Un buen lector reconoce la grandeza de un trabajo literario donde la hay, y un buen libro hace mucho más bien a la humanidad que uno mal escrito, independientemente de sus buenas intenciones. Allen Ginsberg dijo: «He visto a las mejores mentes de mi generación destruidas por la locura» al referirse a la vida de sus contemporáneos, en medio del oleaje de la libertad personal y la necesidad de reclamar el desgaste y declive de su tiempo. El siglo XX, cambalache, como dijera Gardel, nos deja también una pléyade de narradores del boom latinoamericano, como les conocimos en nuestras primeras lecturas: una conjunción de voces diversas, de contextos disímiles y de historias particulares, pero con un sentido de la palabra templado por la realidad latinoamericana. En esta ingenuidad llamada conocimiento, leímos la obra de Mario Vargas Llosa (1936-2025) y encontramos en ella la expresión del deslumbramiento, dolor y pulsión de la realidad de nuestra región. Fue posible hallar estructuras de ficción e historia en una trama que se mueve al ritmo del mítico pensamiento latinoamericano, que no se enreda en la razón laberíntica del pensamiento europeo, sino en otra lógica, sutil y agreste, que mueve las analepsis y prolepsis al mejor estilo de un monstruo de la palabra. En esa sinergia, se conjugan la brutalidad de la trama, los sesgos, los delirios, el calor con la que se cuenta la inmoralidad y los pecados en sus primeras novelas, el retrato conservador de lo familiar y sus secretos (Los cachorros, La ciudad y los perros, por mencionar algunas); el sentido complejo de lo histórico desentrañando los horrores de las dictaduras y las conspiraciones como se muestra en La fiesta del Chivo o en Tiempos recios, respectivamente; sin olvidar los grandes retratos de seres normales, pero inscritos en tragedias, en fantasías de una historia que no tiene un solo asidero de verdad como en El héroe discreto o La guerra del fin del mundo donde retoma un acontecimiento histórico sobre aquellas comunidades a quienes se les ha negado todo y que se ven sometidas por las fuerzas militares del gobierno.
Lo otro es deleite de quien sabe dialogar, no solo con una porción de la realidad sino con las ideas. En este sentido, nos referimos a la trayectoria ensayística en la que, también, es innegable su capacidad para establecer relaciones entre textos y autores con un alto sentido de influencia como leemos en Medio siglo con Borges, sobre la huella del autor argentino en las letras latinoamericanas.
Sin idealizaciones, también es importante destacar que fue un hombre consecuente con su ideas de libertad, sobre todo en el caso Hediberto Padilla y otros autores, a partir de los cuales, su visión de lo revolucionario tomaría otro camino mucho más auténtico y crítico en detrimento de la amistad con sus contemporáneos, pero en función de la lealtad a la libertad creadora y en función de enfrentarse a cualquier escenario opresivo que fueron muchos durante la segunda mitad del siglo XX.
Sobra decir que hay otras lecturas críticas que interpelan la postura de cambio en el autor, mas eso no es aquí un asunto para tratar. Mario Vargas Llosa, Premio Nobel de Literatura 2010, es una de las mejores mentes que vio nacer el siglo XX y uno de los escritores con mayor compromiso y solvencia en ese espacio vital de las palabras. Por otra parte, la industria editorial, la discusión política y la vivencia misma de la persona, nos permiten entender que Llosa fue y será un referente de escritura y de comunicación capaz de hacernos retroceder en nuestras aventuradas radicalizaciones que podrían terminar imitándole pésimamente, pues el talento supera cualquier otra ficción discursiva sobre revoluciones.
Más allá de sus reconocimientos, distinciones y posturas políticas, Mario Vargas Llosa legó a los lectores del mundo no solo cerca de una veintena de ficciones sino un gran repertorio de reflexiones y ensayos sobre la naturaleza de la literatura, el oficio de ficcionar, el trabajo literario de muchos otros autores y sobre la cultura de masas.
Para continuar este diálogo incisivo sobre este monstruo sagrado de la literatura, como Revista El Escarabajo deseamos recomendar algunas lecturas imprescindibles a nuestros lectores sobre algunas obras que perdurarán en esta hora del mundo y en las décadas venideras:

La ciudad y los perros (novela, 1993).

La guerra del fin del mundo (novela, 1981).

La fiesta del Chivo (novela, 2000).

Medio siglo con Borges (no ficción, 2020).

Cartas a un joven novelista (ensayo, 1997)
