Viene de lejos

Compartimos el cuento «Viene de lejos» de la narradora y comunicadora salvadoreña Georgina Vanegas, una seductora historia sobre el poder, la comunidad y el destino desde un lenguaje afilado, fantástico y con un ritmo trepidante. De Vanegas se lee El taxidermista (Índole, 2012), y Él (Ojo de cuervo, 2022)

Georgina Vanegas / Escritora y especialista en comunicaciones

Mañana, cuando me vaya,
¿con qué corazón me iré?
Cantar indígena

Su corazón todavía latía, preso en mi mano, mientras la sangre bajaba por mi brazo y manchaba la tierra. Lo elevé hacia el cielo y, con un último grito, lo ofrecí a la Madre Tierra, a las nubes y al sol. Así apagué sus ojos que tenían el mismo color de la selva. Así cumplí el mandato de las abuelas.

Fueron ellas las que dijeron que debía ser así y no de otro modo. Fueron ellas las que lo ordenaron aquella noche en que hicieron fuego y nos reunieron a todas bajo la luna llena. Y así me hablaron sus bocas: 

―Lo trajiste a tierras prohibidas para los hombres― dijo una.

―Ahora él te matará. Nos matará a todas― dijo otra. 

Y después de decir estas estas palabras, siguió la más anciana: 

―Por eso tienes que matarlo. O tú, entre nosotras, encontrarás la daga, encontrarás la calavera. 

Y a una señal de sus ojos, dos hermanas me tomaron por los brazos. Pensé que ahí vendría mi castigo, que entregaría mi cabeza, o que me echarían de mi tierra, de mis raíces, de los árboles y de los pájaros. 

Pero más hermanas se acercaron al fuego, a la tierra negra. Llevaban entre sus manos lo que yo necesitaba ver para estar segura de que había confiado en el que quería entregarme a las bestias de la noche, a los tigres de la selva. Ellas encontraron el rastro que él había dejado desde acá hasta la tierra donde estaban ellos, los del otro lado. Y ese camino estaba todo hecho de pájaros muertos con las alas rotas.

Mis lágrimas y todas mis gotas de sal cayeron en la tierra. Ahí me liberaron. Me dejaron caer sobre esa tierra negra, donde enterré los dedos y las uñas, donde me dejaron sola, con el fuego y con mi rugido, que solo escucharon los espíritus caminantes de la noche, la luna y las piedras.

Y esa noche el aire olía como aquella noche, aquella en que él me vio y me siguió hasta el jardín blanco. Y no voy a mentir. Yo sabía que él estaba ahí, que sus pies seguían mis pasos, pero seguí, lo llevé hasta el corazón de la selva, donde comienza lo eterno. Y lo dejé ver todas las luces que estaban allá arriba en aquel cielo que, aunque era de noche, ahí era blanco; donde el agua, los árboles, las flores y las raíces también eran blancas. Y ahí pude ver cómo él veía todo con los ojos muy abiertos. Y ahí él vio que yo lo estaba mirando. Y se acercó. Y me acerqué. Y ya con su cara viendo muy de cerca mi cara, con sus ojos viendo mis ojos, le regalé un canto, le regalé dos flores y quise dormirlo, como se duerme a una serpiente.

Pero él me agarró por el brazo, me agarró la cara. Yo no dije nada. Y con su boca, me puso en la boca una piedra dulce que quebré con los dientes. Le sonreí. Me sonrió. Y lo llevé todavía más adentro de aquel corazón de la selva, donde duerme lo sagrado, donde las ancianas me dijeron que nunca hay que llevar al que viene de lejos.

Nos quedamos ahí muchas lunas, muchos soles, y cuando salimos de ahí, ya éramos más viejos por dentro.

Todo había cambiado. Y las abuelas lo supieron.

Las hermanas dijeron que algunas querían que yo fuera de la muerte, pero otras, las más ancianas, no estaban de acuerdo. Dicen que al final pidieron el consejo de las diosas, y que fueron ellas las que les dijeron que debía ser otro el castigo, que debía ser otra la promesa. Porque sangre de una de las nuestras no se podía derramar sobre la tierra. Porque debía ser la sangre del extraño la que terminara en calavera o esclavo eterno. 

¡Será entonces la sangre de ese extraño la que demos como ofrenda a las diosas, a las protectoras de lo eterno! Y será la daga. Será su corazón. 

Así se marcó su destino. Y así se marcó mi destino.

