Espero, alguna vez, tomarme una temporada, probablemente entre pláticas con amigos de La Casa del Escritor, para escribir sobre Rafa y los talleres de La Casa. Pero esta vez, en este aniversario de su desaparición física, lo que quisiera es decir algunas cosas que considero esenciales sobre este gran amigo
Mario Zetino | Poeta e investigador
Hoy, 27 de abril, se cumplen diez años de la muerte de Rafael Menjívar Ochoa, Rafa, como lo conocimos los participantes de sus talleres y amigos. ¿Y qué decir? Diez años después, comienzo a escribir esto, y veo que todavía hay muchísimo qué decir. Mi intención esta vez no es intentar ese muchísimo; todavía no. Espero, alguna vez, tomarme una temporada, probablemente entre pláticas con amigos de La Casa del Escritor, para escribir sobre Rafa y los talleres de La Casa. Pero esta vez, en este aniversario de su desaparición física, lo que quisiera es decir algunas cosas que considero esenciales sobre este gran amigo, su obra literaria y su trabajo como maestro.
1. Breve retrato de Rafa
Para los lectores nuevos, sobre todo para la gente más joven (siempre los tengo en mente), este apartado, a modo de contexto.
Rafael Menjívar Ochoa (El Salvador, 1959-2011) es uno de los escritores contemporáneos de El Salvador. Es autor de más de quince libros, y se le reconoce como el máximo cultivador salvadoreño de la novela negra. Vivió muchos años en el extranjero, y regresó al país en 1999. Fue Director de Letras de CONCULTURA (institución anterior al Ministerio de Cultura) y buscó formar a escritores de modo que pudieran profesionalizarse.
El resultado de esa búsqueda fue la fundación de La Casa del Escritor, que sigue funcionando en la antigua casa de Salarrué, que también alberga al Museo Salarrué. Allí, se desarrollaron talleres de poesía, narrativa y video, así como otras actividades e iniciativas culturales y académicas, y, a partir de la década del 2000, La Casa, como la llamamos los participantes de sus talleres, se convirtió en un lugar de encuentro para escritores, artistas e interesados en la cultura en general, tanto nacionales como de otros países.
Los talleres tenían un proyecto: terminar una unidad de la rama de la literatura que uno escribiera, por ejemplo un poemario, un libro de cuentos, una novela, una pieza de teatro. Rafael dirigió los talleres entre 2002 y 2010; en ese transcurso se escribieron y se comenzaron varios libros hermosos y sorprendentes, más de una docena, ahorita que hago la cuenta; y muchos de los participantes se convirtieron (nos convertimos) en escritores profesionales, es decir, que escribimos como un oficio o como una profesión. En este sentido, la labor formativa de Rafa ha influido en una parte de la literatura salvadoreña contemporánea.
(Para ampliar sobre la figura y las ideas de Rafa, se puede consultar la página de Wikipedia sobre él, se puede leer su blog y se puede visitar la página del Centro de Estudios «Rafael Menjívar Ochoa». Y para ampliar sobre la historia de La Casa del Escritor, pueden leer este texto que escribí poco después de la muerte de Rafa. Disculpas por los errores de redacción que en ese entonces se me fueron).
2. La Casa
¿Qué se enseñaba en los talleres de La Casa del Escritor? Esta es una pregunta interesante de responder, y ofrezco como un resumen los siguientes párrafos.
La literatura como un oficio en el que uno se puede profesionalizar. Rafa decía que la literatura es un oficio comparable con cualquier otro oficio: como hacer zapatos, o como la carpintería. Es una actividad que se realiza para producir algo; en el caso de la literatura, para hacer libros. Y este oficio se puede aprender como los oficios en los talleres de la Edad Media: allí había maestros y aprendices, y el conocimiento del oficio pasaba de unos: de unos practicante más experimentados en el oficio, a otros con grados menores de experiencia. Y para aprender a hacer bien el trabajo propio, se tomaba modelo del de los maestros; en literatura, esto significa tener referentes, elegir maestros según sintamos afinidad con ellos, y aprender todo lo que podamos de su forma de escribir en la creación de nuestros textos.
