve a trabajar. Y yo fingía quedarme dormido, porque trabajar cansa, me aseguró un conocido, porque preferiría estar muerto antes que ir a trabajar. Entonces ella volvía a poner el frío de su arma en mi espalda para enseñarme que no estaba jugando.

Una habitación llamada Virginia

La Woolf, la tremenda,
capaz de tener una habitación propia.
Nunca estas líneas que son un cuarto prestado
por los muertos. Inquilino soy
que repasa la huella de antiguos inquilinos.
Supongamos que adivino los gestos
como forma más inocente de apropiación.
Supongamos que bajo al jardín
en mangas de camisa con mi pipa.
Así fumaba el Sr. Joyce, dirá la casera.
Al diablo con el Sr. Joyce. El círculo de Bloomsbury
debió ser un círculo del Infierno.
¿Qué hacías entre esos borregos, Virginia?
Todos hombres excelsos y correctos.
A veces me pregunto sin fe
si alguno te habrá llamado Adeline,
mi Adeline Virginia Stephen.
Está bien: no hablemos de la muerta.

  • Del ibro Resurrección del cisne (Premio Internacional de Poesía «Rubén Darío», 2015)

Calabozo

Toda la noche estuve escribiendo un poema llamado «Cala-bozo». Forjé unos buenos versos que me sirvieran de barrotes, porque lo que hace a un calabozo son unos buenos barrotes. Y así hasta que el genio alcance, dado que un poema-calabozo puede extenderse sobre valles y montañas, mares y desiertos. El poema puede estar lo mismo en Argel que en Toledo. En el primer caso necesitará de un poema llamado «Reo» que responda a un soldado de apellido Cervantes; en el segundo caso a un tal Juan de Yepes, más conocido como san Juan de la Cruz. Como el poema había adquirido unas dimensiones insospechadas seguí sumando reos: Francisco de Quevedo, fray Luis de León, fray Ser-vando Teresa de Mier, Federico García Lorca, José Martí, Gérard de Nerval, Paul Verlaine, Guillaume Apollinaire, Albertine Sarrazin, Oscar Wilde, Honoré de Balzac, Miguel Hernández, César Vallejo, Ezra Pound, Ossip Mandel-stam… Tantos y tantos. Vamos a necesitar una isla para mantener encerrados a todos, pensé. Pudiera decirse que los calabozos engendran más literatura que las academias, lo cual resulta terriblemente cierto. No escribí el poema «Carcelero» (ni falta que me hace) porque los carceleros se pasan la vida pidiendo poemas de amor para sus novias. Pasé la noche en un calabozo escribiendo un poema llamado «Calabozo». Lo fácil es que se lee desde afuera. Lo difícil es que se escribe desde adentro

  • Del ibro Diario del buen recluso (III Premio Internacional de Poesía «Gabriel Celaya», 2018)

Carta a Vicente Aleixandre

TÚ QUE ESCRIBES, acaso para quien no te lee, ya lo has conseguido. Nadie escribe para la posteridad; nadie escribe para el olvido. Uno calla su amor y permanece en el país como si todo fuese un mismo pecado, una misma cárcel. Nunca es segura la posteridad; nunca es seguro el olvido. Uno está solo como tu solo riñón. La posteridad será siempre la posteridad para alguien; el olvido será siempre el olvido para alguien. Uno debe ser Alguien para la Poesía. Tú que escribes, acaso para quien no te lee, ya lo has conseguido.

Poema a mi padre

MEJOR VOY ESCRIBIENDO el poema de tu muerte, que deberá ser rápida como yegua de carreras, porque odias molestar a la familia los domingos. Pero será domingo, un domingo de pueblo a media tarde, cuando da la sombra en el patio de la iglesia, el patio de piedra y musgo, donde el jardinero y yo jugamos nuestro ajedrez sobre un banco. Mi mujer vendrá con la noticia. Qué final de torres y caballos. Pensar que entonces iba ganando. Digo que mejor voy escribiendo el poema de tu muerte, para no decir que mejor voy escribiendo el poema de mi dolor por tu muerte, porque no quiero mi dolor en una página, no quiero embridar ese potro. Todos esperan que el dolor de un poeta sea más hondo, sea más bello, sea distinto. Pero el dolor de un poeta es un potro entre mil potros, y nadie lo ha visto. Un potro entre mil potros que siguen al semental, al corcel atroz que llaman el dolor del mundo. Perdona, padre, mi entusiasmo, tú que no entiendes de caballos, y yo que temo a sus patadas y mordidas. Otras son tus herramientas y tu oficio. Mejor vuelvo al poema de tu muerte, ¿de qué fue por fin que te moriste? ¿De cáncer en la garganta por tragar alcohol? ¿De cáncer en la garganta por tragar polvo? ¿De cáncer en el estómago por tragar alcohol y polvo? ¿De caerte borracho de un andamio? ¿De caerte borracho de un andamio y al abrirte solo encontrar polvo, polvo húmedo de linfa y sangre, polvo hecho víscera, argamasa? Mira en lo que termina esto la única vez que tu muerte me preocupa. Mi hermano pide que no escriba, que un poema puede resultar profético, que solo yo pagaré la culpa si el viejo se nos muere. Pero tú, padre mío, en verdad me entiendes: digo que mejor voy escribiendo el poema de tu muerte porque ya escribí el poema de tu vida. Y antes de bajar de la palabra que es mi cabalgadura, y antes de que por mi palabra mueras, yo poeta por mi palabra te concedo: que no falten el pan ni la risa en tu mesa; que no falten el amor de tus mujeres ni el amor de tus amigos; que no mueran primero tus hijos. Todas esas cosas con que sueña un albañil.

