Negro Bicentenario

Editorial

En pleno siglo XXI nadie se hubiese imaginado que después de casi treinta años de los Acuerdos de Paz, y después de haber abandonado prácticas hegemónicas, represivas, racistas, tras una guerra de doce años que nos dejó más de ochenta mil muertos, El Salvador celebraría su Bicentenario en plena dictadura emergente. Todo lo sucedido en dos años del actual gobierno, y a tanto solo meses de la conformación de una mayoría absoluta del oficialismo en la Asamblea Legislativa, son señales claras de la instauración de un régimen antidemocrático que ha hecho todo lo que está a su alcance para apoderarse de los tres Órganos del Estado, minando todos los escenarios de la vida sociopolítica del país, llevando a El Salvador a un retroceso de más de medio siglo.

Todas las decisiones han sido motivadas por el ostracismo y el aislamiento, sin considerar a los intelectuales, a la sociedad civil ni a nadie, solo el pensamiento mesiánico de creer que todo lo que se hace es lo correcto: medidas antidemocráticas en la toma de decisiones de la salud nacional; en el plano económico un desastre en el manejo de las finanzas públicas, con el colofón del capricho de la imposición de adopción de una moneda volátil y fluctuante, que ha puesto al país como el protagonista de una tragicomedia a nivel mundial, convirtiendo a una nación paupérrimamente pobre en el laboratorio de un caudillo, desoyendo el clamor popular y la opinión de expertos extranjeros. Estas medidas sumadas a la locura de aumentar en 20 mil soldados el ejército, llamado a la guerra ante enemigos externos e internos, no nos puede más que apuntar un retrato fatal para un pueblo secuestrado por un tirano.

Lo anterior parece poco, ya en enero de 2020, fueron mancillados los Acuerdos de Paz, la Asamblea Legislativa anterior y la democracia sufrió su primer interrupción del orden constitucional con la militarización de la Asamblea el 9 de febrero del mismo año, y apenas en mayo anterior el Golpe de Estado al Órgano Judicial por medio de la destitución ilegal e inconstitucional de los Magistrados de la Sala de lo Constitucional, así como del Fiscal General de la República; y más recientemente, esta misma corte, al servicio de la dictadura, como lo han hecho los regímenes de Nicaragua y Venezuela, ha retorcido la Constitución, modificando cláusulas pétreas de la misma para permitir la reelección presidencial inmediata. Nada que envidiar a Daniel Ortega.

Como en el juego de dominó, y en cerca de dos años en el poder, Nayib Bukele dinamitó los cimientes de una república que hoy estaría celebrando 200 años de independencia, una república que hasta su llegada, por la vía democrática, se sostenía aún con sus defectos y paradigmas y que nos costó miles de muertos y desaparecidos hace cerca de tres décadas en los que el país se enfrentaba a un régimen sanguinario y cruel, del cual aún sufrimos las secuelas. Esta historia cercana, sumada a todos los atropellos, violaciones a la transparencia y la libertad de expresión llevan a un pueblo a salir a las calles, no a celebrar una independencia, sino más bien a reivindicarla, a defender la libertad, la democracia y los derechos alcanzados con la sangre de nuestros mártires.

Deja una respuesta

Your email address will not be published.