Básicamente, lo que Rafael enseñaba, aunque es más apropiado decir mostraba, eracómo corregir; la idea de los talleres era que uno aprendiera a corregir sus textos por uno mismo, a pulir por uno mismo. Él escuchaba (en el caso de los poemas) los textos de uno, escuchaba con mucha atención, y luego le hablaba a uno sobre los aciertos, sobre los lugares donde estaba el estilo único de uno, lo que sólo uno podía escribir, y los errores, los errores de efectividad literaria; y a veces, si la idea venía, daba alguna sugerencia. Poco a poco, cada uno aprendía, al observarlo hacer esto, y al hablar sobre escritura y arte, a desarrollar este proceso, y los participantes del taller también aprendían a comentar y a dar aportes sobre los textos de otros. Rafael, por lo general, recomendaba lecturas. Recomendaba leer muchísimo, recomendaba mucho leer a los clásicos, tanto de siglos pasados como más recientes.
El respeto por el trabajo propio y de los otros. Sobre el trabajo propio, Rafa buscaba derribar actitudes negativas hacia este o hacia la concepción que uno tuviera de ser escritor. Por ejemplo, a la pregunta «¿Sos escritor?», él no daba ni aceptaba una respuesta como «Eso dicen», sino que decía «Sí, soy escritor». Rafa animaba a asumirse a uno mismo como escritor. Pero claro, esto no era sobre la base una base falsa (para usar las palabras de Pedro Geoffroy Rivas), sino a partir del conocimiento del oficio de escribir, de su práctica como profesional.
Y en relación con esto, estaba una mirada que Rafa tenía y exponía sobre el trabajo de otros: así como uno debe respetar su trabajo, así también debe respetar el trabajo de los otros. Si un texto está bien hecho, merece respeto, y su autor merece ser reconocido como escritor, aun si se tienen diferencias con el texto (si hay cosas con las que uno no está de acuerdo) o con la persona. Pienso que esa fue una noción muy importante en el medio literario salvadoreño.
Por último, acerca del trabajo de los demás, Rafa creyó en la gente que empezaba a escribir, o que llevaba tiempo escribiendo y buscaba mejorar. Más allá de los errores de los primeros textos (que son inherentes al proceso de escribir), Rafa reconocía el talento, sí, pero junto con eso y más que eso, como él mismo lo expresó alguna vez, reconocía, y buscaba, una actitud: la de querer trabajar; la de querer dedicarse a aprender a escribir, con todo el trabajo que eso implicaba. Y Rafa le hablaba de eso a la que gente que recién llegaba, y les preguntaba que si eso era lo que querían hacer. Y sí, varios, entre 30 y 40 personas en esos nueve años, eso era lo que queríamos hacer.
El secreto de la gran escritura. Si he conocido a alguien que le huyera a seguir y a dar recetas, ese ha sido Rafa. Sin embargo, en La Casa del Escritor también se habló, y mucho, sobre el secreto. (¡Uy!).Por supuesto, varios de nosotros, jóvenes, también andábamos interesados en encontrar el secreto para escribir. Y la mejor forma de decirlo llegó en 2008, con otra cosa que Rafa amaba, el cine. Ese año dieron Kung Fu Panda, y se comentó en los talleres, y estuvimos de acuerdo en el oro de la frase (Advertencia: spoiler INMENSO): «No hay ingrediente secreto. Sólo eres tú». (Hay que ver la película para completar la metáfora).
Eso, en el taller, llegó a ser dicho como «El secreto es que no hay secreto». Y lo revelo aquí a cualquier amigo que lo ande buscando: no existe ningún gran secreto para escribir bien, ni para escribir «gran literatura». Sólo hay que escribir, sólo hay que ser uno mismo escribiendo y, lo que nos quedó bien claro en el taller, hay que ser uno mismo al mismo tiempo que uno TRA-BA-JA en sus textos. El talento es un don, y hay que agradecer por él; pero si, a partir de ese talento, no se trabaja, no se llega muy lejos. (¿Quiénes habrían sido los grandes pintores sin toda su práctica?). Así que sí, a partir de Kung Fu Panda, en un taller que buscaba ser lo más práctico y realista posible, también se habló, y nos reímos al darnos cuenta, del secreto.
