Las batallas de Margarita

Margarita Drago

«Es un libro autobiográfico en el cual la autora se expone ante el mundo», escribe María del Carmen Ferreira sobre Fragmentos de la memoria. Mi vida en dos batallas, el libro de Margarita Drago, una reconocida escritora argentina y profesora en el York College, de la Universidad Pública de la Ciudad de Nueva York


María del Carmen Ferreira | Profesora de Español y Guaraní en la Escuela Paraguaya de Nueva York


Margarita Drago es una reconocida escritora argentina y profesora de Lengua y Literatura Hispanoamericana en York College, de la Universidad Pública de la Ciudad de Nueva York. Ha publicado varios libros y el más reciente es Fragmentos de la memoriaMi vida en dos batallas.

Fragmentos de la memoria es un libro autobiográfico en el cual la autora se expone ante el mundo. Temas como la última dictadura cívico-militar-financiera argentina, el amor lésbico, la moral y la culpa sustentan fuertemente el esqueleto narrativo, y cada aspecto de estos temas sostienen al libro como una antorcha que ilumina y guía nuestras mentes hacia las más recónditas dimensiones del ser humano.

La dictadura argentina en la que se desarrolla la historia de Margarita se extiende entre 1976 y 1983, bajo la comandancia de Jorge Rafael Videla; aunque durante el gobierno de María Estela Martínez de Perón, quien gobernó entre 1974 y marzo de 1976, la represión contra las fuerzas populares recrudeció porque esta presidencia estaba sustentada por fuerzas paramilitares y policiales. El 24 de marzo de 1976 asume la presidencia Jorge Rafael Videla y con él se instala una de las más crueles dictaduras del país. Esta dictadura responde a un plan estratégico de alcance internacional, la Operación Cóndor, que impacta al sur de América aproximadamente en este mismo tiempo, y cuyos tentáculos se han extendido a casi todos los países del Cono Sur, pero muy especialmente a «Argentina, Chile, Paraguay, Uruguay y Bolivia. Luego fueron sumándose otros países del sur. La Operación Cóndor tuvo como objetivo principal la recolección, intercambio y almacenamiento de información de inteligencia relacionadas con movimientos de activistas de izquierda, comunistas o marxistas que surgían en estos países» (Cuyas 4, 5). El objetivo era eliminarlos moral, psicológica y físicamente a todos, utilizando métodos altamente agresivos y hasta mortales. La Operación Cóndor contaba con el respaldo, coordinación y financiamiento de los Estados Unidos y la Agencia Central de Inteligencia (CIA). El dictador argentino, Jorge Rafael Videla, fue un soldado fiel para el cumplimiento de los objetivos de la Operación Cóndor. Durante su mandato, de 1976 a 1983, ofreció una estabilidad política incomparable para los anticomunistas, fascistas y terroristas que no hacían más que fortalecer el régimen dictatorial del país. Estos tenían la libertad de actuar impunemente como si la vida de las personas no importara. Cabe mencionar que Videla comulgaba con el Ejército mucho antes de asumir la presidencia. Fue gobernador de la provincia de Tucumán en 1970; luego asumió el puesto de jefe del Estado Mayor Conjunto de las Fuerzas Armadas en 1975; en ese mismo año es nombrado comandante en Jefe del Ejército; el 24 de marzo de 1976 es Miembro de la Junta Militar de Gobierno, y así llega, empapado de poder y de espíritu militar, a la presidencia del gobierno argentino el 24 de marzo de 1976. En este tiempo de dictadura, los más altos funcionarios militares, con el respaldo máximo de Videla y agentes secretos, cometieron graves violaciones a los derechos humanos, llevaron a cabo detenciones ilegales y desaparecieron a 30,000 personas en centros de tortura y exterminio por el hecho de pensar diferente. Estos hechos pueden comprobarse en numerosas investigaciones publicadas por el Comité de Derechos Humanos, por organismos de derechos humanos nacionales e internacionales y por la Cruz Roja Internacional.  Un artículo muy interesante fue publicado en 1993 en Nuremberg, en la revista Memoria N5, en la que Esteban Cuyas habla de la Operación Cóndor. Gracias a estas organizaciones han salido a la luz los estragos cometidos por la conocida Operación Cóndor en Sudamérica. 

