La voz que no ejerces hoy, el verso que decides retener, el grito de horror que se queda atorado en tu garganta seca, todo eso te desdobla miserablemente: te conviertes —perdóname la franqueza— en una infeliz moneda: manoseada, prostituida y condenada a la espantosa objetividad de tener dos caras, escribe Federico Hernández Aguilar en esta reflexión sobre la poesía, los poetas, El Salvador y los tiempos que vivimos
Tú sabes, como yo, que no podemos huir de esta pregunta. Es la misma interrogante que nos hacemos al espejo; la misma lacerante interpelación que nos encontramos por la calle, tirada al fondo de los ojos de nuestros hermanos, cuando comprobamos que el silencio puede ser, en el marco de nuestro singular oficio, una forma de agresión.
Si Evgueni Evtushenko, autor a los 30 años de aquella espléndida Autobiografía precoz, se encontrara contigo y conmigo en una plaza, lo más seguro es que nos estrecharía la mano con calidez y volvería a decirnos, en un susurro, aquello de que «la autobiografía de un poeta son sus poemas». Y agregaría, desde la rigurosa experiencia de la muerte: «El resto es solo comentario».
Bien. ¿Vamos a vivir ahora de los “comentarios”? ¿Vamos a callarnos?
Porque sí, poeta, así es: lo que pones en tus versos es lo que reclama tu existencia misma. En cuanto pongas en duda esta certeza, morirás, te extinguirás, te evaporarás como la delicada nube azotada por los aquilones.
Esa tinta con que escribes sale de tus arterias —por goteo o a borbotones—, aunque creas que sale de una pluma. Ese tecleo febril sobre la computadora, que por las noches mantiene encandilada tu mente y por el día se revuelve como un tigre enjaulado, termina agolpándose en tus dedos porque por algún lado debe salir esa lava volcánica que devora tus entrañas. Y esa ingrata urgencia de decir lo que piensas, con adánica pureza y absoluta libertad, proviene de los músculos que sostienen tu alma aterida, porque desde la eternidad has sido llamado a vaciarte en los poemas por los cuales respiras y te alimentas, duermes y despiertas.
Tu vocación, créelo, viene de antiguo. A ella le debes todo; tú, a ella, no puedes reclamarle nada. Te precede con la contundencia del tiempo, como a cada ola que muere en la orilla la precede la hondura del mar infinito.
Engañar te está prohibido, poeta. Y esto vuelve a decírtelo Evtushenko. Pero si viene a decírtelo a través de estas líneas mías, a manera de eco estrambótico, es porque en el fondo reconoces que de tu honestidad depende no solo tu vigencia, sino también tu integridad. La voz que no ejerces hoy, el verso que decides retener, el grito de horror que se queda atorado en tu garganta seca, todo eso te desdobla miserablemente: te conviertes —perdóname la franqueza— en una infeliz moneda: manoseada, prostituida y condenada a la espantosa objetividad de tener dos caras.
Y ya sabemos en qué terminan todas las monedas, por pequeñas que sean y por muy baja denominación que les atribuya la sociedad: van de mano en mano, desgastándose, no por su peso y valor específico, sino por el efecto efímero de su mera acumulación.
«Algunos hombres», te leo a Evgueni, «se envanecen de no haber mentido jamás. Que se miren en el espejo y nos digan, no cuántas contra-verdades han proferido, sino cuántas veces eligieron, simplemente, la comodidad del silencio».
Porque, ¿qué serás, poeta, si callas? Si en la alternativa de ponerte al margen de lo que pasa a tu alrededor se mueven hoy tu pensamiento y tu creatividad, tu numen y tu espíritu, ¿de qué integridad nos hablan esas cosas que escribes? ¿De qué individualidad, de qué autenticidad nos perdemos los demás si te amordazas, si cierras herméticos los labios, si te muerdes la lengua hasta hacerla sangrar?
No me malinterpretes. Darles el lugar que merecen la rosa y la mariposa tiene su mérito. Faltaba más. De ser ése el camino que escogiste siempre, sin importar qué ocurriera en el mundo, te diría entonces que lo transites con la misma honestidad que te llevó a tomarlo. La única “responsabilidad” del poeta es, en esencia, decir como nadie lo dijo antes que la hermosura de la rosa es dolorosa, jubilosa, pasajera y eterna.
Pero si la decisión primigenia, la que te hizo concebir la poesía como tu forma de existir, discurrió por cauces distintos, manchando tus alas de lodo con tal de agacharte a conocer al hombre y sus miserias; si desde las primeras sensaciones de sudor frío, ansiedad y angustia, por hallar la palabra exacta o resolver en una bella metáfora lo que tu pasión sugería, descubriste el dolor ajeno y te atreviste a proyectar en él tu propio sufrimiento; si, en fin, con esa juvenil y hermosa ignorancia que rodea el misterio de la inspiración, te propusiste con firmeza ser árbitro de tu conciencia y mediador entre la realidad y tu alma, es decir, convertirte en POETA, dime tú, viéndome a los ojos, ¿por qué, por qué callas ahora?
Nadie te obliga al martirio ni a enfrentar la cárcel. No te pide la coherencia que desnudes el pecho a los esbirros de la tiranía. Solo hace falta que resistas en la humedad de tu conciencia afinada, y que allí concibas lo que solamente tú puedes concebir. Escribe, pues. Dilo. Sácalo. Extráelo desde las entrañas como el vómito. Susúrralo al oído del que pasa a tu lado. Ábrete a la posibilidad de estar emborronando las cuartillas que empapelarán un día la ingrata memoria del déspota.
Pero no guardes silencio, poeta.
No calles.
*Poeta y escritor. Colaborador de El Escarabajo
Federico Hernández Aguilar
Poeta, escritor, analista político y gestor cultural. Su formación incluye estudios en Ciencias Políticas y Ciencias de la Comunicación. Tiene una especialización en Logoterapia y junto a su esposa dirige una empresa de formación integral, dirigida a familias y corporaciones. Tiene 16 libros publicados y es un reconocido articulista nacional e internacional. Entre los más recientes galardones que ha ganado se encuentra el "Business Leader of the Year" (edición 2020), entregado durante la 28a. edición del World HRD Congress en la ciudad de Mumbai, India. Esta distinción mundial reconoce el aporte histórico de empresarios o intelectuales que se hayan destacado en la defensa de las libertades individuales y la democracia. Ha sido asesor presidencial, diputado y ministro de cultura, todo antes de cumplir 30 años de edad. Durante más de 12 años fue Director Ejecutivo de la Cámara de Comercio e Industria de El Salvador. Forma parte de Índole Editores y es columnista permanente del periódico disidente 14 y medio .