El narrador y docente salvadoreño Antonio Cruz comparte su opinión acerca de la publicación de la antología Daños colaterales, compilación que recoge 14 historias que abordan la violación de los Derechos Humanos durante el Régimen de Excepción en El Salvador
Antonio Cruz / Narrador y docente
La verdad es un campo de batalla que se gana al revelarla u ocultarla. En décadas pasadas, los ciudadanos observaban con atención los escenarios de su coyuntura y discutían las acciones de sus gobernantes, desde las marchas de protesta hasta las masacres en zonas rurales y urbanas. Ahora, las tiranías han ganado terreno: las numerosas y preocupantes noticias de lo que ocurre en El Salvador se pierden en la invencible marea de discursos demagógicos y videos virales de risas y performances impúdicos, que ofrecen tragos de felicidad a bajo costo para anestesiar la congoja de un familiar injustamente encarcelado, la pérdida del derecho de alzar la voz, y la amenaza constante de los agentes del silencio.
En esta atmósfera en la que la panacea contra el dolor es la ignorancia y la ridiculez a mansalva, los nuevos caudillos son los magnates que capitalizan el espectáculo. El poder no se ejerce ya empuñando un sable sino un iPhone, no estalla en gritos bélicos sino en memes, no se gana en batallas campales sino en discusiones de las redes sociales. Los tiranos del siglo XXI gobiernan con puño de hierro y sin levantar un dedo, seguros de que su poder durará tanto como una botella de plástico, pues su rostro se estampa en cada esquina y en cada pantalla y su competencia política no se mide por obras sino por likes. Si alguien expresa su descontento, una legión de trolles destruye su integridad y lo invisibiliza en los espacios de difusión, y si su voz es demasiado fuerte o su imagen reconocida, se le acusa de un crimen que jamás será esclarecido y se buscará condenarlo sin juicio alguno. Las organizaciones sociales están compradas o mutiladas y los antiguos líderes políticos tienen ahora la reputación de la Siguanaba.
La literatura, donde la verdad se expresa de otra forma, no se ha visto inmune a estos cambios. Los intelectuales contemporáneos han cambiado la literatura culta por el contenido de masas. El escritor celebrado es el que se extiende en versos y lugares comunes: escenas rojas, paladines del narcotráfico y mundos de fantasía alienada. Cualquier autor que dedique unas páginas a la reflexión de la realidad o la denuncia de los marginados se vuelve objeto de burlas y censura, sin mencionar que se arriesga a la persecución de los agentes del nuevo orden. Ante dichas circunstancias, la razón ordena guardar silencio, y al escritor entendido, volver la mirada a los tópicos exitosos de la ficción científica y el erotismo sin adornos.
La literatura también es un espacio insondable. Abrimos un libro buscando un cuento de hadas y uno se encuentra con un espejo. Hojeamos queriendo hallar monstruos de morbo barato y encontramos criaturas que el sistema consume y desecha. Uno se sienta en un sillón para presenciar un espectáculo melodramático y enrostramos (casi) sin querer nuestra propia tragedia. La buena literatura nos grita por dentro y nos muestra realidades que superan la capacidad de los ojos. Luego, no hay manera de callarla ni de evadir su mirada. Cuando la consciencia torna locura, sólo hay una manera de liberarse: escribir sin detenerse ni atender al temor de las consecuencias, porque la peor consecuencia del miedo es la pasividad. Escribir es el testimonio de nuestro paso por el mundo. Escribir convierte la hoja en blanco en una manta como la que nos resguardaba contra los monstruos de nuestra infancia. Escribir es un grito de auxilio, de perdón o de guerra. Los autores memorables convierten la hoja de papel en espejo del mundo. La literatura se une a estas voces desde su trinchera para que los lectores conozcan las historias que pocos se atreven a contar: historias de dentro y de fuera de las rejas, historias de los que detentan el poder y de los que resisten el abuso, historias de los que vivieron para contarlas y de los que no; historias, en fin, de un país que guardó la esperanza de unidad y ahora está nuevamente dividido, extraviado, sin mapa ni brújula, con tanto miedo hacia el futuro como tristeza por el pasado; historias verdaderas sobre daños colaterales que se seguirán contando, no por el gusto de sus autores, sino por el derecho y el deber que nos asiste como seres humanos mientras el poder continúe a merced de los déspotas y las injusticias se repartan sin control.

Antonio Cruz. (San Salvador, 1989). Narrador y docente. Premio Hugo Lindo de Novela (2021). Obra publicada: Piedras y quimeras (minificción. Proyecto Editorial La Chifurnia, 2022). Colaboración en antologías: Y nada más (Proyecto Editorial La Chifurnia, 2022), Cuentos indispensables Vol. I y II (Pantógrafo Editores, 2022-2023), Daños colaterales (Abrojo Editores, 2024).