Este es el escenario que propicia el encarcelamiento de Margarita y, como ella misma menciona en su historia, en el capítulo titulado «24 de octubre de 1975»:

A vos te estamos buscando, ¡guerrillera hija de puta!  No contesté. Me quedé inmóvil y atónita. Enseguida empezaron a registrar las habitaciones. Tiraban los libros al piso, golpeaban las paredes con furia. Entraron a mi cuarto y lo revolvieron todo. Buscaban armas y material subversivo. Al no encontrar nada, y para justificar el allanamiento, desparramaron sobre la mesa del comedor propaganda del Partido Revolucionario de los Trabajadores y el Ejército Revolucionario del Pueblo, organización política y militar a la que yo pertenecía. (Drago 37) 

Margarita era militante del Partido Revolucionario de los Trabajadores-Ejército Revolucionario del Pueblo (PRT-ERP); con mucha convicción alentaba a sus compañeras y miembros del Partido a seguir luchando para defender los ideales que protegían los derechos civiles de los desfavorecidos, de los que no tenían voz y de los que no contaban. Desde niña sintió una fuerte inclinación hacia la defensa de las clases marginadas, daba clases gratis, organizaba reuniones y escuchaba a la gente como los santos escuchan las plegarias de sus fieles. Lastimosamente, para sus seguidores, ella no contaba con el poder divino de los santos y fue encarcelada por subversiva, por alterar el orden social e intentar destruir la estabilidad política de su país. Enfrentarse a los fuertes y opresivos abusos de la dictadura fue la primera gran batalla de Margarita.

En la cárcel encuentra razones para seguir luchando, lejos de pensar que el encierro la callaría y la haría replantearse sus ideas, la fortaleció y no precisamente por su fortaleza de espíritu. Margarita no siempre fue impetuosa; firme en sus convicciones, sí, pero no siempre fue fuerte, no siempre fue un roble ante los golpes de la vida. Al contrario, fue y sigue siendo frágil y vulnerable a los maltratos, a la desigualdad social y a la indiferencia, como ella misma nos cuenta: «Cuando entré por primera vez me pareció un espacio tenebroso y temblé ante la idea de pasar allí el resto de mi vida» (45). Y en otros apartados añade: «Muchas veces necesité hundirme en la serenidad de sus silencios o buscar alivio en sus palabras de esperanza» (47); «De tanto contener el miedo me fui tornando introvertida» (50). Aun así, con el peso del miedo y la fragilidad política, poco a poco fue cambiando gracias al apoyo de sus compañeras de celda, quienes, por supuesto, también apoyaban la causa política de Margarita. Una de ellas, Mariana, jugó un papel muy importante para la causa y en su vida personal.