Carta a Georg Trakl

GEORG TRAKL, TODOS LOS QUE FUIMOS A LA GUERRA estábamos enfermos, enfermos de podredumbre. La guerra era un camino en otoño, que desembocaba en nosotros. Nunca necesitamos las medicinas que no tuviste después de la batalla. Por qué decir que enloqueciste al ver nuestras heridas, si tu podredumbre siempre fue anterior. Habría que recorrer el camino del bebedor, el camino del drogadicto, el camino del incestuoso, para llegar a tu podredumbre. Georg Trakl, una farmacia puede hacer de infierno; un joven farmacéutico puede oficiar como ángel blanco, como ángel de la muerte. Pero la podredumbre es otro horror. Un horror sin curación.

  • Del libro La canción del crucificado (Premio Internacional de Poesía «Blas de Otero», 2018)

La canción del crucificado (I)

Todos los días me quiebran las piernas,
me hieren el costado.
Los dolores corren juntos hasta ser una sola muerte.
Los soldados se ríen, echan suertes sobre mis libros.
Ya fui leído tres veces, pero no basta.
Me quiebran las piernas para quebrarme el camino,
me hieren el costado para herirme el canto.
No quieren que sepa si soy un ladrón o un mesías.
Todos los días me crucifican,
pero yo soy el que golpea los clavos.
Mi madre está a mis pies.
Mi mujer está junto a mi madre.
No lloran, sino que lavan y cocinan.
Yo estoy crucificado y escribo.
Bájate, me dicen, que es hora de buscar a las niñas.
Entonces me desclavo
y dejo mi corona donde se dejan los sombreros.
Me baño y me visto sin resucitar.
Salgo a la calle como un cristiano,
porque es peligroso salir como un cristo.

La poesía

La poesía es leche que ponemos a hervir. La velamos, la velamos, la velamos y en un descuido se derrama. Entonces lloramos de alegría. De nada sirve llorar de tristeza sobre la poesía derramada. ¿Quién es el hombre que no quiere que la poesía se le derrame?

  • Del libro Los conspiradores (Premio Internacional de Poesía «Juan Alcaide», 2020)

Los conspiradores

I

Están en un café o en un teatro.

Fuman en la terraza blanca de un hotel. Fuman en los cuartos para estudiantes. Acaban de entrar apurados al metro. Acaban de salir más apurados del metro. Están en las plazas de cualquier ciudad y en las ciudades de cualquier país. Tienen los mismos oficios que el resto de los hombres.

Cuando alguno se entrega al mundo, otro lo sustituye allá en la sombra.

Los periodistas les preguntan con el afán de los torturadores:

¿Qué es la Poesía?

Entonces sonríen como los torturados. Entonces se limpian la sangre de la boca antes de responder lo mismo:

Que nunca han visto el Rostro ni los rostros. Que ignoran los nombres de quienes marchan con ellos. Que no conocen la naturaleza de su causa. Que olvidaron su causa y por qué la siguen. Pero sobre todo:

Que jamás podrán dejar de seguirla.


II

El que escribe y el que lee conspiran.

¿A favor de quiénes conspiran? ¿En contra de quiénes conspiran? Hijos de conspiradores y padres de conspiradores, nunca han dejado de conspirar. Hay hermanos en el mundo que no han visto; hermanos que hablan otras lenguas y en otras lenguas cifran la conjura. El Espíritu habla todos y por todos los idiomas. El que escribe y el que lee han sobrevivido

al encarcelamiento,
a la desaparición forzada,
a los trabajos forzados,
a la tortura,
a la horca,
a la guillotina,
a los campos de concentración,
a las cámaras de gas,
al bombardeo de las ciudades,
a la quema de libros y de autores,
al exilio.

Los conspiradores han sobrevivido porque es inmortal la conspiración.  Dueños del secreto sobreviven en el secreto. Se les ve demasiado tristes y demasiado alegres. Los acusan de sectarios. Los acusan de fundar escuelas, movimientos y cenáculos.

Los críticos y los amigos los delatan, pero nadie le cree a un falso delator.

SERGIO GARCÍA ZAMORA (Cuba, 1986). Licenciado en Filología Hispánica. Autor de numerosos poemarios, entre los que destacan: Resurrección del cisne (Premio «Rubén Darío», Fondo Editorial del Instituto Nicaragüense de Cultura, 2016); El frío de vivir (Premio «Loewe» a la Creación Joven, Visor Libros, 2017; Premio de la Crítica Literaria en Cuba, 2da edición Editorial Capiro, 2018); Diario del buen recluso (Premio «Gabriel Celaya», Editorial Erein, 2017); La canción del crucificado (Premio «Blas de Otero» de Majadahonda, Sonámbulos Ediciones, 2018); Los uniformes (Premio «Jorge Manrique», Ediciones Cálamo, 2019) y Los conspiradores (Premio «Juan Alcaide», Editorial Verbum, 2020). Fundador del Grupo Literario La estrella en germen.

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