Además, para cada uno, en algún momento, también hubo una gran revelación con algo que Rafa nos dijo sobre nuestro trabajo. En mi caso fue así. Después de un tiempo, mis poemas habían comenzado a buscar saltar de la métrica al verso libre, pero yo no lograba ese salto, y el resultado fue una temporada de textos que… en general no funcionaban. Un día, platicando, Rafa me dijo: «Sólo soltate». Esa frase es lo más valioso que aprendí en términos técnicos en el taller; es lo que me sirve cada vez que necesito volver a encontrar el camino. «Sólo soltate». Dos palabras, que me devuelven a la libertad de todo lo que quiero hacer al escribir, y me sacan de las reglas y, sobre todo, de los juicios. Para mí esa frase es el reverso de esta otra, o está unida a ella: «Primero aprender bien las reglas, y después olvidarlas». Para mí son el resumen de la práctica de todo arte.
3. La obra de Rafa
Hay que leer a Rafa. Su obra, que abarcó todos los géneros, ofrece historias y experiencias fuera de lo común, y es inclasificable. Pero como de algún modo tenemos que hablar de las cosas, lo que yo diría es que, en buena parte de esa obra, Rafa trata sobre la oscuridad de la naturaleza humana, y que, por lo general, la otra parte, es una obra divertidísima, de un humor negro maestro. El año pasado, Jeannette Cruz, una de las nuevas narradoras salvadoreñas, escribió un artículo sobre Rafa y su obra, y en él dice que encontrar sus libros es prácticamente un trabajo de cacería. Y sí, en mucho es verdad. Si se quiere, Rafa es un autor underground (como resulta que es en realidad buena parte de la literatura salvadoreña: esa de la que no se habla en las clases de Lenguaje y Literatura), pero no por eso hay que dejar de leerlo si uno tiene curiosidad por conocer más de nuestra literatura actual, o por conocer a este autor tan particular.
Ahora quisiera dar mi visión de su obra. La parte principal de esta está compuesta por novelas, nueve novelas. Cinco son novelas negras y las otras cuatro son, en realidad, textos, libros que podríamos llamar experimentales y que, tal vez por su extensión, o por cómo funcionan, o por convención, llamamos novelas. Las novelas negras son divertidísimas: Los años marchitos (que después se reeditó como Un buen espejo), De vez en cuando la muerte, Los héroes tienen sueño, Cualquier forma de morir y Al director no le gustan los cadáveres. Las últimas tres se pueden encontrar en el país. Y las experimentales… yo, con esos libros, sentí de todo, asombro, horror y un montón de cosas más. Para ser breve, simplemente digo que leerlas es una experiencia que marca. Esos libros son: Terceras personas, Trece, Instrucciones para vivir sin piel y Breve recuento de todas las cosas. De estas, sólo Trece circula en el país. (Las otras también circulan, traducidas, en Francia, publicadas por la editorial Cénomame).
Luego están los cuentos (recogidos sobre todo en Un mundo en el que el cielo cae y cae), la poesía (los últimos poemas de Rafa, estaban basados en el verso alejandrino, y tenían una música sutil y melancólica que todavía recuerdo), una obra de teatro y algunos ensayos, el más reconocido de los cuales, y creo que a la venta todavía, es Tiempos de locura, sobre el inicio de la guerra en El Salvador.
Y, para mí, digo que Rafael es un escritor salvadoreño-mexicano-francés. Lo de salvadoreño se comprende (aunque él mismo discutía clasificaciones de ese tipo); en México, se lo considera un autor mexicano (hasta se lo puede encontrar en un diccionario de autores mexicanos); y también lo podemos considerar un escritor francés por la difusión de su obra en Francia. Varios de sus libros, sobre todo los experimentales, han sido traducidos al francés, como ya se mencionó, y algunos aparecieron antes en francés que en español.
Como dato extra, libros y textos suyos se han traducido también a otros idiomas, como inglés y alemán. Es decir: la obra de Rafa está viva, aquí y en otros lados.
Concluyo. Rafael Menjívar Ochoa: alguien muy valioso para literatura y para muchas personas; alguien que desde sus libros, sus ideas y lo que compartió durante su vida, tiene mucho qué decir todavía, mucho que dar.