Detengámonos en Mariana, ella es figura central en la segunda parte de esta historia. El libro está dividido en dos partes: la primera, a la que la escritora denomina «La primera batalla», describe su experiencia desde el arresto, los días en el sótano de la Alcaldía de la Jefatura de Policía de Rosario hasta que fue liberada de la cárcel de Villa Devoto. En esta sección también cuenta los embates de la dictadura, las torturas, las violaciones y lo que aprendió en la cárcel. A la segunda parte la titula «La otra batalla», la batalla del corazón, la que cala más profundo que la de estar en una prisión. Como mencionamos anteriormente, la fortaleza de Margarita durante su estadía en la cárcel se la debe a Mariana, así lo afirma en su libro: «Yo me fui acercando más a Mariana porque la consideraba genuina y honesta. Valoraba en ella sus cualidades de líder» (47); «Me gustaba trabajar con Mariana. Me daba alegría sentir su presencia callada a mi lado. Me inspiraba seguridad y confianza» (59); «Yo no podía aceptar su propuesta, no quería perderla y me angustiaba la idea de vivir en ese infierno sin el soporte de sus palabras, sus caricias y nuestros códigos de amor secretos» (188). No cabe duda de que Mariana no sólo fue una compañera de celda de Margarita, también su compañera sentimental. En la cárcel, Margarita encuentra por primera vez el amor y, por primera vez, hacia una mujer, así lo dirá: «En este lugar maldito amé, amé intensamente y por primera vez a una mujer» (180). Aquí empieza la segunda gran batalla a la que se enfrenta la escritora. El amor no debería considerarse una batalla, un enfrentamiento, pero en la historia de Margarita lo fue. ¿Por qué? Porque el amor entre mujeres, en una sociedad marcada por los dogmas de la religión, la familia, la política partidaria y la educación escolar era visto como pecaminoso. El primer obstáculo que enfrentaron ambas con este amor fue el manual de normas del PRT-ERT, partido al que ellas pertenecían. Este manual contenía reglas cargadas de moral y «buena conducta»; era como la biblia del Partido, no contemplaba, bajo ninguna circunstancia, la unión entre personas del mismo sexo. El amor homosexual estaba prohibido, la moral partidaria era fundamental para mantenerse como miembro del Partido. Aun así, Margarita y Mariana lograron, clandestinamente, violar esas normas. Mantenían encuentros íntimos dentro de la cárcel, intercambiaban ideas, pensamientos y hasta planes para el futuro. Mariana fue el oxígeno que Margarita necesitaba para mantenerse viva. Muchas veces, en momentos de debilidad, pedía ser fusilada y acabar así con el tormento del encierro. Era Mariana, según cuenta la escritora, quien la levantaba de ese suelo pesimista.  «Mi refugio era Mariana, de todas, la única a la que le confié mi angustia y el persistente deseo que me había nacido de buscar la muerte…No podíamos morir, no, decía ella» (50). Este amor tan inocente que surgió en la cárcel no podría prosperar, no solo por el primer obstáculo ya mencionado, sino porque ambas pertenecían a una sociedad con dogmas religiosos muy marcados que se extendían hasta los recintos escolares. Ninguna familia permitiría una unión lésbica en esa época y menos bajo un régimen dictatorial como el de Videla. Además, Margarita fue instruida en una escuela de monjas con fuertes presiones religiosas y su familia se mostraba satisfecha con eso. Lo curioso de todo esto es que un partido como el  PRT-ERP, organización que defendía los derechos civiles de los desfavorecidos, no incluía los derechos de los homosexuales, no sólo los ignoraban, los condenaban con la separación del Partido, fuerte golpe para quienes no tenían definida su identidad sexual, como Margarita y Mariana. Pesaba más la moral social, no sólo dentro del Partido sino en todos los ámbitos de la sociedad argentina de entonces. Las costumbres morales de la época en la que creció y vivió Margarita no consideraban normal ese comportamiento amoroso. Los homosexuales y las lesbianas eran hijos del mismísimo demonio, los condenaba la Iglesia, y los sigue condenando, se consideran personas con anomalías monstruosas. «El debate interior tenía que ver con la moral revolucionaria que concebía la homosexualidad como flaqueza ideológica, conducta enfermiza y desviada de la norma natural que ponía en riesgo la seguridad del Partido» (186), afirma la autora. Este concepto lo manejamos aún hoy y, con más fuerza, en Sudamérica, cuyos países mantienen una tradición conservadora en términos de educación sexual. Si el amor es puro, como lo fue el de Margarita y Mariana, ¿qué importa el sexo? El amor es un sentimiento a través del cual hacemos una abstracción completa de la persona amada. El sentimiento es abstracto y, por lo tanto, libera al alma de ataduras físicas y materiales. La atracción de Margarita hacia Mariana fue mucho más que atracción física, fue una atracción de lucha, de supervivencia y de felicidad, esa que fue arrebatada por el sentimiento de culpa.