Fui yo, con mi escudo y mi espada, la que salí a su encuentro, en lo alto de aquella montaña. Dije, para mi cabeza, para las diosas que no viven tan lejos, que quería que él no llegara, que yo no quería usar mi espada, que no quería usar mi daga. Pero vi que ya venía, loco de fuego y del olor que había sentido en aquella selva blanca. Él quería lo que no se puede tener, lo que es solo de las diosas, lo que el que viene de lejos ni siquiera puede ver. Y no venía solo, venía con su espada y con sus ojos, que cuando los tuve más cerca vi que ya no eran como los ojos del jaguar, ya no eran del color de la selva. Ahora eran dos soles rojos y oscuros, ojos de coyote hambriento.

Y fue su espada contra mi espada. Su espada contra mi escudo. Su espada y mi escudo, mi escudo, mi escudo, mi escudo. El golpe. El suelo. La espada que hiere la tierra. La tierra que no sangra. La espada contra la espada, la espada la espada la espada la espada la espada. El escudo que ya no soporta la espada trueno, y que se rompe en dos. La espada que ya no está en mi mano, que ha volado lejos, tan lejos. Su espada que toca el lugar donde empieza mi brazo, y sigue por mi pecho y termina en el lugar donde termina mi ombligo. Y mancho la tierra, la mancho con mi sangre que también es la sangre de las hermanas, de todas las abuelas, las vivas y las muertas. Y de todas las que se han hecho estrella. Y me miraban. Desde allá arriba miraban cómo yo caía en la tierra con mis rodillas, con mis manos y mi espalda. Y la tierra se llenó de mi savia. Mi sangre eran sus lágrimas. Y ahí, apenas pude escuchar el latido, el susurro, la voz de la Madre Tierra: “Si te duermes, te come el coyote”, “Ya viene. Viene por ti. Te tiene. Te tiene”. 

Abrí los ojos y mi cuerpo estaba entre sus piernas. Y sus manos levantaban ya la espada. Y mi corazón ya casi sentía el hierro. Y entonces fue el hierro. Y la daga. Y el grito, mi último grito. Y las lágrimas. Y la sangre que salía de su pecho y caía sobre mi pecho y corría. Y corría.

Él ya no estaba más, pero la piedra que puso en mi boca aquella noche blanca se quedó en mí, se quedó en mis entrañas. La piedra era una semilla. Una semilla que yo sabía que no era de la selva, que no sería jamás de un dios. Creció y creció en mis entrañas y con el tiempo brotó de mí, como brotan todas las semillas de la tierra. 

Y cuando mis hermanas vieron a ese nuevo extraño que había brotado de mí, pude ver en sus ojos el miedo. Porque el niño no era como yo. No era como nosotras. Era como él. Tenía sus ojos, y cuando lo tuve en mis brazos nos miramos los dos. Y vi en sus ojos cómo mi hijo no era mi hijo ni era el hijo de él. Era él mismo, que había regresado. Y también vi cómo él había sido antes un pájaro, cómo había sido un hombre con cola de pez. Y vi a sus otras madres. Vi que a dos las quemó, encima de una gran piedra; y vi que a otra le hizo un hechizo volviéndola un pájaro enfermo y triste.

Ese mismo día se lo llevaron para dejarlo con los suyos, en las tierras que quedan lejos, del otro lado, allá donde solo los hombres pueden estar.

A mis hermanas les conté lo que había visto en sus ojos. Todo. Todo menos una cosa: lo vi a él frente a mí, vi sus ojos de selva y de sol pequeño y rojo, vi otra vez las espadas, vi mis cabellos ya grises y largos. Vi las grietas en mi cara. Y lo último que vi fue un corazón sobre una mano llena de sangre. No sé de quién era el corazón. No sé de quién era la mano. Solo sé que latía todavía en esa mano y que la sangre goteaba y bajaba por los dedos, bajaba por el brazo, como bajan las culebras por el tronco de un árbol. 




Georgina Vanegas. (San Salvador, 1983) Escritora y especialista en comunicaciones, con más de 20 años de experiencia. Es licenciada en Comunicación Social y MBA, por la UCA, y posee un postgrado en periodismo, por la Fundación Diálogos (España). Ha publicado los libros “El Taxidermista” (Índole Editores) , y "Él" (Ojo de Cuervo Editorial). Su obra está presente en "Memorias de La Casa 12 narradores" (Índole Editores), "Historias de dos ciudades" (Sagitario Ediciones), REGIÓN Antología de Cuento Político Latinoamericano (Editorial Interzona), y “Novel of the World” (Fundazione Arnoldo e Alberto Mondadori). www.georginavanegas.com. 

Deja una respuesta

Your email address will not be published.