La culpa es un tema constante en Fragmentos de la memoria. Lo observamos en la relación de la narradora con la figura del padre, quien representa la autoridad. Por eso, después de haber estado íntimamente con Mariana siente culpa y no sabe cómo mirar a su padre a los ojos. Por otro lado, sabemos por Margarita que fue idea de Mariana separarse, no dormir más juntas por temor a ser vistas por sus compañeras de causa. No podemos asegurar que Mariana haya sentido culpa, ya que no comparte la reacción de Margarita, pero sabemos que el sentimiento de culpa es la responsabilidad de una acción negativa y perjudicial que se atribuye una persona. Mariana sabía que estaba en falta con las responsabilidades morales del Partido, así lo expresa la narradora: «Ella entendía que la situación era riesgosa, por eso me propuso que nos separáramos de cama y que no pasáramos tanto tiempo juntas» (188). Nadie que esté en falta puede entender el riesgo. Mariana lo entendía y le pesaba, de lo contrario, no hubiera tomado tal decisión de separarse de Margarita. De todas maneras, las separaron, no sólo de cama sino de celdas. La separación fue definitiva. Este hecho consumió a Margarita poco a poco a tal punto de no aguantar más y confesarlo todo. Por supuesto, fue sancionada y separada del Partido. Tiempo después fue liberada y condenada a vivir en el exilio. Nada de eso borró la culpa. El exilio fue doloroso para ella, no la querían en Argentina, según sus captores. La culpa fue lo más pesado que Margarita cargó, según nos revela en su autobiografía. «El silencio era encubrir una actitud deshonesta. Quería quitarme el peso de la culpa y la angustia contenidas en los años de cautiverio» (205). Ese sentimiento la llevó a una introspección profunda, hizo un viaje catártico para depurar su ser de las ataduras, dogmas y reglas sociales que no la dejaban amar. Esta catarsis la ayudó a entender que el amor que sentía por Mariana no podía atribuirlo a la cárcel, ni al encierro, ni a las privaciones sociales impuestas por la Iglesia, la familia, la escuela o el Partido, sino a su misma naturaleza; estaba en ella misma, bien adentro, tímidamente escondido. Nació con Rosaura durante su adolescencia, pero nunca se permitió admitir, por el peso de la culpa, que hacía y sentía algo prohibido.

Aun durante el exilio en los Estados Unidos, la culpa no la abandonó, siguió allí firme como un martillo al clavo; por eso decide establecer una relación heterosexual, «tal vez eso», declaró en un coloquio en el que participé, «me haga olvidar a Mariana», aunque en el fondo nunca la olvidó. No se puede olvidar un amor en el cual, por primera vez,  se experimenta lo que es amar. Cuando cae la dictadura, Margarita regresa a Argentina en busca de Mariana, pero no la encuentra ni recibe noticias sobre ella. Nunca dejó de buscarla. Finalmente, y después de cuarenta años, decide emprender un último viaje, pero Mariana se niega a hablar con ella. Con dolor regresa a Estados Unidos y se libera, se desahoga, se depura y da por terminada su batalla de amor y nos regala Fragmentos de la memoria. Mi vida en dos batallas.

El placer fue mío, conocer a Margarita Drago en persona en un ameno coloquio, en un bar de Queens, en la ciudad de New York. La voz narrativa de Fragmentos de la memoria cobró vida en ese escenario.  La observé por mucho tiempo. Se veía espléndida, como si nunca hubiera vivido nada de lo que cuenta en el libro. Se veía segura, muy segura de sí misma; no sé si fue el maquillaje, el peinado o el hermoso vestido que lucía esa noche lo que la hacía ver así. Lo cierto es que conforme iba pasando la noche ahondábamos más en su historia y en su vida, y el maquillaje poco a poco iba deslizándose en su mejilla; el peinado iba cambiando de forma a medida que se pasaba los dedos una y otra vez; el ruedo del vestido a veces lo arrugaba y otras lo extendía, como planchándolo. Cada movimiento corporal era como un sostenedor de lágrimas. Lo hicimos todos. Margarita nos narró su historia apasionadamente, con palabras sencillas, con una actitud humilde, tanto que se notaba que lo único que deseaba comunicar era su historia, no como escritora reconocida, sino como Margarita, la mujer que superó las batallas más crueles. Con mucha paciencia respondía todas las preguntas del público, desde las más complicadas hasta las más simples, aunque realmente con Margarita nada es simple. Corroboramos, los presentes, y de su propia boca, los tormentos, las batallas por las que atravesó; no es lo mismo leer una historia en un libro a que se lo digan cara a cara, comprobar que el personaje, la voz narrativa, existe y sufrió en carne propia todo lo narrado.

Fue muy emocionante ver a Margarita, una persona encantadora, un símbolo de resiliencia. No tuvo vergüenza de contarnos detalles de su vida más íntima y sus dolores más profundos, y de llorar frente a nosotros. Tampoco nosotros tuvimos vergüenza de preguntar y llorar con ella. Un compañero de clase le hizo unas declaraciones que nos dejó a todos con un nudo en la garganta, y más de uno usó el puño del abrigo para secarse las lágrimas. Esto fue lo que el compañero le dijo: «Margarita, es un honor para mí tenerla frente a mis ojos, porque usted es un milagro, es un milagro que esté viva, es un milagro que hoy pueda estar aquí compartiendo con nosotros todo lo que ha sufrido». El compañero apenas pudo terminar su frase porque lloró, Margarita lloró, yo lloré y todos lloramos porque reconocimos que realmente ella es «un milagro». Costó recuperar el aliento cuando otro compañero le preguntó «¿Qué es el amor?».  A lo que ella contestó, «yo no sé lo que es el amor, no puedo definir lo que significa». Luego nos explica que el amor tiene muchas caras, muchas facetas, muchas batallas, situaciones que ella experimentó en todas sus dimensiones. El evento finalizó con la firma de autógrafos, con copas de vino y la experiencia inolvidable de abrazarla y sentirla, no solo en las páginas de su libro, también en carne y hueso, y recordarla en la memoria como un milagro. 


Bibliografía

-Artículo publicado en la revista Memoria N5, Nuremberg. Diciembre de 1993.

-Cuyas, Esteban. La Operación Cóndor: El terrorismo de Estado de alcance transnacional. ko’a roñe’eta se. VII. 1996. http:/www.derechos.org/vii/1/cuyas.html. Consultado el 10/26/22.

-Drago, Margarita. Fragmentos de la memoria. Mi vida en dos batallas. Buenos Aires: Dunken, 2022.



MARÍA DEL CARMEN FERREIRA (Areguá, Paraguay, 1978). Estudió Lengua y Literatura Española en la Universidad Nacional de Asunción, donde obtuvo una licenciatura en Letras en 2001. En 2002 recibió el título de Profesora de Lengua y Literatura Guaraní del Ateneo de Lengua y Cultura Guaraní, en Asunción. Actualmente reside en la ciudad de Nueva York y es estudiante de Hunter College, de la Universidad Pública de la Ciudad de Nueva York, donde cursa la Licenciatura en Arte con concentración en Literatura y Civilización Española. Se desempeña como profesora de Español y Guaraní en la Escuela Paraguaya de Nueva York, cuyo servicio es gratuito para toda la comunidad hispanohablante del área y, especialmente, para la comunidad paraguaya. En dicha escuela ha participado en numerosos eventos culturales que la mantienen activa en el ámbito educativo.

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